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La vieja Europa

21 de septiembre de 2003

Los tres mosqueteros

Antonio José Quesada Sánchez
Rebelión
Quien quiera que lea este título, visto lo visto hoy día, puede que esté esperando alguna historieta de hazañas bélicas en Irak por parte de los tres mosqueteros de su graciosa (a ratos cachonda) majestad. Como los de Dumas, estos tres mosqueteros no eran tres, que eran cuatro, porque también venía en el lote, como un D’Artagnan parlando italiano, Berlusconi. Uno para todos y todos para uno, sí señor. Por cierto, que il cavaliere se ha dedicado también, últimamente, a sacarnos de errores históricos y nos ha demostrado con solidez que eso de que Mussolini mató y tal no eran más que mentiras marxistas, que hay que ver lo que inventa esta horda canalla para deshonrar a un honesto padre de familia. Sciascia, los partisanos y toda la intelectualidad italiana progresista de postguerra estaban equivocados: que Mussolini no mataba, hombre, que pagaba vacaciones a los que no opinaban como él. Y los rojos enredando, como siempre: ˇque se vayan a Moscú!. Meno male che il nostro cavaliere me fa vedere la verità. O podemos planear mandar a los tres mosqueteros a Euskadi, a que ensarten en sus espadas a todo abertzale que mueva la cola detrás de alguna esquina. Se está fanatizando demasiado la situación... Hoy leo en la prensa que se critica el documental de Medem y se deja de asistir a su proyección por considerarlo "afín al PNV". Casi nada ya: ni siquiera verlo, para saber por propia mano si es un documental aceptable ideológicamente o el engendro fanático que presentan algunos. Incluso si fuera propaganda (que por lo que he visto, no lo es), no por ello es imposible que sea una obra maestra, y recuerdo ahora varias obras maestras propagandísticas además, "El triunfo de la voluntad" o "Casablanca" entre ellas. Me viene a la mente el poema de Nienmöller tal y como lo modificó Vázquez Montalbán: "primero fueron a por Batasuna, luego a por Egunkaria, después a por Muguruza, ahora a por Medem...". En fin, que parece que aspiramos a recitar algún día no muy lejano un parte de guerra que dijera algo así como que "en el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército abertzale, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado". Y podremos vender karne de abertzale en la Calle de Alcalá esquina con Parque del Retiro, junto a la boca del metro... Y Arzalluz y Egibar irán encadenados por el Paseo de la Castellana, en pleno desfile de la Victoria, y las banderas españolas ondeando en los balcones de todo Euskadi... En fin, que desvarío ya, me hace falta una lectura entretenida antes de volver a la lucha literaria más seria. Pero es serio esto que comento en tono de coña: en este tipo de cosas se sabe cómo se empieza, no cómo se acaba.
Buscaba entretenimiento y hombres de palabra (esto se ha perdido, eso de los principios, dar la palabra y todo eso: aquí ya vendemos a nuestro padre si lo compran a buen precio y, si nos sale más rentable, lo alquilamos por temporadas), y me uní a los tres mosqueteros. Cuando me dio por la novela negra creí que iba a ser la única literatura sonrojante que me atrajera. Y es que disfrutar a Hammett, Chandler, o al Vázquez Montalbán de Carvalho era pecado que había que disfrutar en privado, por el qué dirán. Un vicio solitario, como ése que durante años nacionalcatólicos reblandecía el cerebro de sus practicantes, según decían desde el púlpito. Igual de solitaria y privada que cierta literatura política: en estos días he leído también "Operación Ogro", de Eva Forest, pero con un ojo miraba por la ventana, temiendo que entrara Garzón con su gente y me empapelara por pertenencia a alguna banda armada de ésas que ahora abundan por todos lados (me han soplado, en confianza, que Boabdil alias "el Chico", realmente, no fue el último rey nazarí de Granada ni leches: no era más que un miembro cualificado de una célula de Al Qaida en España, que le debió su posición, en último término, a un tal Conde Don Julián, al que también Goytisolo conoce; pero no se preocupen, que ya están todos prestando declaración en Madrid).
Y entonces me recomendaron "El club Dumas", del Pérez Reverte que todavía se podía leer, según dice habitualmente un coleguilla que tengo. Me fascinó: trama interesante, con vetas negras en los diálogos, una viuda de buen ver en bragas que me subió la temperatura hasta a mi y un amor-pasión-negocio-necesidad-fatalidad por libros viejos de lo más interesante. En este libro vi por primera vez la cara de Dumas, en una foto que le hicieron con una amante terminal.
Y he querido comenzar a leer, a mis años, "Los tres mosqueteros". A los niños españolitos que crecimos con "Los tres mosqueperros" no nos es totalmente ajena la trama, pero tenía una inquietud al acercarme a Dumas: żno será esto como las paperas, que lo mejor es pasarlas de niño? żNo tendría yo que haber leído esto de niño y no ahora, cuando dos días sin afeitar me convierten ya en el hermano mayor de mi mismo (aunque un afeitado bien dado me reconvierte en mi sobrino carnal)? Bueno, pues a leerlo, me dije. No me fue fácil encontrarlo: mi hermano lo tiene pero es incapaz de encontrarlo (defecto familiar: cuando se acumulan muchos libros en muy poco espacio pasa esto: yo he sacado de biblioteca libros que tenía en casa, porque no sabía dónde). Y en las bibliotecas está entre los libros para niños, quizás porque el que lo catalogó también creción con "Los mosqueperros", como yo. Y es que cierro los ojos y puedo oír la música: "Eran uno, dos y tres / los valientes mosqueperros / Amis, Pontos, Dogos son / los tres mosqueperros. /El pequeño D’Artagnan / siempre iba con ellos / él ofrece su valor / y su corazón", o algo así. Recuerdo lo que me fastidiaba que terminara el episodio: fue la venganza de Dumas, que nos enganchó al folletín ciento cincuenta años más tarde. Ya no éramos lectores de Le Siècle, sino televidentes. Pero éramos inocentes ante el televisor, todavía sí. Y allá que nos sentábamos a ver a D’Artagnan y a enamorarnos un poco de Milady, que creo que es la única vez que me enamoré perdidamente de una gata (en el sentido literal, en el figurado llevo ya unas cuantas a la espalda...).
Lectura de entretenimiento. Sí, es cierto. Y no te puedes fiar desde el punto de vista histórico, pues contiene anacronismos, inexactitudes, inventos... perfecto. Y Dumas era un vividor. También. Pulió su fortuna en juergas, mujeres, fiestas. Vale. Escribía con negros. Por supuesto. Y escribía para ganarse la vida, folletines inmensos. Cierto. Tenía cierto complejo porque era mulato. También verdadero. Todo esto no hizo sino acrecentar mi interés por este personaje. Alguien capaz de hacer de su vida un folletín como esos que le servían para comer varias veces al día y coleccionar hembras en celo tiene que ser interesante. Y en esta vida, como ya sabemos, todo es un juego de reglas y excepciones: la regla es la novela seria, culta, rigurosa... La excepción es el divertimento. Proust para la galería, Dumas para divertirse a solas, aunque no se confiese. Perfecto. Por cierto, ahora que hablo de Proust, una vez leía yo a Proust en la cola del paro y lo cerré porque me asaltó un temor: ży si en ese momento me hacen una foto? żY si mañana salgo en la propaganda del Ministerio de Trabajo con el siguiente epígrafe: "En España el estado del bienestar es tan evidente que hasta nuestros parados, que, por cierto, cada vez son menos, disfrutan de Proust". Lo que me faltaba. Cerré el libro inmediatamente antes de servir de coartada para algo.
Pues nada, señores, que en esto que hago una genuflexión, beso la mano de las damas y me batiré en duelo con aquel que no dé la vida por sus reyes (ˇanda, reyes, como en la Constitución de 1978!).
Antonio José Quesada Sánchez