VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
La vieja Europa

19 de septiembre del 2003

De Franco a Aznar. La sumisión al Imperio
Para los pactos secretos no hay destape

Joaquin Roy
IPS
Hace medio siglo, el 26 de setiembre de 1953 el generalísimo Franco y el presidente estadounidense Dwight Eisenhower firmaron los "Pactos (secretos) de Madrid". En sentido estricto, los acuerdos simplemente permitían el uso de unas bases militares en España, a cambio de unas compensaciones económicas.

En realidad, significaron el fin del aislamiento internacional del régimen de Franco. Desde la perspectiva de la oposición a la dictadura, fueron una contundente derrota. Washington garantizaba la supervivencia de un régimen apuntalado inicialmente por Hitler.

El régimen franquista cuadraba con la estrategia global de los Estados Unidos que tenía como prioridad la contención de la amenaza soviética.

Franco vislumbró su salvación como parte integral e inamovible de la doctrina de la seguridad nacional de los Estados Unidos hasta el final de la Guerra Fría.

Los Estados Unidos perdonarían la admiración por Mussolini, la destrucción de la democracia de la Segunda República, la cruenta guerra civil, la represión y el exilio.

El abrazo al dictador estaba dictado por los condicionamientos estratégicos. Antes de que la política de la disuasión estuviera basada en misiles intercontinentales, se sostenía con el mantenimiento de una flota de bombarderos permanentemente en el aire, listos para dirigirse hacia el corazón de la Unión Soviética. España era un inmenso portaviones anclado en una zona soleada casi todo el año.

Además, España estaba destinada a jugar el papel de retaguardia de la resistencia occidental en Europa en el caso de un ataque terrestre soviético. Mientras se esperarían los refuerzos llegados de los Estados Unidos, la Península Ibérica quedaría, gracias a la barrera de los Pirineos, a salvo.

Lo que no fue conocido durante décadas hasta la publicación de un libro pionero de Angel Viñas en 1981 ("Los pactos secretos"), cuyas tesis básicas se actualizan ahora en otro estudio ("Bajo las garras del águila"), destinado a ser un hito insoslayable en la bibliografía, es que las condiciones del establecimiento de las bases tenían unas cláusulas secretas, recortes de la soberanía española.

Las fuerzas armadas de los Estados Unidos se pudieron mover por el territorio español sin estar sujetas a las leyes del país. Las compensaciones fueron migajas en equipamiento militar. Washington no estaba interesado en la modernización de los ejércitos españoles. Este desdén se insertó soterradamente en el sentimiento anti-norteamericano superviviente desde la derrota de 1898 en Cuba, resquemor que transpiró en el filme Bienvenido Mr. Marshall.

Cuando la democracia renació en España, la izquierda pasó la factura.

Solamente el buen sentido del gobierno de Felipe González al recomendar la permanencia en la OTAN evitó la ruptura.

Tras el 11 de setiembre y la estrategia de los Estados Unios en Iraq, los demonios de las actitudes españolas hacia los Estados Unidos se han desenterrado. Una notable mayoría también se opone a la política exterior de los Estados Unidos y cuestiona la estrategia de alianza incondicional del gobierno de Aznar con los Estados Unidos.

La vergonzosa alianza tenía entonces, desde el punto de vista estricto del realismo y las razones de estado (aunque fuera dictatorial) un cierto sentido. Ahora no existe similar justificación. Entonces España estaba aislada, repelida en Europa.

Hoy, España está plenamente anclada en el mundo global, con un protagonismo y respeto en la Unión Europea. No necesita ser percibida como incondicionalmente seguidista de una política errática, cuestionada en todo el mundo. A medio siglo de los Pactos de Madrid conviene que las posibles cláusulas secretas de la alianza actual sean conocidas.