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Internacional


25 de octubre del 2003

Irak y la ONU: hora de pagar los platos rotos

Noam Chomsky
La Jornada
Enfrentado con notables desaciertos en su ocupación militar de Irak, Estados Unidos ha pedido a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que pague algunos de los costos. El Consejo de Seguridad del organismo mundial aprobó de manera unánime una resolucion estadunidense-británica, pero con reservas.

China, Francia y Rusia, miembros permanentes del Consejo de Seguridad, se opusieron a la resolución y no han ofrecido ni tropas ni más dinero pero, junto a Alemania, Pakistán y otros, se sometieron a la presión estadunidense para preservar una simbólica unidad.

Las graves divisiones continúan, especialmente cuando los ocupantes transferirán un explícito poder político a los iraquíes. La respuesta mixta a la resolución refleja un historial, por parte de Washington, de ejercer la mano dura hacia la comunidad internacional y hacia Naciones Unidas.

La guerra en Irak, liderada por Estados Unidos, se concretó sin el respaldo de la ONU. Washington actuó según su Estrategia Nacional de Seguridad anunciada por el gobierno del presidente George W. Bush en septiembre de 2002, que afirmó el derecho a usar la fuerza, de manera unilateral de ser necesario, contra un presunto enemigo.

Esa estrategia causó preocupación y temores a escala mundial, inclusive entre la elite de política exterior en casa. Se pensó que era una versión bastante peligrosa de la máxima de Tucídides, de que "las grandes naciones hacen lo que desean, y las pequeñas naciones aceptan lo que deben".

De manera reiterada, cada vez que Naciones Unidas cesa de servir de instrumento de Estados Unidos, Washington la descarta.

Por ejemplo, el año pasado el Comité de Desarme y Seguridad Internacional de la ONU adoptó una resolución que propuso medidas más fuertes para evitar la militarización del espacio, y otra para reafirmar el Protocolo de Ginebra, de 1925, contra el uso de gases venenosos y de guerra bacteriológica. Ambas resoluciones fueron aprobadas de manera unánime, con dos abstenciones: las de Estados Unidos e Israel. En la práctica la abstención de Estados Unidos es lo mismo que un veto.

Desde la década de los 60 Estados Unidos ha sido el líder en el veto a resoluciones del Consejo de Seguridad, inclusive aquellos exigiendo a los estados que respeten la ley internacional. En segundo lugar figura Gran Bretaña. Mucho más atrás, Francia y Rusia.

Pero inclusive ese registro no es preciso, pues el enorme poder de Washington con frecuencia obliga a debilitar resoluciones a las que se opone, o mantiene completamente fuera de la agenda materias de enorme importancia.

El uso rutinario del poder de veto por el campeón del mundo es generalmente ignorado o desestimado en Estados Unidos, o en ocasiones elogiado como una defensa de principios por un hostigado Washington.

Pero esa actitud no es interpretada como capaz de erosionar la legitimidad y credibilidad de Naciones Unidas, aunque claramente lo hace. En cambio, la negativa de otros a seguir el camino trazado por Estados Unidos es vista como un problema, un despliegue de arrogancia que conquista pocos amigos.

Por medio del debate de la ONU sobre Irak, Washington ha insistido en su privilegio a actuar de manera unilateral. Por ejemplo, durante una conferencia de prensa el 6 de marzo, el presidente Bush señalo que existía sólo una cuestión: ''¿se ha desarmado el régimen de Irak completa e incondicionalmente, tal como lo requería la resolución de la ONU 1441, o no?' Pero de inmediato aclaró que la respuesta no importaba, pues "cuando se trata de nuestra seguridad realmente no necesitamos el permiso de nadie".

Por tanto, las inspecciones de la ONU y las deliberaciones del Consejo de Seguridad del organismo fueron una farsa, e inclusive el acatamiento total y verificado de que Irak no poseía armas de destrucción masiva fue considerado irrelevante. Estados Unidos estaba dispuesto a imponer el régimen que se le antojase en Irak aun cuando Saddam Hussein se hubiese desarmado totalmente. Por cierto, inclusive si Saddam y su familia decidían abandonar el país, tal como el presidente dijo en la Cumbre de las Azores en vísperas de la invasión.

Cuando el ejército de ocupación fracasó en su tarea de descubrir armas de destrucción masiva, el gobierno cambio su actitud. En lugar de hablar de ''absoluta certeza'' acerca de la existencia de armas, indicó que Estados Unidos tenía el derecho a actuar contra cualquier nación que intentara siquiera desarrollar esas armas.

Bajar los requisitos a fin de apelar a la fuerza es la consecuencia más significativa del colapso de la proclamada razón para la invasión. En la actualidad, el tema principal es quién gobierna Irak. Muy pocos creen que Estados Unidos pueda establecer un gobierno al que se permitirá ser independiente.

Por tanto, la opinión pública mundial está en favor de que Naciones Unidas se haga cargo, tal como la opinión publica estadunidense, según encuestas hechas desde abril por el Programa de Actitudes Políticas Internacionales de la universidad de Maryland.

La opinión iraquí es difícil de juzgar, pero una reciente encuesta de Gallup hecha en Bagdad indica que la figura extranjera con la evaluación más favorable es el presidente de Francia Jacques Chirac, muy por encima de Bush o del primer ministro de Gran Bretaña, Tony Blair. Chirac fue, por supuesto, el más prominente crítico internacional de la invasión.

Mediante todos esos cambios en las justificaciones y pretextos, un principio se mantiene inquebrantable: Estados Unidos debe tomar el control efectivo de Irak bajo cierta fachada democrática si eso es factible.

Las líneas básicas del pensamiento de Estados Unidos fueron ilustradas en la carta organizativa de la Administración Civil del Irak de Posguerra. Hay 16 cuadros, cada uno conteniendo un nombre y la designación de la responsabilidad que le compete. Eso va desde el enviado presidencial Paul Bremer al tope (quien responde ante el Pentágono), hacia abajo. Siete son generales. La mayor parte del resto son funcionarios del gobierno estadunidense. Abajo de todo, en el cuadro 17, de una tercera parte del tamaño de los otros, sin nombres y sin funciones, se lee: ''asesores de ministerios iraquíes''.

Bush ha buscado compartir los costos, pero no el poder, en el Irak de la posguerra. Para él, Washington debe hacerse cargo. No Naciones Unidas, o el pueblo iraquí.

© Noam Chomsky 2003. Distribuido por The New York Times Syndicate