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Internacional

28 de abril del 2003

La hora de los halcones

Víctor Flores Olea

¿Cuáles son los argumentos de los halcones incrustados en Washington que empujan a una nueva guerra? En primer lugar -la Gran Razón- lograr la reelección de George W. a la Casa Blanca que hoy, si vemos las encuestas, parecería asegurada. Pero faltan 18 meses para la hora de la verdad, y en ese tiempo podrían pasar muchas cosas, y antes que nada en lo económico, que de pronto aparece como una debilidad o un vendaval capaz de arrasarlo todo.

Pero los halcones no se duermen en sus laureles y afinan sus garras y argumentos para seguir empujando a Bush a nuevas aventuras que lo mantendrían en la cima. Su operación es ideológica y fundamentalista y, logrados los nuevos éxitos, por necesidad se resuelven los demás problemas que a sus ojos son laterales.

Por supuesto que empujan ya al ataque a Siria, con la idea de convertir esta nueva guerra en una especie de extensión de la guerra a Irak. Obviamente los argumentos que comienzan a difundir los medios no faltan: Siria almacena armas de destrucción masiva, químicas y biológicas. Además, patrocina a los grupos terroristas más agresivos del Medio Oriente, como Hamas y Hezbollah. Resulta entonces intolerable que sea gobernada por un dictador antidemocrático que, por añadidura, ejerce todavía la intervención del Estado en la economía. El mandato "moral" de los halcones de Washington es claro: terminar con esta especie de rufianes imperdonables.

Claro está: resulta lo de menos que las acusaciones respondan a la verdad. Lo importante es la publicidad y seguir machacando y convenciendo al gran público de que el "espectáculo" anunciado sigue adelante y que estará presente día y noche en todos los circuitos electrónicos, digitales e impresos de la comunicación moderna. Al fin que la memoria es corta: quién recuerda ya a Bin Laden y a sus talibanes, apenas se recuerda a Saddam Hussein y a sus armas de destrucción masiva que no han sido encontradas y que ahora Estados Unidos se opone tajantemente a que las siga buscando el equipo técnico de la ONU, encabezado por Hans Blix. Tarea de la ONU -recordémoslo- que fue decidida unánimemente por el Consejo de Seguridad.

Hans Blix, ¡por fin!, ha protestado públicamente diciendo que no sería extraño que los integrantes de la coalición "plantaran" las armas que no han sido halladas para justificar la invasión a Irak. y que no son políticamente confiables ni imparciales los expertos anglo-estadounidenses. También proclama Blix que los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña dificultaron los trabajos técnicos del grupo de la ONU, que procuraron desacreditarlos y que la coalición falsificó documentos y pruebas que pretendían "demostrar" la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Y que el autor de estas falsificaciones podría ser la CIA. Más vale tarde que nunca pero por supuesto hay aquí materia para otro escándalo internacional. Aún cuando después de la desvergüenza de la violación del derecho internacional en esta guerra ¿quién repara en minucias?

Robert Reich, el famoso economista que fue durante un tiempo Secretario del Trabajo de Bill Clinton, nos dice que la guerra contra Siria continuará distrayendo la atención del público sobre los problemas de una economía gravemente deprimida que "entre febrero y marzo de este año perdió casi medio millón de puestos de trabajo, hecho atroz que no atrae la mirada pública mientras la guerra o las guerras sigan ocupando las ocho columnas de los periódicos".

El propio Reich nos dice (Los Angeles Times, 18 abril) que la "amnesia continuará y que Estados Unidos, con los halcones en control del poder, en su guerra preventiva contra Irak apenas ejecutaron la primera fase de una más amplia estretegia preventiva en el Medio Oriente: para 'estabilizar' la región -aquí habla irónicamente Reich, remedando el lenguaje de los halcones- es necesario eliminar a los crueles déspotas y asegurarnos de que los terroristas no tengan acceso a las armas de destrucción masiva: es por ello que debemos trasladarnos cuanto antes hacia el oeste, hacia Siria".

Un buen número de comentaristas señalan a Paul Wolfowitz, Condolezza Rice, David Rumsfeld y Dick Cheney, el Vicepresidente de Estados Unidos, como los "jefes de fila" de los halcones del gobierno Bush. Con una corte que comprende a "intelectuales" de la "talla" de Richard Perle, Elliot Abrams (condenado hace años por el affaire Irán-contras), Douglas Feith y otros. Obviamente sería imposible consignar aquí un mínimo retrato biográfico de cada uno de ellos, aunque los observadores coinciden que en ese grupo, y en sus asesores se han generado las tesis que ha asumido George W. Bush para gobernar a Estados Unidos. Tal grupo sería el creador de la tesis de la "guerra preventiva y perpetua" que "obligaría" a Estados Unidos a actuar a la menor señal de desacuerdo de otras naciones, y a mantener "para siempre" la superioridad militar, asegurando su capacidad de intervenir simultáneamente en dos o más puntos del planeta, si fuera necesario.

Por supuesto que este cerrado grupo de halcones también está dispuesto a librar rudas batallas burocráticas al interior del propio gobierno. Newt Gingrich, quien fuera líder de la Cámara de Representantes, ha pedido una completa reestructuración del Departamento de Estado, en el fondo planteando una purga de los diplomáticos de carrera, entre los cuales abundarían "liberales" que serían hoy en Estados Unidos una fauna casi comparable a los comunistas de Joe MacCarthy de hace cincuenta años.

Gingrich forma parte de la influyente Junta de Asesoría de Defensa cercana al grupo que jefatura al Pentágono. Esta cacería de brujas en contra del cuerpo diplomático, tramado en el Pentágono, está evidentemente dirigido a eliminar del escenario a Colin Powell que, a pesar de su muy dócil pliegue a las políticas de los halcones, no le perdonan algunas "veleidades" que para ellos significaron piedras en el camino. Gingrich caracterizó al Departamento de Estado como "un instrumento diplomático roto que apoya a dictadores, fracasa en hacer que avancen los intereses estadounidenses en el mundo y debe ser derrocado". (Jim Cason y David Brooks, La Jornada, abril 23).

No le perdonan a Colin Powell, por ejemplo, que haya permitido llevar el asunto de la guerra a Irak a la ONU, cuyo Consejo de Seguridad aprobó a la unanimidad la resolución que creó un cuerpo de inspectores que debía explorar en ese país la existencia de las armas de destrucción masiva. Resolución que, a la postre, resultó el mayor obstáculo para que la comunidad internacional respaldara la invasión a Irak. No le perdonan tampoco que no haya conseguido al final de cuentas los votos necesarios para emprender una guerra "autorizada", y tampoco el hecho de que haya fracasado en lograr el permiso de Turquía para el libre tránsito de los ejércitos de la "coalición". Y muchas otras cosas por las que Colin Powell deberá pagar la factura que ya le presentan los halcones de su partido.

La paradoja es que el general y diplomático, que se sumó incondicionalmente a los "locos" del gobierno Bush, como él mismo los calificó hace unos meses, no parece haber salvado el pellejo. La moraleja es que, a pesar de todas las maniobras de que seguramente es capaz un político experimentado en los laberintos burocráticos de Washington, como Colin Powell, el personaje ha quedado disminuido, vulnerado. Y es que con los halcones y su fundamentalismo no hay medias tintas: "o se está con ellos o contra ellos", que es la misma vara con la que han medido a sus "disidentes" mundiales.

Tan risible la situación que Colin Powell, después del ataque, se apresuró a su vez a "castigar" verbalmente a Francia, por haberse opuesto a Estados Unidos en su guerra contra Irak. Francia "se enfrentará a consecuencias y Estados Unidos revisará sus relaciones con Francia", dijo esta semana. De paso recordemos que los halcones del Pentágono fueron uno de los grupos más "ofendidos" por la posición francesa en el Consejo de Seguridad, hasta el punto de que Donald Rumsfeld aplicó calificativos vejatorios a la "Vieja Europa" (para el caso representada por Francia y Alemania), al mismo tiempo que exaltaba las virtudes del "Nuevo Mundo" encarnado por Estados Unidos. Ridículo papel el de Colin Powell, queriéndose congraciar "oportunistamente" con sus colegas de gabinete que ostentan el poder real, cuando éstos tienen un proyecto de dominación planetario que trasciende las relaciones personales. Y que, todo indica, pasa por encima del cadáver del Secretario de Estado.

Así han desplegado últimamente sus alas los halcones de Washington, y debemos presumir que seguirán desplegándolas agresiva e ilimitadamente. Todo ello a costa del mundo y del ingreso de nuestras sociedades a una era en que inevitablemente oscilaremos entre el fascismo y el macartismo más siniestros.

Claro está, en la mirada homicida de los halcones está también Cuba, que tiene su propio lobby de delincuentes encabezado por personajes como Otto Reich y la pandilla mafiosa de Miami. Su objetivo continúa centrándose en la reconquista y recolonización de la isla, y en la liquidación despiadada de los avances sociales de la Revolución. Y tal cosa significaría una intolerable regresión de la historia de América Latina. Por eso, a pesar de posibles diferencias, hemos de defender "hasta siempre" esas conquistas, como dijo ayer en un soberbio artículo Pablo González Casanova (en La Jornada).