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Internacional

7 de enero del 2003

Mentiras para antes (y después) de una guerra

Higinio Polo
Rebelión

La preparación de una agresión militar, la creación de un clima de guerra, precisa casi siempre de la mentira, de la intoxicación servida por los grandes medios de comunicación. Esas mentiras, aireadas por la televisión y por la prensa de difusión masiva, tienen detrás a cómplices del engaño y a intelectuales cuya función es la elaboración del discurso y, a veces, la directa creación de la mentira. En ocasiones, forzados por la abulia o la costumbre, muchos periodistas apenas se limitan a repetir las mentiras que llegan desde el poder, pero casi siempre acaban adoptando el discurso de los que mandan. Por eso, ante la guerra que Estados Unidos prepara contra Irak, viendo a algunos intelectuales y periodistas que en estos meses se hacen eco del belicismo de la Casa Blanca y cuya actitud trae a la memoria el folleto que escribió Paul Nizan y que tituló Los perros guardianes, cabe preguntarse por la veracidad de la información que nos suministran. Detrás, otra vez, encontramos las mentiras.
Mienten ahora, y volverán a hacerlo: no es difícil aventurar que, si es preciso, los Estados Unidos presentarán nuevas pruebas falsas, difundirán más embustes e información manipulada. De hecho, esa actitud es una constante de su política exterior desde hace muchas décadas. Washington cuenta para ello con la complicidad de los grandes medios de comunicación, con la insistencia con que aturden con nuevas noticias, sepultando otras, con la falta de informaciones contrastadas y con la ausencia de una prensa democrática y plural. Cuentan, también, con la escasa memoria de los ciudadanos. Así, la nueva crisis con Irak, creada artificialmente una vez terminada en lo esencial la campaña norteamericana en Afganistán, y la preparación del adecuado clima de guerra, se inicia tras el verano de 2002: unos meses atrás la situación en Irak apenas era noticia, pero el cambio de las prioridades norteamericanas ha situado a Bagdad en el primer plano. Para conseguirlo, se precisaba la difusión de nuevas mentiras.
El complejo propagandístico que las crea tiene una larga experiencia. Una de las más eficaces mentiras servidas al mundo fue la del descubrimiento de las fosas comunes en Timisoara, en 1989, en la Rumania de Ceaucescu. Las televisiones mostraron fosas comunes que contenían, a juzgar por las imágenes, centenares de cadáveres de personas a las que habían torturado antes de morir. Muchas de las informaciones especulaban con la posibilidad de que fueran el resultado de enfrentamientos de los ciudadanos con la policía, de choques armados. El mundo se conmovió, y las protestas, la exigencia de responsabilidades, dieron la vuelta al planeta. Las noticias creadas en Occidente llegaron también a Rumania: la población rumana llegó a creer que en Timisoara se había producido una matanza de dimensiones inimaginables en Europa. Meses después, cuando los objetivos políticos de la manipulación ya se habían conseguido, investigadores independientes comprobaron que en Timisoara no se había producido ninguna matanza, y que las imágenes mostradas eran las de personas desenterradas, muertas en accidentes, cuyos cuerpos mostraban las heridas de las autopsias que les habían practicado. Pero si la matanza de Timisoara dio la vuelta al mundo, no ocurrió lo mismo con el descubrimiento de la mentira. La gran mentira, útil para la desestabilización de Bucarest, reveló también su utilidad en el exterior: cuando el mundo estaba pendiente de Rumania, los Estados Unidos invadieron Panamá, bombardearon la capital del país, asesinando -según las distintas fuentes- a unas tres mil personas. No hubo imágenes de matanzas en las televisiones y Washington nunca aceptó su responsabilidad. Nadie pudo conmoverse porque la información sobre Panamá fue censurada y, después, sepultada. Hasta hoy.
La preparación de la guerra contra Irak en 1991 siguió similares patrones de manipulación informativa. Combatir la invasión de Kuwait por Sadam Hussein era un buen pretexto para aumentar la penetración norteamericana en Oriente medio, pero Washington debía preparar a su propia población y al mundo para una nueva guerra en el exterior. Así, la televisión ofreció el testimonio de una supuesta enfermera de Kuwait que declaraba que los soldados iraquíes habían entrado en su hospital y arrojado a los recién nacidos por los suelos, para robar las incubadoras. Aquella enfermera que contaba, conmovida, las atrocidades de las tropas de Sadam, era la hija del embajador de Kuwait en Washington y jamás había trabajado en un hospital. Se crearon también imágenes de kuwaitíes luchando con armas en la mano contra los soldados de Bagdad, para que fueran retransmitidas por la televisión; imágenes que en realidad se habían rodado en el estado norteamericano de Nuevo México, con tanques iraquíes de cartón, con la astucia de que las imágenes tuvieran una deficiente calidad para que el público creyese que habían sido rodadas en el fragor de los combates, con medios escasos. Las mentiras consiguieron sus objetivos.
Algo parecido ocurrió en Yugoslavia, con el tratamiento de la guerra civil y con la deliberada destrucción de la antigua federación yugoslava, azuzando los nacionalismos, mostrando matanzas que, en última instancia, sólo buscaban justificar la intervención occidental para asegurar el retroceso de la influencia rusa en la región. Hasta el moderado Gorbachov declaraba que Occidente estaba empujando a Rusia a una nueva guerra fría. También en Kosovo utilizaron las mentiras, llegando a presentar ante el mundo a un grupo terrorista como el UCK, armado y financiado por Washington, como un movimiento de liberación nacional. Las mentiras en Kosovo han sido puestas de manifiesto por Michel Collon, pero sus denuncias no alcanzan la difusión que tienen las mentiras. El juicio de Milosevic o la declaración del jefe de los servicios secretos de Serbia han tenido igualmente un tratamiento revelador: si antes Milosevic estaba en el centro de todas las informaciones, ahora parece no existir.
Washington afirmó que en Kosovo habían muerto "decenas de miles de personas" para justificar la agresión a Yugoslavia, realizada sin ningún mandato de la ONU. Después, las fuentes de las propias Naciones Unidas redujeron a tres mil las víctimas, contando las habidas en los enfrentamientos con la guerrilla albanesa y en los ataques aéreos de la aviación norteamericana. De igual forma, Estados Unidos afirmó que no intervenían en Albania y ahora sabemos que han convertido el país en un virtual protectorado, donde la embajada norteamericana cuenta con más poder que la presidencia de la república. Pero, ¿quién recuerda a Albania? En las crisis internacionales o en asuntos casi domésticos, Washington recurre sistemáticamente a la mentira: dijeron que juzgarían a los militares norteamericanos que causaron la tragedia del teleférico de Cermis, en el norte de Italia, con numerosas víctimas mortales, pero los responsables fueron absueltos por un tribunal militar. Afirmaron que los marines que violaron a una muchacha menor de edad en la isla japonesa de Okinawa serían castigados, pero el almirante de la flota norteamericana, un bronco patriota, se burlaba después de las protestas presentadas por Tokio. Adujeron que el Ehime, el barco japonés hundido por un submarino nuclear norteamericano, había sufrido un accidente: en realidad el submarino nuclear Greeneville era guiado por civiles que jugaban a la guerra, y había sido el almirante Richard C. Macke el que había organizado aquel viaje con civiles: el mismo amable marino que ya había ofendido a Japón con el asunto de la niña de doce años que fue violada por soldados norteamericanos en Okinawa. Mienten demasiado, mienten incluso sobre sus propios éxitos, como ocurrió en la guerra del Golfo.
El terrorismo organizado por Washington, ayer en el Líbano y hoy en Afganistán o en Yemen, es hipócritamente calificado como lucha contra el terrorismo, de manera que las matanzas de civiles en Afganistán son rápidamente sepultadas y apartadas del primer plano de la actualidad. El 1 de julio pasado, por ejemplo, masivos bombardeos norteamericanos en los alrededores de Kakrak causaron 54 muertos. Casi todos eran mujeres y niños. Washington anunció que había sido un error y que investigaría los hechos: el mundo todavía espera los resultados de la investigación. Lo mismo ha sucedido con la feroz matanza de miles de prisioneros afganos en la cárcel de Mazar-i-Sharif, o con la matanza de Miazi Jala. Es revelador que, en las informaciones occidentales, se siga repitiendo la fórmula del invasor soviético para el Afganistán de los años ochenta, mientras que las tropas norteamericanas que hoy ocupan el mismo país y que han impuesto a un títere como Karzai como presidente-dictador, sean presentadas como "tropas liberadoras", aunque las mujeres continúen siendo relegadas y los señores de la guerra sigan esclavizando el país igual que los talibán.
Washington esparce por todas partes sus mentiras. Las recientes y sospechosas informaciones difundidas por la prensa internacional -cuyo origen se encuentra en las oficinas de intoxicación norteamericanas- anunciando que Corea del Norte dispone de un plan de armamento nuclear con el que "pretende poner en peligro a Corea del Sur, Japón y a los 100.000 soldados estadounidenses desplegados en el noreste de Asia", apenas podían ocultar sus propósitos. Curiosamente, la masiva presencia militar norteamericana en decenas de países del mundo no es objeto de extrañeza para los grandes medios de comunicación. Informaciones como la supuesta "cumbre terrorista" en la triple frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay, filtradas por el Pentágono con base en supuestos "informes argentinos" y aireadas por la CNN, son otra mentira destinada a aumentar la intervención norteamericana en el sur de América Latina, a semejanza de lo realizado con Colombia. Otro tanto puede decirse de la crisis creada en junio de 2002, cuando Estados Unidos acusó a Cuba de fabricar armas biológicas, sin ninguna prueba. Las acusaciones no sólo fueron desmentidas por el gobierno cubano, sino que el ex presidente norteamericano Carter declaró que en todas las entrevistas realizadas por él mismo con miembros del gobierno de su país nunca le dijeron que contasen con pruebas de lo que afirmaban. La burda mentira llevó a Carter a realizar unas declaraciones desmintiendo al gobierno de su propio país, desde el mismo edificio en que Washington afirmaba que los cubanos fabricaban las armas biológicas. El propio Colin Powell tuvo que desmentir la infamia, forzado por las evidencias.
En la preparación de la guerra contra Irak se siguen los mismos patrones de la mentira. Tony Blair afirmaba, antes de una de sus entrevistas con Bush en el rancho tejano del presidente, que disponía de "pruebas detalladas" que demostraban que Irak contaba con "capacidad nuclear" y que estaba desarrollando nuevas armas químicas y biológicas, pero eludía mostrarlas. Las supuestas conexiones de Irak con Al Qaeda, filtradas a los medios informativos, y publicadas en periódicos internacionales, nunca se han presentado. Incluso llegaron a filtrar, y así fue publicado, que Mohamed Atta - uno de los protagonistas de los atentados de Nueva York- se había reunido en Praga con un miembro de los servicios secretos iraquíes: el gobierno checo, pronorteamericano, tuvo que negar la información, asegurando que ni tan siquiera Mohamed Atta había entrado en su país. Noticias semejantes han sido ofrecidas insistentemente a la prensa para demostrar la relación de Irak con los atentados de las Torres Gemelas.
Las mentiras han sido denunciadas por el antiguo fiscal general de los Estados Unidos, Ramsey Clark, pero nada detiene la maquinaria de guerra: George Robertson, secretario general de la OTAN, llegó al extremo de mostrar ante la prensa un cartucho iraquí asegurando que, si Sadam Hussein lo llenase de ántrax, sería mortal. Pero la intoxicación viene de lejos: las desvergonzadas presiones de la CIA sobre el trabajo de los inspectores de desarme de la ONU en Irak fueron reveladas por Scott Ritter, inspector norteamericano de la misión, quién ha denunciado la actuación de la CIA y del gobierno de su país. Las anteriores inspecciones de desarme en Irak, dirigidas por la UNSCOM y por Richard Butler, quedaron desacreditadas por la infiltración de espías realizada por Washington, como admitió el propio secretario general de la ONU, Kofi Annan. El gobierno ruso denunció también la manipulación. Las pruebas eran tan abrumadoras que el gobierno norteamericano tuvo que reconocerlas, ante la denuncia de varios de los integrantes de los equipos de desarme, como Rolf Ekeus, que dirigió las misiones de desarme enviadas por la ONU entre el final de la guerra del Golfo y 1997. Scott Ritter dimitió como jefe de los inspectores de la UNSCOM en Irak, en agosto de 1998, como consecuencia de la manipulación de su propio país: afirmó que Washington utilizaba los equipos de la ONU para desarrollar actividades de espionaje militar.
Es a partir del verano de 2002, cuando Washington se dirige abiertamente hacia la guerra contra Irak. Informaciones filtradas a la prensa por los servicios secretos norteamericanos indicaban que disponían de "pruebas gráficas" de que Irak fabricaba armas químicas y bacteriológicas en las proximidades de Bagdad: en concreto, en las poblaciones de Daura, Taji y Faluja. Cuando, a finales de noviembre de 2002, los equipos de la nueva misión de la ONU, la UNMOVIC, realizaron inspecciones por sorpresa en los alrededores de Bagdad, no hicieron referencia a ningún hallazgo desagradable, como los anunciados en su día por Washington. Las pruebas que Washington decía poseer no fueron presentadas. Pero los objetivos de guerra continúan. A principios de septiembre, en una campaña perfectamente medida, el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, IISS, con sede en Londres y ligada a los poderes occidentales, hacía público un informe en el que aseguraba que Irak disponía de tecnología para fabricar armas atómicas. Tampoco ofrecía pruebas. En el colmo de los despropósitos, el IISS afirmaba que Bagdad tardaría años en conseguir la bomba atómica si tuviera que fabricar todos los materiales necesarios, pero que podría fabricarla "si recibiera esos materiales del exterior". Probablemente también podría hacerlo el Vaticano.
El 7 de septiembre, Bush, junto con Tony Blair, asegura que Irak estaba en condiciones de conseguir el arma nuclear "en seis meses", basándose en un informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica, que no había fijado tal extremo. Por el contrario, aquel informe esgrimido por Bush, realizado en 1998, afirmaba que no habían encontrado indicios de que Irak tuviera capacidad para iniciar programas nucleares. Ese mismo día, el presidente norteamericano declaraba a la prensa que su gobierno disponía de fotografías tomadas por satélite que demostraban la existencia de material nuclear en Irak. Los periódicos norteamericanos publicaron diligentemente las fotografías, que, sin embargo, fueron consideradas por Mark Gwozdecky, portavoz de la Organización Internacional de Energía Atómica, agencia dependiente de la ONU, como fotografías que habían sido examinadas por su organización y que no habían despertado ninguna sospecha. Ante el evidente chasco, el portavoz de la Casa Blanca intentó salir del paso afirmando que no es que Bush mintiese, sino que había hecho unas "conclusiones personales".
Un mes después, Bush afirmaba que Irak disponía de una importante "flota de aviones teledirigidos" con la que ¡podía atacar a Estados Unidos! Por las mismas fechas, Washington revelaba que en la reunión de ministros de Defensa de la OTAN, celebrada en Varsovia, se habían presentado pruebas sobre la complicidad entre Al Qaeda e Irak. Días después, cuando la ministra de Defensa francesa del gobierno conservador de París, Michèle Alliot-Marie, fue requerida sobre esas pruebas declaró que los representantes norteamericanos en la reunión intervinieron durante treinta minutos y que apenas dedicaron dos minutos a esa supuesta complicidad y que sus informaciones no aportaban ninguna prueba. Pese a ello, Washington continuó filtrando que el informe presentado en Varsovia por John McLaughlin, alto cargo de la CIA, mostraba pruebas "palpables y muy relevantes", y Donald Rumsfeld seguía declarando que tenía información sobre la conexión entre Al Qaeda y Bagdad.
A finales del mismo mes, Tony Blair presentaba su esperado informe oficial sobre la supuesta posesión del gobierno iraquí de armas de destrucción masiva: el Parlamento británico constató que no disponía de ninguna prueba, y que el informe presentado y distribuido por Blair para justificar la invasión militar de Afganistán -como la propia prensa británica indicó- era una "recopilación de informaciones conocidas y no actualizadas". Ese mismo informe había sido utilizado para presionar a diversos países en la obsesiva campaña política preparatoria de la guerra. El propio Al Gore, anterior vicepresidente de los Estados Unidos, admitía que su país no disponía de ninguna prueba de que Irak hubiese facilitado armas biológicas o químicas a grupos terroristas. Mientras tanto, el ministro de Asuntos exteriores iraquí, Naji Sabri, declaraba que "las armas nucleares y de destrucción masiva no se pueden esconder en el bolsillo" y anunciaba que si Blair disponía de información precisa de que su país disponía de ese tipo de armamento "invitaba a expertos británicos a que visiten Irak y digan al mundo dónde están". Pero nada es irremediable: el feroz secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, afirmaba, como si estuviéramos en un mundo al revés, que "la ausencia de pruebas no prueba la ausencia" de ese tipo de armamento.
El 7 de noviembre pasado Bush declaraba, en un encuentro con la prensa en la Casa Blanca, que no le gustaba un Sadam Hussein "con armas nucleares al alcance de la mano". En el mismo encuentro, afirmaba que "no deseaba invadir ni ocupar ningún país", y lo decía ¡en el preciso momento en que ya le habían presentado varios planes para la ocupación militar de Irak y cuando mantenía sus tropas ocupando Afganistán! El propio New York Times revelaba dos días después que Bush había aprobado un plan de guerra, antes de las decisiones en el Consejo de Seguridad de la ONU, que contemplaba masivos bombardeos sobre Irak, la utilización de 250.000 soldados y la ocupación del país. El Pentágono había puesto ante Bush dos opciones de guerra: el presidente norteamericano optó por la más devastadora. Ningún portavoz del gobierno norteamericano desmintió la información.
¿Es cierto que Sadam es un peligro? Es un dictador siniestro, sin duda, como pone de manifiesto la reciente declaración del Partido comunista iraquí, pero es grotesco pretender que un pequeño país empobrecido, que apenas tiene la mitad de la población española, sea un peligro para los Estados Unidos y para el conjunto de la humanidad. No es esa la razón de las mentiras de Washington: hay que buscarla en las dificultades de la economía norteamericana, en sus propósitos de dominio de Oriente Medio -y en la consiguiente dependencia estratégica de Washington de los países que compran los recursos energéticos de la zona-, en el nuevo mapa político de Asia central y en la contención de China; también, en los oscuros negocios petrolíferos del grupo que gobierna la Casa Blanca, en la reafirmación imperialista de Washington, en la consolidación de su predominio militar en el planeta y en el recurso a las inversiones militares y a la guerra como forma de reactivación económica.
Las que se han citado no son las únicas mentiras de Washington: podría escribirse un Tratado de la mentira si examinásemos con amplitud la hipocresía y la falsedad de las informaciones y argumentos utilizados por Washington en los últimos cincuenta años. Han desarrollado un perfecto círculo de mentiras. Ahora, Estados Unidos está organizando de nuevo escuadrones de la muerte, para asaltar Irak, de una manera más ambiciosa, más precisa, a como lo hace Sharon en Israel. A diferencia del pasado los escuadrones no son ya los siniestros y zafios grupos de tareas como los que, con su complicidad, en Argentina -por ejemplo- recorrían las calles de Buenos Aires en sus Ford Falcon. Hoy, son escuadrones de la muerte parapetados tras los Predator del ejército norteamericano, como en Yemen o en Afganistán. Un gobierno de plutócratas sin escrúpulos -el vicepresidente Cheney dispone de una fortuna de más de 100 millones de euros; el secretario de Defensa Rumsfeld, de más de 250 millones; el del Tesoro, Paul O'Neill, más de 115 millones, y el secretario de Estado, Colin Powell, más de 50 millones: y no son los únicos- está dirigiendo la mayor operación de rearme de la historia de la humanidad.
Parapetados tras las mentiras, los hombres de Washington preparan la guerra contra Irak, husmean la península de Corea, examinan las fronteras de China, y lo hacen con la misma ferocidad con la que, en febrero de 1939, Mussolini contestaba al conde Ciano, ministro italiano de Asuntos Exteriores, cuando éste le pedía instrucciones para actuar, tras explicarle que en Barcelona, con la ocupación de la ciudad por las tropas franquistas, se había detenido a muchos comunistas y anarquistas. Imperturbable, tal vez juzgando a Ciano algo pusilánime, el dictador fascista ordenó que los fusilaran a todos, recalcando que "los muertos no cuentan la historia."