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La vieja Europa

Las dos Europas

Por Angel Guerra Cabrera
guca@laneta.apc.org

La inconsistencia en la postura de Francia y Alemania ante la agresión a Irak, de condena hasta que iniciara el bombardeo estadunidense y timorata a partir de ese momento, explican su tácita aprobación posterior en el Consejo de Seguridad de la ONU a la ocupación de la nación petrolera. Se fue así a bolina la esperanza de que ambas potencias actuaran como freno al delirio ultrabelicista de Bush junior y propiciaran la articulación en la ONU –junto a Rusia y China- de un frente mayoritario de naciones opuestas a la grave amenaza de esclavización y exterminio universal representada por los nuevos nazis asaltantes de la Casa Blanca. Lejos de ello, París y Berlín han asumido un papel servil ante la superpotencia, como el que ha hecho objeto del repudio internacional a Blair, Aznar y Belusconi por su incondicional apoyo a la aventura contra Bagdag. Estamos en presencia de la capitulación franco-alemana y, por lo tanto de la Unión Europea -como lo demuestran sus recientes actitudes frente a las demandas de Washington- en cuestiones muy trascendentes, que habrá de conducir a graves fracturas en el ya desequilibrado orden internacional.
Se veía venir desde la cita del G-8, donde el afitrión Jaques Chirac depuso su agenda ante las exigencias de Bush, conviertiéndola en un dócil coro en apoyo a la llamada guerra contra el terrorismo y a las practicas capitalistas más salvajes y depredadoras. Días después, Europa, con el voto de sus representantes en el Consejo de Seguridad refrendó la impunidad estadunidense en el flamante Tribunal Penal Internacional, que hace de él otro eslabón al servicio del doble e inequitativo rasero de la legalidad y la justicia en el mundo. A la vez, y sin poner un solo pero, cohonestaba el festinado y arbitrario "mapa de ruta" para Palestina, cocido al vapor en Washington para calmar a la opinión pública árabe e islámica y confundir a la del resto del mundo, ultrajadas por la invasión a Irak, el descarado apoyo estadunidense a Sharon y su menosprecio a la Autoridad Nacional Palestina.
En una evocación del "cordón sanitario" contra la revolución bolchevique de 1917, la Unión Europea se sumó también hace unos días a la campaña yanqui que prepara la invasión de Cuba. Endureció su injerencista "postura común" hacia La Habana –hechura de Aznar-, de tal forma que utilizando inclusive sus sedes diplomáticas allí acreditadas se colocaría abiertamente en el papel de auxiliar de los planes estadunidenses para potenciar su quinta columna mercenaria dentro de la isla. Más recientemente, el organismo supraeuropeo, ya encarrerado en pose de alguacil de Bush, se adhirió a la farisaica cruzada de Washington contra los países "poseedores de armas de destrucción masiva", a los que llegó a amenazar, en un hecho sin precedentes, con el uso de la fuerza militar. De una vez apoyó el plan desestabilizador estadunidense contra Irán, al pretende imponerle –aunque no existe evidencia de que este disponga de arma atómica alguna- la inspección indiscriminada y por sorpresa de su programa nuclear, que nunca ha reclamado de Israel, dueño de un cuantioso arsenal no convencional, por citar el ejemplo probablemente más revelador de doble moral en la conducta política de las grandes potencias capitalistas.
Los actuales líderes de la culta y civilizada Europa, o no conocen siquiera su historia reciente, o prefieren no recordarla, o padecen una amnesia irremediable. Parecerían haber olvidado que actitudes complacientes o cobardes, semejantes a las que adoptan hoy frente a los ímpetus de dominación mundial de Bush pavimentaron hace poco más de medio siglo la irrupción de las divisiones panther en el escenario europeo. El silencio cómplice y la aquiescencia del Viejo Continente –principalmente de Londres y París-, primero ante la invasión nipona de Manchuria, luego frente a la agresión fascista contra Abisinia y la república española y más tarde ante el desmembramiento de Checoslovaquia, condujeron el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que podría haberse evitado si a tiempo y con firmeza se hubiese contenido a Hitler.
Como en los años treinta frente a Alemania e Italia, Europa tiene hoy serias e insalvables contradicciones en los terrenos económico, político y militar con Estados Unidos –agravadas bajo Bush-, pero al parecer ha escogido al igual que entonces el camino de hacerle concesiones fundamentales al adversario, a cambio de recibir la indulgencia y las dádivas de aquel. ¿ Olvida también la Europa del capital –es de la que venimos hablando- que en memorables jornadas la Europa del trabajo ha expresado rotundamente su oposición al belicismo bushista y a la globalización neoliberal? Si es así, esta pronto se encargará de recordárselo.