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Internacional

28 de mayo del 2003

Pearl Harbor: ¿Lo sabía Roosevelt de antemano? ¿Hubo una maniobra para encubrir la verdad?

The Lone conspirators
Traducido para Rebelión por Laura Abad

El 6 de diciembre de 1941 se le entrega a Franklin Delano Roosevelt un mensaje interceptado por la Marina de los EE.UU. Enviado desde Tokio a una de las embajadas japonesas en Washington, estaba cifrado en el código diplomático de alto nivel japonés (el código púrpura) y declaraba la intención de Japón de poner fin a las relaciones con los EE.UU. Una vez leída la transmisión de trece páginas, Roosevelt afirmó: "Esto significa guerra".

Pero entonces hizo algo un tanto extraño: absolutamente nada. Sí, eso es. Conocía la secreta declaración de guerra de los japoneses pero nunca se lo comunicó a quienes necesitaban saberlo: el almirante Husband E. Kimmel, comandante en jefe de la Flota de los EE.UU. en el Pacífico, en Pearl Harbor (Hawai) y el teniente general Walter Short. Todos los militares sabían que, en caso de que los japoneses atacaran, el objetivo sería Pearl Harbor.

Al amanecer de la mañana siguiente, un escuadrón japonés bombardeó Pearl Harbor en un ataque sorpresa que resultó ser eso, una gran sorpresa. Por lo menos para Kimmel, Short y los otros 4575 soldados americanos que allí murieron.

La sorpresa no lo fue tanto probablemente para los generales George G. Marshall y Leonar T. Gerou y los almirantes Harold R. Stark y Richmond Kelly Turner, altos rangos militares en Washington, y los únicos autorizados para revelar ese tipo de información confidencial a mandos desplazados. Kimmel y Short, sin embargo, no recibieron el mensaje descifrado de la declaración de guerra hasta por la mañana, cuando el ataque ya había comenzado en el Pacífico.

Los comandantes en jefe del Ejército y la Marina de los EE.UU., Marshall y Stark respectivamente, declararían después que el mensaje no se les había enviado a Kimmel y a Short porque la cantidad de transmisiones diplomáticas interceptadas por los mandos en Hawai era tan grande que una más no serviría sino para confundirles.

Investigaciones internas llevadas a cabo por el Ejército y la Marina durante 1941 concluyeron que Stark y Marshall habían faltado a su deber al no informar a los mandos en Hawai. Dichas conclusiones fueron ocultadas por el Ejército y, de cara al público, fue la Comisión Roberts (Roberts Commission) la que descubriría toda la verdad. Dirigida por el juez de la Corte Suprema, Owen Roberts, fue convocada a once días del ataque. Todo parece indicar que la Comisión Roberts ya había escogido a los responsables de antemano y manipuló la investigación para que los sospechosos parecieran culpables. Los cabeza de turco eran Kimmel y Short. Ambos crucificados por la opinión pública, fueron obligados a abandonar sus puestos y nunca se les concedieron los juicios a vista abierta que solicitaron. Uno de los miembros de la Comisión Roberts, el almirante William Standly, calificaría la actuación de Roberts de "retorcida como una serpiente".

En total se realizaron ocho investigaciones sobre Pearl Harbor. La más espectacular fue la realizada de forma conjunta por el Congreso y el Senado, que vino a reiterar las conclusiones de la Comisión Roberts. Durante las vistas, tanto Marshall como Stark testificaron, aunque cueste creerlo, no poder recordar dónde se encontraban la noche que se recibió la declaración de guerra. Más tarde, un amigo íntimo de Frank Knox, Secretario de la Marina de los EE.UU., revelaría que Knox, Marshall y Stark habían pasado la mayor parte de aquella noche con Roosevelt en la Casa Blanca, aguardando el bombardeo de Pearl Harbor y la consecuente oportunidad de EE.UU. para entrar en la II Guerra Mundial.

A continuación se organizó una gran maniobra de encubrimiento. Según nos cuenta el historiador John Toland, unos días después de Pearl Harbor, Marshall se dirigió a sus altos oficiales: "Caballeros, esto va a la tumba con nosotros". El general Short, que una vez había considerado a Marshall como su amigo, se daría cuenta entonces de que éste había sido el cerebro de la trampa en la que había caído. Short comentaría después que se compadecía de su antiguo colega Marshall, ya que era el único general que jamás podría escribir una autobiografía.

Los mandos en Pearl Harbor ocultaron numerosas advertencias sobre un inminente ataque. La más sorprendente fue, con toda probabilidad, la señal de "viento ejecutor". Se trataba de una transmisión diplomática enviada a través de un falso boletín meteorológico de una estación de radio de onda corta japonesa. Decía "higashi no kaze ame", o lo que es lo mismo "viento del Este, lluvia". Los americanos ya sabían que éste era el código utilizado por los japoneses para referirse a la guerra con EE.UU. ¿Cuál fue la respuesta de los altos oficiales del Ejército? Negar la existencia del mensaje de "viento ejecutor" y eliminar toda constancia de su recepción. Pero el mensaje sí que existía y fue recuperado.

Ajenos a toda esa nube de intrigas, misterios y criptografía, tres días antes del ataque, los servicios de inteligencia australianos sorprendieron a un grupo de portaaviones de la Flota Japonesa en dirección a Hawai. Enviaron a Washington la información de lo ocurrido, que Roosevelt ignoró tomándola por un rumor de intereses políticos difundido por los Republicanos.

El doble agente británico Dusko Popov, que filtraba información de Alemania, descubrió las intenciones de los japoneses y trató desesperadamente de advertir a Washington. Pero todos sus intentos fueron en vano. Y los suyos no fueron los únicos.

¿Por qué permitirían Roosevelt y los más altos comandantes del Ejército el sacrificio de la Flota de los EE.UU. en el Pacífico y de los miles de soldados que allí se encontraban -lo que se podía considerar perfectamente como una acto de traición? La decisión había sido tomada mucho antes de Pearl Harbor: la guerra contra las potencias del Eje era necesaria, y un ataque contra territorio americano convencería a la opinión pública.

"Éste era el problema del Presidente" escribió el contraalmirante Robert A. Theobald, quien se encontraba al mando de los destructores en Pearl Harbor, "y su solución se basó en el simple hecho de que para protagonizar una pelea, hacen falta dos, pero uno de esos dos tiene que empezarla".

"Ese puñado de hombres, venerados y honorados por millones de personas" escribe Toland "se convencieron a sí mismos de que era necesario faltar al honor por el bien de la nación y provocaron la guerra que Japón había tratado de evitar".

Pero ¿por qué? ¿Por qué tuvo Roosevelt la sangre fría de permitir el bombardeo de Pearl Harbor? "Por el bien de la nación..." o más bien "No me importa cuántos de nuestros hombres caigan mientras mueran japoneses". Es realmente triste que eligiéramos como presidente a un hombre hasta tal punto perturbado y siniestro.

Matt