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La vieja Europa

El Plus Ultra de Aznar


Antonio Maira
Cádiz Rebelde

Sin cambiar un ápice el ofensivo grado de insolencia natural con la que se dirige al mundo en general y a "sus súbditos" en particular, el presidente Aznar ha ido cambiando la razón "suprema y suficiente" para justificar la complicidad de nuestro país con la "guerra mundial antiterrorista" de Bush y, sobre todo, la intervención en uno de sus momentos y escenarios concretos, el de la guerra contra Iraq y la ocupación militar del país, al menos media docena de veces.
Aznar se refugia en la mentira, nueva o ya descubierta, o en el absurdo con la misma aparente seguridad con la que otro se afirmaría en la certeza. En este último año ha quedado meridianamente claro que el patrimonio político de Aznar –como el de su patrón Bush y, con algunas variantes, el de su amigo Blair- se compone de una gesticulación –la chulería-, y de una disposición –a la mentira-. La primera la aplica el político postinero a la réplica directa y a la presentación inmediata de las medidas más duras. De la mentira se sirve para la difusión de sus decisiones a los ciudadanos más pasivos.
La última "razón" que nos ha lanzado con escupitajos de insolencia sobre la intervención en Irak ha sido que "tenemos que resolver fuera los problemas si no queremos tener que resolverlos en casa". La verdad es que tan pintoresca vinculación de la ocupación militar de Iraq con la inexistencia de problemas "domésticos" -que tendría que ser explicada por el presidente del gobierno para evitar contorsionismos mentales de los "ciudadanos"-, le fue servida en bandeja por el nuevo documento sobre la estrategia de seguridad en Europa, "elaborado" por un miembro destacado de la otra gran cuadra política nacional, Luis Solana. Efectivamente, en el documento "Una Europa segura en un mundo mejor" –aprobado en una primera lectura por la UE- el ex Secretario General de la OTAN y actual "Mister PEC" afirma que "con las nuevas amenazas, la primera línea de defensa estará a menudo en el extranjero" y también la necesidad y legitimidad de las acciones preventivas. En estas circunstancias nada de particular tiene el desdén de Aznar por los melindres cínicos de Zapatero. Sobre todo porque la "Europa de todos ellos", la de Salónica, afirmó por unanimidad que "la caída de Sadam Hussein –eufemismo de la ‘intervención norteamericana’- ha allanado el camino para que el pueblo iraquí disfrute de un futuro pacífico, seguro y próspero". Paz, seguridad y prosperidad –nada menos- como consecuencia de la invasión y ocupación del país. Claro que, para más regocijo de Aznar, las declaraciones que de una manera u otra justifican, o atenúan, las responsabilidades del feroz ataque a Iraq, provienen de los máximos responsables de las instituciones más humilladas por los EEUU. Véase sino al secretario general de la ONU, Annan, declarando a raíz del atentado contra su representación en Bagdad: "Pueden haberse cometido algunos errores, pueden haberse hecho algunas hipótesis equivocadas, pero eso no justifica el tipo de violencia insensata que estamos presenciando hoy en Iraq". "Errores" e "hipótesis equivocadas" les llama Annan a las que provocaron un embargo genocida con cientos de miles de víctimas, y bombardeos masivos contra la población civil que produjeron también miles de muertos.
En la tarea de justificar la guerra y la ocupación le ayuda a Aznar su ministra de Exteriores, Ana Palacio, cuya principal virtud –muy apreciada por su presidente- parece ser la de reproducir rápidamente, en el ámbito doméstico, las afirmaciones de Bush, Powell o Rumsfeld.

A la alerta, todavía difusa y tenue, que ha provocado la decisión de intervenir directamente en la ocupación militar y la represión de la resistencia contra el invasor, con el envío de 1.300 soldados y el compromiso de dirigir a 1.200 más, Aznar ha respondido por dos caminos diferentes que se corresponden con aquellos dos elementos de su "patrimonio político" –avasallar y mentir- que ha recogido de la derecha fascista española.
El salto de mentira en mentira, que desgasta enormemente porque en este asunto quedarán fácilmente al descubierto, se lo ha dejado a su ministro de defensa, Trillo, que no parece tener reparo alguno en aparecer como un estúpido dentro y fuera de su ministerio. La primera posición de Trillo fue la de afirmar el escaso riesgo de la misión encomendada al contingente "internacional" –la división polaca, la brigada hispanoamericana, el contingente español-. Trillo afirmaba la "actitud muy favorable de los líderes chiítas a la presencia española" y que "no se ha detectado ningún tipo de rechazo de la población iraquí". Para completar esas optimistas previsiones, Trillo se refería a la misión de la Plus Ultra con el eufemismo de "estabilizar la paz". Dos ataques con morteros sobre las posiciones de la brigada y el último atentado mortífero en Nayaf han situado en el terreno de la fantasía esas declaraciones del ministro sobre riesgos menores y sobre la "paz" a estabilizar.
En esa función política de desalarmar a los ciudadanos sobre los riesgos evidentes e inminentes la palma se la ha llevado el secretario de Estado de Defensa, y comisionado del gobierno para Iraq, Díez Moreno, cuando ha afirmado, a riesgo de dejar sin misiones comprensibles a los 1.300 soldados de la Plus ultra, que "el contingente español no va a participar en ninguna misión de enfrentamiento directo ni de imposición del orden público". También ha dicho que "la única posibilidad de enfrentamiento es la derivada de la propia necesidad de autodefensa" y, para que su auditorio no se alarmara: "Las normas de enfrentamiento limitan el uso de la fuerza a los casos de autodefensa y modulado por el principio de proporcionalidad".
Poca confianza pueden dar esas palabras cuando recordamos que la propia guerra contra Iraq, con sus tremendas destrucciones programadas, sus bombardeos masivos de ciudades y sus daños "colaterales", fue realizada contra un país casi indefenso, y se justificó -según sus propios autores- en el ejercicio preventivo de un "derecho de autodefensa" y con respeto del principio de proporcionalidad.
Además de esas declaraciones sobre el carácter benéfico de esa presencia militar en Irak –bajo mando militar y político de los EEUU, no lo olvidemos-, los responsables del ministerio de Defensa se han esforzado en hacernos comprender otro razonamiento también impecable: "nosotros no hemos intervenido en la guerra así que no somos fuerza de ocupación".

La chulería se la reserva Aznar para intervenciones más críticas. La más descarada de este verano ha sido cuando ha advertido que las posibles bajas entre los soldados españoles en Iraq corren a cargo de los que se oponen al envío de una fuerza de ocupación. El presidente del gobierno –genio y figura- no se hará responsable ni de los muertos.