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La vieja Europa

20 de agosto del 2003

"Zona gris" entre lo público y lo privado
La nebulosa de los mercenarios franceses


Le Monde Diplomatique
Tras la Guerra Fría, los mercenarios recrudecieron en todo el mundo. Aunque siempre existieron, ahora trabajan para compañías compuestas por ex-militares y hombres de los servicios de inteligencia que venden consejos militares y "seguridad". Actúan a menudo en secreto para Estados que buscan evitar los costos políticos de pérdidas o fracasos. Una investigación de Barbara Vignaux y François Dominguez, Periodistas.

Las relaciones entre los servicios secretos y los mercenarios "son las mismas que tienen un padre noble y un hijo bastardo". La expresión es de Jack (1), uno de los pilares del ambiente mercenario parisino, un treintañero seguro de sí mismo. Después de diez años, el padre asume su paternidad cada vez con menos ganas, porque su hijo natural se ha vuelto más turbulento y él mismo, preocupado por su imagen, pretende haber cortado los vínculos filiales, sin convencer. En resumen: "te quiero, yo tampoco", según la irónica fórmula de Yves, otro mercenario.

Jack e Yves son dos combatientes experimentados, que han pasado por los teatros de operaciones de Bosnia, Zaire, Congo y Costa de Marfil. Descripta una y otra vez como más idealista y más interesada, la generación de los treintañeros hizo sus primeras armas en Birmania (ahora Myanmar) junto a la minoría cristiana karen, y en Bosnia, del lado de los croatas. En París, habría entre 80 y 100 franceses que ejercen regularmente una actividad mercenaria, a los cuales se mezclan algunos extranjeros. A éstos se agrega una cantidad variable de mercenarios sedicentes, dado que "los mitómanos son un perfil recurrente de nuestra profesión", según Stéphane, otro personaje del ambiente. Al igual que entre sus antecesores, domina en estos hombres el gusto por la aventura y la vida en colectividad, a veces mezclada con convicciones políticas.

En todas sus formas, la extrema derecha es la que mejor los representa, siendo el Frente Nacional un componente entre otros, al lado de occidentalistas y realistas: "Por eso, no abordamos temas irritantes", explica Jack. Hay algunas excepciones que confirman la regla: fuera del servicio militar, Jérôme no tiene formación militar. En cambio, militó dos años en la Juventud Comunista Revolucionaria.

Contactos fluidos

El aspecto financiero de la actividad no parece más decisivo que en otras. Cierto que la remuneración -4.500 a 7.500 euros mensuales- es atractiva. Pero "se nos paga mejor en Francia por solucionar un conflicto social, con riesgo cero, que por participar en un conflicto armado en el extranjero", explica Jack. Entre una misión y otra, los mercenarios hacen también vigilancia, en el extranjero o en Francia, para empresas de seguridad, otra actividad civil que suele estar bien pagada. En este ámbito se encuentran, entre los que más se enriquecen, ex custodios del Elíseo (sede de la Presidencia francesa) pertenecientes a la generación anterior, como Paul Barril. Gracias a libretas de direcciones bien provistas, se han reciclado en África como prósperos negociantes que combinan productos de consumo masivo, entrega de armas y reclutamiento de combatientes.

La expresión "ambiente mercenario" es discutida. Para Carlos -un observador privilegiado- la heterogeneidad del medio sólo está atemperada por "afinidades", como las redes amistosas y de relaciones alrededor de figuras muy cuestionadas como "Márquez", "Sánchez" o "Garibaldi". Apodado "el Viejo", Robert Denard -también llamado Bob Denard-, el mercenario francés más conocido por el gran público, que era un poderoso factor de cohesión del medio en los años 1960 y 1970, no ha dejado sucesor (2). Pocas figuras del mercenariado francés conjugan, hoy, las cualidades necesarias para semejante "magisterio": formación militar, experiencia de combate, capacidad para conducir hombres, sentido de la organización y relaciones bien ubicadas.

El ambiente mercenario cuenta, efectivamente, con menos oficiales que hace cuarenta años, hacia el final de la guerra de Argelia. Así, "ningún mercenario francés es capaz de comandar una compañía", juzga Yves. En general, su nivel técnico limita a los franceses a la conducción de una sección. Las operaciones montadas desde Francia son entonces pequeñas, con un objetivo bien circunscripto, siendo la organización de una custodia presidencial la ilustración más característica. La ley de prohibición del mercenariado (3), votada el 3 de abril pasado, debería reforzar esta tendencia, ya que los oficiales superiores, legalistas, dudarán más que antes en dar el paso de lanzarse a una actividad privada que se ha criminalizado.

La instrucción y el encuadramiento de tropas constituyen el primer aspecto de la actividad de los mercenarios franceses, orgullosos de "un oficio que muchos soldados del ejército regular podrían envidiarles", opina un observador. Los especialistas representan el segundo aspecto: transmisiones, informes, conducción de helicópteros, artillería, montaje de operaciones especiales... "Hace 30 ó 40 años que los ejércitos occidentales y los mercenarios forman los ejércitos africanos. Hoy, el combatiente de base está formado: grosso modo, sabe desfilar y tirar", explica François-Xavier Sidos, autor de un libro sobre la historia de los mercenarios (4) y ex compañero de Bob Denard. Las "cartas de triunfo" de los franceses son un buen conocimiento del África francófona y un oficio "artesanal", dice Jérôme, en oposición a la competencia "industrial" de los anglosajones (5).

Provenientes de un ejército peor equipado que el estadounidense, con una logística más aleatoria, los franceses parecen ser, en general, más desenvuelta: "Saben improvisar", precisa Jérôme. Pero la desvinculación de las tropas francesas de África desde hace más de diez años ha creado una nueva demanda de servicios militares, lo que ha culminado, según constata Jean- Philippe Daniel, en "una privatización de la asistencia militar técnica" (6). Es "el mercado de la decadencia de los Estados", explica este joven investigador comprometido con la izquierda.

El origen militar de los mercenarios franceses es la fuente de sus ambiguas relaciones con los servicios especiales y de inteligencia franceses. Los viveros principales son los regimientos de paracaidistas, las tropas de la marina (ex-coloniales) y la Legión Extranjera. A los 20, 25 ó 30 años, estos hombres abandonan una institución considerada demasiado burocrática para asumir responsabilidades en el marco de grupos operacionales más compactos. En este punto, los testimonios coinciden, en líneas generales, con esta confesión de Jérôme: "En el ejército, yo sería un simple sargento".

Así muchos hombres -reservistas o "verdaderos" mercenarios- están ubicados en una "zona gris" entre lo público y lo privado: "En este tipo de actividades uno no se detiene nunca", confirma un coronel, ex agente de la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE). Al haber conservado los contactos con sus antiguos colegas, algunos juegan con la ambigüedad de su anterior posición. Según uno de los artífices del proyecto de ley en el Ministerio de Defensa, ésta es una de las razones por las cuales se aprobó la ley del 3 de abril: "Nunca se puede probar que alguien no pertenezca a los servicios de inteligencia de un país (...). Además, los mercenarios tratan de mantener relaciones personales con los miembros de la DGSE o de la oficina africana del Elíseo, lo que los legitima ante los ojos de sus "clientes". Esto es malo para la imagen de Francia". Un ejemplo es el general Jeannou Lacaze, ex jefe de Estado Mayor del Ejército. Miembro del Servicio de Documentación Exterior y de Contraespionaje (SDEC), que en 1982 fue sucedido por la DGSE, Lacaze conocía bien a Bob Denard. Pero, visto desde África, explica Jean-Philippe Daniel, "si es Jeannou Lacaze, es Francia".

La profesionalización de los ejércitos franceses podría reforzar esta tendencia: como los puestos de responsabilidad son más escasos, las carreras más cortas y apretadas, y los combates excepcionales, los soldados y suboficiales optarían por el mercenariado.

El hecho de recurrir a soldados "privados" -término que reemplaza muchas veces al de mercenario, considerado denigrante- presenta, para el Estado, dos ventajas importantes. Queda exonerado de cualquier control democrático, sin riesgo de ofender la opinión pública. "Consumibles y desechables" a gusto, los mercenarios, dice uno de ellos, "no dejan huellas". "Más vale perder un mercenario que un elector", desliza, con cierto humor, un oficial retirado de la DGSE. Y otro, todavía activo, agrega: "además, el Ejército no pagará su jubilación". Si se hubieran enviado mercenarios a hundir al Rainbow Warrior, se habría facilitado mucho la gestión política de la crisis.

La ausencia de un vínculo orgánico con los "corsarios" permite al Estado llevar a cabo una "política por procuración". En realidad, todos los presidentes de la Vª República hicieron la vista gorda ante operaciones mercenarias, cuando no las provocaron: el general de Gaulle y luego George Pompidou, desde Katanga a Biafra; Valéry Giscard d'Estaing de las Comores a Benin, François Mitterrand de Chad a Gabón. Bajo la presidencia de Jacques Chirac se toleraron varias operaciones: en Zaire (1997), en Congo-Brazzaville (1997-98, 2000), y en Costa de Marfil (2000, 2002). Así, las protestas de buena fe de los responsables políticos "no engañan a nadie", declara un antiguo cuadro de la DGSE.

En su función de posta de la política gubernamental, la operación mercenaria se inserta a veces en un esquema bien aceitado, resumido como sigue por ese ex agente especial: asistencia militar, mercenarios, tropas regulares. Este esquema también se aplica a la situación que vivió Costa de Marfil después del golpe de Estado del 19 de setiembre de 2002. Luego de que el ministro de Relaciones Exteriores francés, Dominique de Villepin, le pidiera al presidente marfileño, Laurent Gbagbo, que despidiera a los mercenarios a su servicio, las tropas francesas se desplegaron para hacer respetar el cese del fuego. Para Francia era difícil intervenir abiertamente en ayuda de un régimen poco francófilo que no se preocupaba mucho por el respeto de los derechos humanos, como demostró la implementación de "escuadrones de la muerte". En cambio, podía reemplazar a mercenarios cuyas exacciones habían sido con anterioridad debidamente dadas a conocer en los medios.

El envío de mercenarios también puede constituir un signo político de apoyo, aunque ínfimo, como ocurrió en Zaire, hacia fines de 1996 y comienzos de 1997. Unos treinta franceses estaban encargados de organizar el ejército de Joseph Mobutu, derrotado por las tropas de Laurent- Désiré Kabila, equipadas por Rwanda y Uganda. La operación se desarrolló en condiciones patéticas: equipamiento escaso y deficiente, apatía de las tropas zaireñas, conflicto entre los mercenarios franceses y serbios, rivalidad entre dos servicios franceses... Aunque estaba destinado a un régimen condenado a corto plazo, este gesto fue una última señal de simpatía por parte de París.

La complicidad objetiva entre los "privados" y el Estado se pone de manifiesto también en el hecho de que los "golpes" realizados por los primeros, por lo general, no son cuestionados por el segundo. Así, la operación de un Bob Denard envejecido, en las Comores, en septiembre de 1995, permitió derrocar al presidente Saïd Mohamed Djohar, autócrata que se había vuelto incontrolable. Después de la intervención de las fuerzas francesas, el mes siguiente, el presidente destituido no volvió al poder...

El envío de mercenarios permite levantar, dado el caso, útiles "pantallas de humo". "Hay que apostar fuerte a que una decena de tipos bien plantados, tatuados de la cabeza a los pies, de cabeza rapada, que pretenden hacer turismo en un lugar improbable, terminarán por llamar la atención", explica Stéphane. Y así desviarán la atención de la opinión de otro lugar... sin duda mucho más interesante. Hoy se ignora todavía si la muy ruidosa expedición a Madagascar, el 18 de junio de 2002, respondía a este tipo de objetivo (7). ¿Se trató simplemente de una operación de "Pieds Nickelés" (8), por cuenta del autor, como las ha habido y sin duda seguirá habiendo en el ámbito mercenario? ¿O fue ordenada por el ex presidente malgache Didier Ratsiraka, como mucho indicios permiten sospechar?

¿Quién controla a quién?

Para los servicios de información, el problema es el control: "Un buen mercenario es un mercenario controlable", resume un ex oficial de la DGSE. Una oficina de la Dirección de Protección y Seguridad de la Defensa (DPSD), la antigua Seguridad Militar, en el seno del Ministerio de Defensa, está encargada de seguir la actividad de los mercenarios. Pero las cosas parecen haberse deteriorado un poco, como lo expresa otro jubilado de esa Dirección: "En la época de Chad se conocía la competencia profesional de los mercenarios. Teníamos confianza en ellos. Hoy, algunos son incontrolables". El mismo parecer, expresado en otro estilo, viene del lado de los propios mercenarios: "Hay demasiados estúpidos en el mercado, explica Jack. Hacen sólo una o dos misiones, y luego le cuentan todo a todo el mundo. El Estado tiene un miedo terrible de los tipos incontrolables".

Varios factores pueden explicar este fenómeno: la desorganización de la estructura y la expansión del ámbito mercenario, y la dificultad creciente, por razones políticas y morales, de recurrir a ellos; pero también, por parte del Estado, una atomización de los centros de decisión así como las escaramuzas entre servicios competitivos.

Pues la fidelidad al Estado -o a un determinado servicio- no es, en última instancia, más que una cuestión de personalidad. Algunos mercenarios, siguiendo el ejemplo de ese reservista del 11º cuerpo de choque (el brazo armado de la DGSE) que, según se decía, estaba libre de cualquier fidelidad administrativa, "no pueden hacer nada sin referirse a su servicio de origen" (con frecuencia la DGSE). Otros, por el contrario, explica Stéphane, "son capaces de hacer cualquier cosa". Esta constatación es tan justa que Yves, uno de los organizadores del ámbito mercenario, cree que "con más de diez tipos, no se puede garantizar la confidencialidad de la operación". Además de un complemento puntual de ingreso, el mantenimiento del vínculo con algún servicio evita descarriarse hacia operaciones arriesgadas. En algunos "golpes" delicados, "nada se hace sin la participación de la policía secreta", explica Stéphane.

Falta saber quién controla: ¿la DGSE, la Dirección de Vigilancia del Territorio (DST, en francés), Relaciones Exteriores, el Primer Ministro o la Presidencia de la República? La atomización de los centros de decisión política alcanzó su clímax durante la cohabitación, período "extremadamente penoso" según un ex oficial superior de la DGSE. A comienzos de 2000, por iniciativa de un consejero del Elíseo, una misión de seis hombres fue asignada al general Robert Gueï, efímero jefe de Estado en Costa de Marfil, para desmantelar las redes de la oposición y reestructurar la custodia presidencial. Seis meses más tarde, la operación fue desmontada... a pedido de Matignon (sede del Primer Ministro).

A estas controversias en el seno del gobierno se agregan las iniciativas personales de hombres políticos que movilizan, por ejemplo, las redes de Charles Pasqua o del coronel Maurice Robert, ex director para África del SDECE (Servicio de Documentación Exterior y Contra Espionaje, antecesor de la DGSE) y ex embajador de Francia en Gabón. "Dos veces por lo menos, he debido desmontar una operación estúpida montada por un político", reconoce, sin querer entrar en más detalles, un ex oficial de la DGSE. Las operaciones organizadas sin que uno de los servicios interesados (DPSD, DGSE o DST) tenga conocimiento son, en realidad, excepcionales. "El poder controla siempre, aun cuando la luz está amarilla", estima François- Xavier Sidos.

Alertados, los responsables políticos tienen siempre la posibilidad de intervenir. Un interlocutor de los servicios reconoce no haber tenido conocimiento de una sola operación: la de las islas Comores, en diciembre de 2001. Lo explica por el hecho de que los hombres reclutados no provenían del ámbito mercenario.

En el peor de los casos, los servicios pueden interrumpir o prohibir una operación. La primera solución fue la elegida en el caso de la expedición a Madagascar, en junio de 2002. La segunda se aplicó hace dos años, cuando un agente de la DGSE amenazó con poner preso al organizador del reclutamiento de un centenar de hombres para la República Democrática del Congo (ex Zaire). Destinada a derrocar al presidente Kabila, esta operación no se llevó nunca a cabo.

Aun cuando están limitados a pequeños papeles, los mercenarios siguen siendo, cuando es necesario, instrumentos de la política exterior de la República. En Francia, como en otras partes, cierta cantidad de agencias especializadas constituyen verdaderos centros para obtener este tipo de empleo. Las agencias más conocidas de seguridad privada o las sociedades de prevención y gestión de las crisis se prohiben a sí mismas mantener cualquier vínculo con este tipo de actividad, pero la frontera con las sociedades militares privadas sigue siendo imprecisa. "No hay que taparse la cara, todo el mundo 'hace de verde' [para simbolizar el recurso a la fuerza y haciendo referencia al color del traje de fajina] con el aval de las autoridades del país donde se interviene", confía un interlocutor anónimo a una revista especializada (9). Nada que ver, sin embargo, con las grandes empresas anglosajonas - Sandline International, Dyncopr, Defense System Ltd., Military Professional Ressources Incorporated (MPRI), Wackenhut, etc.- listas a desplegar, en tiempo récord, dispositivos sofisticados en equipo y hombres.

Francia proclama haber optado la vía de la prohibición. Pero la duda subsiste, ya que prohibiendo la participación de los combatientes no se soluciona la cuestión del encuadramiento de las operaciones, ni de la formación, ni de las especialidades (que constituyen el grueso de la actividad de los mercenarios franceses). Esto explica tal vez la ambigüedad de las expresiones de la ministra de Defensa, Michèle Alliot-Marie, ante el Senado, en ocasión de la presentación del proyecto el 3 de abril de 2003: "Conviene sancionar los excesos del mercenariado encuadrando su práctica". ¿Con qué fin? ¿Impedir, a partir de ahora, que se recurra a los soldados privados? ¿O restablecer un mercenariado más controlable?




Notas

1 Los nombres han sido modificados.

2 Fusilero de la marina durante la guerra de Indochina, Denard operó luego en Marruecos de 1952 a 1957 en la policía marroquí y después por cuenta de los servicios especiales franceses en Argelia; se lo encontrará luego en Yemen, en Congo, en Nigeria (Biafra), en Angola, en Benin y, a partir de 1975, en las islas Comores, donde vivirá su apogeo y derrota, antes de desaparecer de la escena, en mayo de 1999, después de haber sido absuelto en Francia en el juicio por el asesinato del ex presidente de Comores Ahmed Abdallah.

3 Presentada por el anterior ministro de Defensa, Alain Richard, esta ley fue aprobada por unanimidad por la legislatura actual. Castiga con multas y penas de prisión (de cinco a siete años) "la participación directa en las hostilidades" de los mercenarios (y la organización de esta actividad). Muy punitiva, parece difícilmente aplicable.

4 François-Xavier Sidos, Les soldats libres, la grande aventure des mercenaires, L'Æncre, París, 2002.

5 Philippe Chapleau, François Misser, Mercenaires SA, Desclée de Brouwer, París, 1998. Véase también Pierre Conesa, "Hacia la privatización de las guerras", Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2003.

6 Jean-Philippe Daniel, La politique militaire de la France au Sud du Sahara, du discours de la Baule à l'opération Hadès: du désengagement à la privatisation? Informe de DEA (Diploma de Estudios Avanzados) de Relaciones Internacionales, Universidad Panthéon-Sorbona, 2000.

7 Doce mercenarios reclutados por una pequeña empresa de seguridad, Active Protection International Service (APIS), provenientes de París y cuyo destino era Madagascar, a bordo de un avión Falcon 900, fueron interceptados en la escala de Dar-es-Salam (Tanzania) por intervención del ministerio francés de Relaciones Exteriores. Una crisis aguda oponía entonces al presidente electo Marc Ravalomanana con el presidente saliente Didier Ratsiraka.

8 Pieds Nickelés (Pies niquelados) fue una historieta que se inició en 1908 y duró 80 años. Sus personajes corrían aventuras arriesgadas.

9 Pascal Le Pautremat, "Les nouveaux acteurs de la sûreté des entreprises", Raids, París, N° 199, diciembre 2002. Sobre este tema, puede verse también el dossier "Mercenaires. Des chiens de guerre aux sociétés étatiques", Raids, N° 196, setiembre 2002.

http://www.eldiplo.org