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La vieja Europa

16 de julio del 2003

Recibió en su tierra natal la más alta distinción que concede el Estado español
Eulalio Ferrer ''simboliza el espíritu de los trasterrados''


La Jornada
El mecenas y publicista ofrendó el reconocimiento al exilio republicano en México. Soy una hebra delgada en el nexo cultural entre España y la ''capital mundial de la hospitalidad'', señaló.

Sesenta años después de que debió huir de los campos de concentración y del régimen dictatorial de Francisco Franco, el humanista Eulalio Ferrer recibió en su tierra natal, Santander, la Gran Cruz de Isabel la Católica, la más alta distinción que concede el Estado español.

Intelectual, publicista, empresario y mecenas de la cultura y la palabra, Ferrer, con voz entrecortada y ojos llorosos, ofrendó el reconocimiento a la huella ''renacentista" del exilio español en México, que definió como ''capital mundial de la hospitalidad".

Nacido en 1921 y aún siendo adolescente enfrentó la muerte en la Guerra Civil española (1936- 1939) antes de su exilio a México, Ferrer recibió el más grande homenaje que ''jamás" hubiera imaginado. El reconocimiento de su tierra a la incesante labor de estrechamiento cultural entre España y México.

Paraíso de la memoria

En el Palacio de la Magdalena, la ministra de Asuntos Exteriores del gobierno español, Ana de Palacio, impuso la Gran Cruz de Isabel la Católica a una de las voces vivas más destacadas de aquel exilio aciago y doloroso.

Rodeado de su familia y de amigos que dejó y después recuperó en esta tierra que lo expulsó por motivos ideológicos -él era un miliciano republicano-, Ferrer recibió el reconocimiento a su labor de mecenazgo que en su ciudad natal también deja impronta.

La ministra española, en representación del jefe de Estado, el rey Juan Carlos, señaló que Ferrer ''simboliza el espíritu de los trasterrados -esa definición acuñada por José Gaos-'', puesto que ''después de muchas peripecias llega a ese México de puertas abiertas del presidente (Lázaro) Cárdenas, desde donde desplegará y de donde está desplegando las posibilidades de laboriosidad y emprendimiento. Todo cuanto ha logrado, desde el periodismo o el mundo de la empresa, lo ha hecho con hondura y esmero.

''Pero, sobre todo, de Ferrer destaca su labor de mecenas en las realizaciones más diversas, impulsando proyectos cervantinos donde los haya. Es un testimonio de gratitud de todos esos trasterrados nuestros y símbolo de esa vocación americana de España."

Ferrer improvisó un discurso y recordó su niñez y los olores de su tierra, que dejó cuando, allende el mar, buscó refugio en México. ''Mi vida está sembrada de asombros y el de hoy los desborda, los supera. Por eso pensé, cuando me enteré de la condecoración, que lo mejor era hacer esta recepción en Santander, en el paraíso de mi memoria. Como acaba de decir Nélida Piñón, el Santander musical de mis tres ruidos entrañables: el del mar, el del viento y el de la luz", dijo Ferrer.

El autor del libro El lenguaje de la publicidad expresó: ''Evoco alguna vez con emoción entre aquellas figuras gigantescas de sabiduría -filósofos, literatos, pintores, poetas- una escena inolvidable: cuando José Gaos, gran discípulo de Ortega y Gasset muere dando clases en su cátedra de filosofía y lo recoge en sus brazos, quien sería después un gran filósofo en México, Leopoldo Zea. Permítanme entonces que este reconocimiento lo ofrende con devoción a los siete rectores, un hecho insólito en la historia de cualquier exilio, que encontraron su tierra final en México, la capital mundial de la hospitalidad", finalizó su discurso.

Nadie es dueño de la palabra

En entrevista con La Jornada, Ferrer ahondó en su vocación de mecenas. ''Entre las cosas que podría subrayar de mi aportación es el Museo Iconográfico de El Quijote, de Guanajuato, que entre 40 mil museos que hay en el mundo es el único dedicado a esta figura. La dimensión de esta condecoración -prosiguió- me perturba. Entre los trances que he pasado, como morir en el frente del Ebro o en la retirada de Santander cuando fue derrotado el frente republicano o en los campos de concentración y en las compañías de trabajos forzosos; todo eso constituye un depósito memorial que sale al encuentro de esta condecoración."

-¿Dónde está la raíz de su vocación de mecenazgo cultural?

-En aquellos años de lucha y en el fondo de un espíritu solidario de librepensador que debo a mi padre: un tipógrafo socialista. Pero yo mismo he sido un combatiente contra las injusticias sociales y formo parte de un exilio con grandes aportaciones a México y del que sólo soy una hebra muy delgada. Por eso esta condecoración la ofrendo al exilio español y a sus grandes maestros. Nací en España, pero renací en México.

-¿Ha creado puentes culturales?

-Creo que sí. Que tenga un fondo para la cátedra de letras en El Colegio de México, sea patrocinador de la cátedra Octavio Paz en la UNAM y tenga constituido en China el Centro de Estudios Cervantinos y, en fin, una cantidad de aportaciones que tanto Paz como Carlos Fuentes o Miguel León-Portilla han ponderado de manera muy especial. Además de estar entregado a la Academia Mexicana de la lengua.

-¿Su labor podría servir de ejemplo para personas con capacidad económica que son incapaces de hacer este tipo de gestos?

-Aunque no lo confiese, el hecho de que con tan poco haga tanto es un desafío a los que tanto tienen y dan tan poco. Pero eso depende de la vocación, pues una cosa es la vocación filantrópica o de mecenazgo y otra cosa es la vocación solidaria, que nace de la necesidad que uno tiene por formación y por conciencia, pero también de una enseñanza que me dio el estudio de la comunicación: nadie es el dueño de la palabra, que la palabra es propiedad compartida en la medida en que lo importante de la palabra no es cómo la digamos, sino cómo la entiende el otro. Entonces es propiedad compartida y la vida también lo es.

-Si tuviera mucho, ¿qué haría?

-Hubiera sido una especie de apóstol moderno en cuanto a mi capacidad de dar, de manera que no creo que tener mucho hubiera disminuido mi capacidad solidaria. Yo no olvido un libro de Fernando Pessoa, El banquero anarquista, cuya historia comienza con una reunión de anarquistas que forman una asociación en la que, como anarquistas que son, son libres y hacen lo que les da la gana. En un momento determinado alguien se separa del grupo, se hace banquero y se vuelve muy rico, pero al cabo de los años se encontró con aquel grupo de anarquistas y le preguntaron qué tal le había ido y él respondió:

''Ahora soy anarquista de verdad porque hago lo que me da la gana."

Esa es la moraleja.