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Internacional

22 de enero del 2003

Crisis general y militarización del imperio yanqui (2º parte)

Myrna Donahoe, Raúl Fernández y Gilbert González
DESLINDE

La situación económica mundial se caracteriza por una crisis económica generalizada que incluye a todos los grandes países capitalistas y de la cual no se sustrae el más poderoso: Estados Unidos. Este último trata de salir de ella por todos los medios, utilizando los métodos pacíficos cuando puede y la agresión brutal cuando la requiere. Su despiadado ataque contra el pueblo afgano, perpetrado en nombre de la lucha contra el terrorismo, comienza a atascarse en medio de la creciente oposición popular, mientras los jerarcas del imperio yanqui se aprestan a abalanzarse sobre otro pueblo postrado, el irakí. La fraseología sobre el libre comercio comienza a convertirse en algo del pasado, a medida que la Casa Blanca aprueba descaradas medidas proteccionistas. La lucha por el control del petróleo se destaca como el punto crítico de las contradicciones entre Estados Unidos, por un lado, y la Unión Europea, Rusia y Japón, por el otro. La resistencia contra las políticas del imperio norteamericano continúa aumentando y la arrogancia, prepotencia y militarismo norteamericanos promueven una creciente marea de descontento por todo el planeta.

Controlar el petróleo para controlar el mundo

La particularidad de lo que va del año 2002 es la tendencia creciente de Estados Unidos a usar la fuerza militar para controlar regiones y recursos estratégicos, negándoselos a sus posibles contrincantes. La dominación norteamericana se ha convertido rápidamente en la militarización del planeta. Esta tendencia es impulsada tanto por las necesidades del Imperio como por los menesteres domésticos ocasionados por la crisis económica. El caso más claro es el de las maniobras para controlar las fuentes más importantes del petróleo.

Con la excusa de la guerra contra el terrorismo, Washington tiene importantes destacamentos armados en Asia Central y Afganistán, zonas claves para dominar la importante cuenca petrolera del Mar Caspio. Empresas, principalmente norteamericanas y británicas, han invertido substancialmente en proyectos de extracción y oleoductos petroleros, lo que explica la rapidez con que Gran Bretaña se aprestó para apoyar la aventura yanqui en Afganistán, la cual comenzó con una aparente y rápida victoria de los invasores pero ha empezado a empantanarse. Ese país ha vuelto a caer en poder de numerosos señores de la guerra, con solamente una ciudad, Kabul, en poder de las tropas de ocupación. Lo precario de la situación se hace evidente en los frecuentes atentados contra los líderes impuestos externamente, como Karzai, y en los ataques armados contra los efectivos norteamericanos. El jefe del gobierno, Karzai, apenas sobrevive gracias a una enorme guardia personal integrada por las más seleccionadas tropas de elite estadounidenses. Fuentes independientes informan de considerables bajas entre las tropas norteamericanas. Es evidente que la invasión contra Afganistán está terminando en un fracaso, complicándosele a los invasores extranjeros. Ni siquiera se han coronado dos objetivos mínimos del ataque: la captura o muerte de Bin Laden y la captura del jefe del gobierno talibán.

Aunque se encuentra al borde del fracaso, la embestida contra Afganistán sólo fue el primer paso de una ofensiva militar generalizada, anunciada por el presidente Bush en su famoso discurso de enero de 2002, en el cual identificó a Irak, Irán y Corea del Norte como las próximas víctimas de la agresión militar. Ahora Estados Unidos se prepara para lanzarse contra Irak, situación en la cual varios factores juegan un papel importante, siendo sin duda el más significativo el petróleo.

Para comprender las dimensiones del problema petrolero, son útiles ciertos datos. Primero, por medio de sus empresas multinacionales, Estados Unidos y Gran Bretaña controlan 70% del petróleo producido en el Medio Oriente. Apenas 25% se encuentra en manos de los Estados de la región, entre ellos Irak. Japón depende por completo del petróleo de esa región. Europa Central importa casi 80% de su petróleo, y hasta hace poco casi todo del Medio Oriente. Recientemente, Rusia se convirtió en proveedor de petróleo y gas natural para Alemania. Además de tener una gran producción doméstica, Estados Unidos importa más petróleo de Canadá y México que del Medio Oriente. Japón, Francia, Alemania y otros países compran su petróleo de las "grandes hermanas", las compañías norteamericanas y británicas que lo refinan y comercializan. Las empresas estatales de Arabia Saudita y Kuwait trabajan en llave con las extranjeras; todo el petróleo de este último país lo manejan Gulf Oil y British Petroleum. Por su parte, el anhelo de Francia y Alemania ha sido disponer en esa región de una fuente de petróleo, sin que esté bajo el control de Estados Unidos e Inglaterra.

La guerra que Washington intenta desatar contra Irak es en realidad una guerra por controlar el suministro de petróleo de toda la región del Medio Oriente, incluyendo Asia Central. Esto aclara la conducta de diferentes actores en los últimos años: en la década pasada, Inglaterra apoyó sin tapujos -bajo Thatcher o bajo Blair- a Estados Unidos en la Guerra del Golfo y fue el primer país en colaborar con el Pentágono en la invasión a Afganistán, y hoy es portavoz de Bush en la embestida contra Irak. Ya durante la primera Guerra del Golfo, hace más de diez años, Alvin Toffler, el famoso "futurólogo" norteamericano, escribía que con el control del petróleo de la región "Estados Unidos estaba parado sobre las mangueras que controlan el suministro de energía de sus principales competidores". A su vez, en las tres ocasiones, Francia y Alemania se han mostrado reacias a participar en estas guerras promovidas para el obvio beneficio de Estados Unidos y en detrimento de la posición geopolítica europea. Es en este sentido que la guerra contra Irak constituye un conflicto de Estados Unidos contra Europa, Japón y otros de sus enemigos potenciales.

Otro dato importante es el de las reservas: después de Arabia Saudita, Irak tiene las segundas reservas mundiales probadas de crudo, mayores que las de Kuwait, Irán, Venezuela, Rusia, México y Estados Unidos. El control de la producción del petróleo irakí es obviamente de suma importancia: con la producción de Arabia Saudita, Kuwait e Irak en sus manos, las multinacionales norteamericanas podrían definir los precios y controlar la oferta mundial de combustible.

Desde 1998, cuando Saddam Hussein expulsó a los llamados "inspectores de armas de destrucción masiva", Europa y Rusia incrementaron sus relaciones económicas con Irak, al punto que en círculos diplomáticos se hablaba -hasta principios de 2002- de la suspensión de las sanciones contra Irak. Varios países, entre ellos Francia, Rusia y China, han emprendido proyectos de negociación con Irak para explotar su petróleo. La declaratoria norteamericana de guerra contra Irak busca reversar esa tendencia, apoderándose por la fuerza de ese país y arrebatándoles a otros países la oportunidad de aprovecharse del petróleo iraquí, a menos que apoyen la movida estadounidense.

La actitud de Estados Unidos es amenazar y chantajear abiertamente, declarando sin empachos que invadirá Irak y poniendo a sus "aliados" y a las Naciones Unidas a escoger entre dos alternativas: o apoyan la jugada, legitimándola, y entonces les dará alguna participación en el reparto del petróleo iraquí, o tendrán que encarar la superioridad norteamericana, poniendo fin al papel jugado por las Naciones Unidas y a las reglas internacionales vigentes. Y aun si la ONU apoya las demandas gringas e Irak acata nuevas inspecciones (como en efecto lo ha hecho), Estados Unidos mantendría su política de "cambio de régimen" y de "guerra preventiva". No puede ser de otra forma, porque lo que está en juego es el control absoluto del petróleo del Medio Oriente. Además, los dirigentes estadounidenses piensan que con la invasión a Irak sería más fácil controlar la insurgencia de los patriotas palestinos, los cuales contarían con un aliado menos en la región. Igualmente, con otra guerra en el Medio Oriente, Washington espera hacerse a una nueva serie de bases militares, fuera de las establecidas en los últimos diez años en Arabia Saudita, Kosovo, Asia Central, Kuwait, y Qatar. La ocupación de Irak le permitiría echarle un cerco a otra víctima anunciada, Irán, y serviría para retroalimentar la dolida economía doméstica estadounidense. En la guerra contra Irak, como en la anterior contra Afganistán, también queda claro que el principal interlocutor de Estados Unidos no es Europa, que queda tirada a un lado, sino Rusia, que como potencia petrolera, con una historia de influencia en la región y dueña de armas nucleares, todavía es tratada con alguna consideración por los guerreristas norteamericanos.

En lugar de ganar aliados, Estados Unidos se aísla cada día más

Mientras que después de los ataques contra las Torres Gemelas en Nueva York, Estados Unidos recibió una dosis de buena voluntad de todo el mundo, en el año transcurrido se ha convertido en el enemigo público número uno del planeta, al paso que se generalizan e intensifican las contradicciones que su imperio encara.

Durante el año pasado, y mientras mantenía su "guerra contra el terrorismo", Washington emprendió toda una serie de acciones que le ganaron el repudio de naciones, países y pueblos. Sus medidas proteccionistas causan descontento y represalias en Europa y otros lares. Simultáneamente, Bush ha optado por una vocación unilateral, repudiando - independientemente de su calidad- toda una serie de pactos sobre los cuales existe acuerdo internacional, como el tratado de Kyoto sobre el clima, la conferencia internacional sobre el racismo, la conferencia mundial sobre el desarrollo sostenible y, sobre todo, el repudio al Tribunal Penal Internacional. Estados Unidos se niega a aceptar normatividad alguna. Ningún militar norteamericano podrá ser juzgado por un tribunal internacional, así sea culpable de atrocidades contra la población en algún país del mundo. En palabras del escritor Carlos Fuentes, este año EE.UU. le ha dicho al mundo: "Mi soberanía es inviolable. La tuya no. O sea, en el mundo hay una regla para Estados Unidos y otra para los demás".

La reacción mundial frente a este tipo de actitud ha sido condenarla. Un comentarista de The Financial Times, vocero de la gran banca inglesa, se refirió al rechazo norteamericano del Tribunal Penal Internacional como "la disputa más peligrosa y divisiva entre Europa y los EE.UU. después del 11 de septiembre de 2001".

En cierto sentido, la actitud estadounidense es explicable, ya que en los últimos años sus servicios militares han estado implicados en una larga serie de crímenes y abusos contra los derechos humanos en todo el mundo. Basta enumerar las repetidas violaciones de jovencitas niponas en las bases norteamericanas en Japón; la muerte de turistas italianos en los Alpes, causada por un avión de combate norteamericano; la defunción de estudiantes japoneses, víctimas de las maniobras de un submarino yanqui; el bombardeo de la misión diplomática china en Yugoslavia; la colisión de un avión espía americano contra un avión de combate chino; el derribamiento por la CIA de un avión con misioneros en Perú; y las numerosas muertes por "daño colateral" en la reciente invasión a Afganistán.

Mientras tanto, la oposición a las política de globalización impulsadas por Estados Unidos continúa en todo el orbe: ha sido ejemplar la respuesta del pueblo argentino contra la pusilanimidad de presidentes lacayos del FMI y la banca internacional; en toda América Latina, particularmente en Brasil, los más diversos estamentos se levantan en contra del nuevo ministerio de colonias latinoamericano, escondido bajo el nombre de ALCA; el pueblo palestino continúa su lucha contra la ocupación israelita de sus territorios, manejada despiadadamente por el esbirro Sharon, a quien Bush llama "hombre de paz", recibiendo los palestinos la simpatía de las masas populares en el mundo islámico, donde la política de Sharon es vista como una prolongación de los planes de Washington para esa región del mundo.

Organizaciones internaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, se han pronunciado contra las violaciones estadounidenses de los derechos civiles y humanos de ciudadanos de origen árabe o musulmán, y la comunidad internacional se horroriza ante el tratamiento de los prisioneros en Guantánamo y las matanzas a mansalva de adversarios en Afganistán, violando las normas tradicionales de guerra. Y si hace tres años, en "el sitio de Seattle", Estados Unidos observó en su mismo seno la rebelión contra la globalización, en Johannesburgo el secretario de Estado Powel tuvo que escuchar los abucheos emitidos contra su país por delegados oficiales. Nunca antes se había visto en el mundo entero tan vasto sentimiento en contra de las políticas económicas y de expansión global de Estados Unidos.

Conclusión

Estados Unidos trata de consolidar su hegemonía mundial y resolver sus problemas económicos a través de la militarización del proceso de globalización. En los últimos años se han abierto nuevas bases militares en Ecuador, Bolivia, Brasil, Turkestán, Tayikistán, Afganistán, Arabia Saudita, Qatar, Kuwait, Kosovo, Aruba y Filipinas. Actualmente, el Pentágono planea establecer un nuevo "comando" (como el Comando Sur) en la isla de Sao Tomé -el "comando de Guinea"- para proteger la explotación petrolera en Nigeria, Angola y Gabón.

A nivel interno, se planea crear una nueva secretaría del gobierno federal para la seguridad interna -el Department of Homeland Security-, a un costo de 50 mil millones de dólares. Política e ideológicamente, Estados Unidos no se encuentra ante la crisis de los años treintas o en la situación de la década de los sesentas. En esas ocasiones, utilizó una política fiscal en la cual el Estado, a todos sus niveles, se comportaba como actor económico, montando empresas gubernamentales, construyendo carreteras y puentes e hidroeléctricas. Esta participación estatal en la economía es ahora anatema para los voceros del capital monopolista neoliberal; la única política fiscal no considerada una apostasía es el gasto militar. Claro que a la larga éste puede servir para profundizar aún más la crisis. Los gastos militares no poseen el efecto "multiplicador" de estimular otras inversiones en la economía, como lo pueden tener la construcción de una nueva central eléctrica o el mejoramiento de vías de comunicación. Gran parte del gasto bélico comprende la producción de proyectiles, que simplemente explotan y desaparecen, con un mínimo efecto de largo plazo sobre la economía productiva. Por otra parte, este gasto militar poco productivo puede empeorar la situación de una economía federal deficitaria, convirtiéndose en un bumerán en la medida en que prolongados déficit implican una presión sobre los mercados de capitales e incrementos de las tasas de interés, que serían un gran obstáculo para la recuperación económica.

En resumidas cuentas, Estados Unidos encara una situación en la cual las políticas monetarias no surten efecto y las fiscales se reducen a gastos militares (como solitaria paja a la que actualmente puede agarrarse la zozobrante economía estadounidense, lo cual los torna en la única salida inmediata al problema recesivo), agudizando la tendencia militarista de la política del Imperio.

El carácter general de la crisis, con todas las potencias capitalistas en precaria situación, intensifica la lucha por los recursos mundiales y por el control sobre regiones y zonas estratégicas, profundizando las contradicciones entre los antiguos aliados. Después de exprimirle a sus neocolonias latinoamericanas casi hasta la última gota de soberanía, Estados Unidos ahora aprieta más la rosca y la emprende -lanza en ristre- no ya sólo contra su empobrecido patio trasero sino también contra los países más avanzados del mundo, utilizando sin remilgos la fuerza de su poderío bélico.

Los esfuerzos estadounidenses muestran la creciente debilidad del Imperio; son las patadas de ahogado de un sistema corrupto y senil. Si bien una guerra contra Irak le proporcionaría un control táctico inmediato del petróleo regional, serían imprevisibles las consecuencias sobre sus relaciones futuras con Rusia, China y Europa. Los dirigentes de esos países continuarán buscando defender y expandir los intereses de sus respectivas naciones, lo que en las presentes circunstancias implica tratar de reducir por todos los medios el poderío norteamericano. Ejemplo: Rusia y Alemania continúan estrechando sus relaciones económicas y políticas. Cada acción estadounidense tendiente a mejorar su situación relativa produce su correspondiente consecuencia negativa. Ejemplo: el desespero gringo por explotar el mercado y la mano de obra barata en China, ocasionará un desbarajuste total en la economía mexicana, cuya industria maquiladora -productora de la mitad del total de 143 mil millones de dólares de exportaciones aztecas- comienza a desaparecer a medida que las multinacionales trasladan su ensamblaje hacia en gran país de Oriente.

El coloniaje militarista que la Casa Blanca pretende imponer al mundo no gozará de un camino tan fácil como el del imperio inglés en pasados siglos, al contrario, enfrentará a pueblos con un historial de lucha y resistencia contra los imperios coloniales. Una campaña militar contra Irak, y otras que seguramente se planean en Washington contra Irán y Corea, a la larga terminarán por socavar la economía estadounidense, tal como sucediera en la Unión Soviética.

La era de los "modelos" económicos tocó a su fin. Japón, que hace apenas doce años figuraba como el modelo a seguir en el mundo capitalista, hoy es un caso perdido. Las economías de los "tigres asiáticos" se vinieron al suelo. El milagro de la "nueva economía" de los años noventas se esfumó, encontrándose en el epicentro de la crisis actual. La pobreza se extiende por todo el mundo. Estados Unidos no dispone de ningún modelo nuevo al cual asirse. Sólo le queda intensificar su explotación y utilizar la agresión y la economía de guerra para tratar de mantener su dominio. La consecuencia que ya se ha comenzado a ver en los últimos meses será una oposición, igual de intensa y rápida, a la andanada gringa, oposición que abarcará hasta el último rincón del planeta.

* Profesores universitarios, Los Angeles, California