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Internacional

8 de marzo del 2003

¿Quién es míster Blix?

Alejandro Nadal
La Jornada
Una anécdota recorre el Pentágono y los pasillos de Naciones Unidas. Cuando Hans Blix fue director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), entre 1981 y 1997, los iraquíes lo engañaron mil veces. ¿Por qué pensar que esta vez no lo van a sorprender? Esta anécdota es de los años en que Blix fue apodado Mister Magoo por las omisiones de sus inspectores en Irak. Sólo a fines de 1991 se pudo conocer el alcance del programa nuclear de Saddam Hussein. Entre 1991 y 1998 los inspectores de Naciones Unidas destruyeron todos los componentes de ese programa.

Pero es injusto tratar a Blix de Magoo porque sólo es la encarnación de un proceso plagado de contradicciones. Si el régimen global de no proliferación de armas nucleares está en bancarrota no es culpa de un simple funcionario, simpático, pero miope.

En el fondo, el régimen de no proliferación se construyó sobre una ficción y un marco regulatorio absurdo. La ficción es el intercambio de promesas: los países sin armas nucleares que firmen el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) prometen no adquirirlas, mientras las potencias nucleares prometen trabajar en favor del desarme.

El régimen regulatorio de este acuerdo es absurdo porque supone que el OIEA puede ser simultáneamente promotor de la industria nuclear y vigilante que controle la no proliferación.

Resultado de esta contradicción es el programa nuclear de Irak. En 1973 Bagdad adquirió un reactor experimental de 40 megavatios, equipo y una planta para producir y reprocesar combustible nuclear, bajo los auspicios del OIEA, ya que Bagdad había firmado el TNP. El objetivo era dotarse de la capacidad de producir plutonio para usos militares. El secreto pudo guardarse hasta 1991.

La ayuda canalizada por conducto del OIEA benefició a proveedores suecos, alemanes, franceses y rusos de materiales y tecnología nuclear. En la década de los años 80 Irak pudo adquirir tecnología, equipo y material nuclear, siempre bajo los auspicios o la intermediación del OIEA. Nadie quiso preguntar por qué Irak, país con el segundo lugar en reservas de petróleo, debería generar electricidad con plantas nucleares. Lo mismo estaba sucediendo con el vecino Irán.

El régimen de no proliferación se erosionó hasta quedar como reliquia, porque las potencias nucleares nunca cumplieron con el compromiso de eliminar sus arsenales nucleares. Por el contrario, los hicieron más letales y su tecnología sigue buscando usarlos en conflictos más limitados. No por otra razón Estados Unidos se niega a ratificar el tratado de prohibición total de pruebas nucleares.

Los intereses de la industria nuclear siempre prevalecieron sobre los objetivos de la no proliferación. Cualquier modelo de difusión de innovaciones podía predecir el resultado: la tecnología nuclear militar está ahora por todos lados.

La resolución 687 del Consejo de Seguridad vincula de manera explícita el desarme de Irak con la creación de una zona libre de armas de destrucción masiva en la región. Para Estados Unidos eso no se aplica a Israel, país con más de 200 cargas nucleares, y cuyos aviones y misiles cuentan con capacidad nuclear. Sólo Irak debe desarmarse, aunque no tenga armas de destrucción masiva.

En un seminario realizado en México durante 1996, Hans Blix habló sobre las contribuciones de la energía nuclear al desarrollo sustentable. En su discurso elogió la aportación de la diplomacia mexicana al régimen de control de armamentos. Pero un año antes, ese componente de la política exterior había sucumbido, víctima de la sumisión de Zedillo y Gurría. En efecto, en 1995 se celebró la conferencia sobre la terminación o extensión indefinida del TNP. México llegó de rodillas, gracias a otra de las concesiones de Zedillo a cambio de la ayuda del Departamento del Tesoro para enfrentar la crisis de 1994-1995.

En esa conferencia se perdió la esperanza de fortalecer el régimen de no proliferación y exigir a las potencias nucleares avanzar hacia el desarme. Sólo se mantuvo el disfraz y la hipocresía que hoy es pretexto para desencadenar la guerra en Irak.

Este conflicto sentará varios precedentes peligrosos. Pero una cosa es cierta: cada vez está más cercano el día en que se utilicen nuevamente las armas nucleares. Israel ha ido revisando su doctrina nuclear, y Pakistán e India también son buenos candidatos para abrir este juego. La ambigüedad con la que la administración Bush ha rodeado deliberadamente el empleo de su arsenal nuclear, aun en conflictos limitados regionalmente, tampoco augura nada bueno.

Al emitir su voto en el Consejo de Seguridad, el gobierno de México debe evaluar estos antecedentes y desechar las amenazas del embajador estadunidense. En cambio debe recordar la sentencia de Einstein: nos encaminamos a una catástrofe sin paralelo porque la liberación de la energía del átomo ha cambiado todo, menos nuestra forma de pensar.