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La vieja Europa

26 de abril del 2003

Dime, chaval, ¿estuviste tirando piedras?

Amira Hass
Ha'aretz
Traducido para Rebelión por L.B.

A medianoche del 20 de febrero los soldados "bajaron a la aldea desde las montañas", rodearon la casa de Ja'far, aporrearon la puerta, despertaron a todo el mundo y se llevaron a Ja'far para interrogarlo.

En los meses anteriores a su arresto varios amigos suyos habían sido detenidos de forma similar. Todos eran residentes de la aldea de Kharbatha al Musbah, situada entre colinas, barrancos, olivares, controles militares y sucios senderos al sur de Ramallah. El año pasado algunas de esas detenciones se realizaron por el método denominado "la rutina del vecino". Dos hermanos, Nader y Mamduh, fueron arrestados por ese procedimiento en julio del 2002. Alguien golpeó la puerta de la casa a eso de las dos de la madrugada. "El ejército está aquí", les dijo el vecino, tras lo cual el ejército se los llevó para interrogarlos de forma inmediata en mitad de la noche. Y en Nahhalin, al oeste de Belén, la noche del 24 de marzo un muchacho llamado Bilal fue sacado a empellones para ser interrogado.

Presumiblemente estas cuatro detenciones fueron incluidas a su debido tiempo en los comunicados que el ejército israelí envía a los periodistas a través de sus beepers para que aparezcan más tarde en los boletines informativos de la mañana: "El ejército israelí detuvo la pasada noche en diversos lugares de Cisjordania a 13 sospechosos y a otras personas a las que se buscaba para ser interrogadas". Sin embargo, Ja'far y Nader tenían 15 años y medio cuando los detuvieron. Mamduh tenía 17 y Bilal acababa de cumplir 14 la víspera de su detención (todos los nombres son ficticios).

El interrogatorio de emergencia para someterse al cual todos ellos fueron sacados de sus casas en mitad de la noche venía determinado normalmente por la sospecha de que los detenidos habían lanzado piedras contra vehículos israelíes. Las acusaciones más graves se referían a Bilal, el muchacho de 14 años: sospechoso de arrojar piedras y de quemar postes eléctricos.

Durante los dos últimos años cientos de menores de 18 años, e incluso menores de 16 años, han sido detenidos de esta forma. La cárceles, prisiones y centros de internamiento israelíes albergan hoy a cerca de 300 menores palestinos: algunos están a la espera del juicio, otros han sido juzgados por varios delitos relativos a la seguridad, desde lanzamiento de piedras (la mayoría) hasta tentativa de preparación o colaboración en la comisión de un ataque suicida.

Cogieron al chaval equivocado.

Durante los dos últimos años la edad media de los menores palestinos detenidos ha descendido, al tiempo que ha aumentado la gravedad de los delitos imputados. El abogado Khaled Quzman, de Defensa para los Niños Internacional (DCI), que lleva años defendiendo a menores en los procedimientos judiciales militares en Israel, observa que antes de la Intifada el 95% de los casos que atendía su despacho estaban relacionados con supuestos lanzamientos de piedras. En los dos últimos años, dice, "más del 15%" de los casos en los que aparecen implicados menores de edad y que llegan a esta organización se refieren a supuestos contactos con armas, lanzamiento de cócteles Molotov o incidentes terroristas. Según los datos de que dispone su organización, el 71% de los menores palestinos detenidos en el 2001 tenían menos de 14 años; en el 2002 la cifra fue del 22%. Mientras tanto, se ha producido un descenso en la proporción de muchachos de 15 y 16 años; de un 43% en el 2001 a un 30% en el 2002. La proporción de jóvenes de 17 años aumentó desde un 40% a un 49%. La principal novedad es que algunos de estos menores, incluyendo a algunos menores de 16 años, son condenados a detención administrativa: no hay cargos, no hay derechos, no hay ni siquiera una defensa mínima de sus derechos.

Quzmar ha observado que en los tres primeros meses del 2003 la tendencia se ha invertido: una vez más, las acusaciones de lanzamiento de piedras van en aumento mientras que desciende el número de acusaciones que implican delitos de mayor gravedad. La edad media, sin embargo, continúa cayendo. Casi cada vez que regresa de un juicio militar alude a "un niño de 13 años y medio" presentado ante el tribunal para solicitar una prolongación de su detención por lanzamiento de piedras. El abogado Quzmar utiliza la expresión "modelo 1990" para referirse a estos niños. Algunos reciben sentencias de seis o siete meses, otros se libran con penas más cortas. Depende del lugar donde se juzgue el caso. En algunos sitios la acusación pide penas más severas -por ejemplo, en el tribunal militar de Adorayim--, y los jueces dictan sentencia de forma igualmente drástica. En otros lugares, como por ejemplo Beit El, fiscales que se ocupan de delitos similares se dan por satisfechos con condenas varios meses más cortas.

Una calurosa noche del mes de julio del año pasado Nader y su hermano Mamduh se encontraban durmiendo en la habitación de invitados, que es más fresca que el resto de la casa. No se despertaron cuando aporrearon la puerta, a pesar de que la puerta de entrada de la casa está cerca de la habitación donde dormían. Su padre, taxista de profesión, fue a abrir. Los soldados, utilizando a su vecino como escudo, le pidieron su documento de identidad, en la que figuran sus hijos. Querían ver a Mohammad, uno de sus hijos. Los padres lo despertaron, los soldados lo esposaron y lo condujeron a un jeep estacionado en las cercanías. El oficial que estaba sentado en él, cuenta el padre de Mohammad, probablemente un miembro del Shin Bet, tenía en las manos algunos papeles. El padre relata orgulloso cómo "el chico observó que el número de carnet de identidad que aparecía en los papeles no era el suyo, y así lo dijo: `Ése no soy yo'". Es cierto, dijo el hombre encargado de la operación, y ordenó que trajeran a Nader y a Mamduh. Evidentemente, los soldados habían confundido a Mamduh con Mohammad y si éste no se hubiera percatado del error habría podido pasar varios días en la cárcel.

"Papá me despertó y dijo: `Te buscan los soldados'", narraba Nader la semana pasada en la misma habitación donde había estado durmiendo antes de su arresto. Con él se hallaban cinco niños más de su aldea que habían sido detenidos en los últimos meses, siendo Ja'far el caso mas reciente. Compararon sus notas. ¿Cuál era el peor momento? Para Nader lo peor era el juicio. Para Mamduh, las palizas que le propinaron los soldados. Para otro chico, el momento de la detención.

Su padre les despertó. Nader y su hermano se vistieron y salieron al exterior donde los soldados les estaban esperando. Su madre les siguió y vio cómo los soldados les esposaban las manos y los pies y les vendaban los ojos. Los soldados tuvieron que subirlos al jeep prácticamente en volandas.

Tras un corto recorrido les hicieron bajar del vehículo y les obligaron a permanecer sentados en el exterior. Les quitaron las vendas de los ojos. "Les pedí que me quitaran las esposas", recuerda Nader, "y el soldado me dijo `dentro de 15 minutos'". Los volvieron a colocar en el jeep. Les volvieron a tapar los ojos y comenzaron a rodar "no sé a dónde". Evidentemente, el destino era la subestación de policía de Givat Ze'ev. Les quitaron las vendas de los ojos y Nader vió dos caravanas. "Sería hacia las cuatro de la madrugada", calcula. "En frente de mí, en la caravana, había dos soldados y un interrogador (un policía). El interrogador empezó a hacerme preguntas: `¿Has tirado piedras?' Le respondí: 'No, quizá una vez, de pequeño'. Comenzó a gritarme. Me zarandeó. Me dijo que yo había tirado 300 piedras. Él insistía en que lo había hecho y yo le repetía que no. De nuevo le dije que lo hice cuando era pequeño, pero no ahora. Escribió algo en un papel y me dijo que lo firmara. No sé lo que firmé."

Le tomaron las huellas dactilares, lo llevaron fuera y después le tocó el turno de ser interrogado a su hermano. Le quitaron las esposas de plástico y le colocaron otras menos dolorosas de metal. Entonces les llevaron a un centro de detención en la base militar de Beit El. Una vez allí, cuenta Nader, "los soldados nos dieron una paliza". Fuera y dentro de la celda. Eran unos pocos soldados, unas veces golpeaban todos a la vez y otras veces uno sólo. Los informes de palizas son recurrentes, especialmente en las celdas de detención de las bases militares del ejército. Una bofetada aquí, un puñetazo allá, una patada, un zarandeo, un golpe en la cabeza. Los abogados saben que es inútil presentar quejas concretas: tienen que esperar tanto para ver al prisionero y les permiten estar con él tan poco tiempo que al final la cuestión de las palizas queda orillada.

Colchones hediondos

Nader permaneció detenido 15 días. Al principio estaba sólo, luego en compañía de otros cuatro chicos. Tres veces al día, en horario fijo, les llevaban al servicio, y el resto del tiempo permanecían solos. Le permitían ducharse una vez cada tres días. La luz de su estrecha celda permanecía encendida ininterrumpidamente, lo cual le impedía dormir. Las colchonetas en el suelo estaban sucias y apestaban.

Al mediodía les sacaban a dar un paseo, pero no todos los días. Nunca había suficiente comida. Las condiciones en las celdas eran tan horribles y el miedo de sufrir palizas tan intenso que cuando lo trasladaron al centro de detención militar Ofer y lo metieron en una tienda en una sección separada pero próxima al área donde estaban los adultos lo consideró una mejora considerable.

No cuenta muchos detalles sobre el juicio, de modo que es su madre quien relata esa historia: "Entramos en la sala (una caravana) y lo vimos llorando. Salimos de la habitación tras acabar el juicio y lo vimos llorando". Nader fue condenado a cuatro meses de cárcel, supuestamente porque en "el año 2002 o en fecha cercana… en cinco ocasiones diferentes… lanzó piedras contra vehículos israelíes que circulaban por la carretera, con la intención de dañar a los vehículos o a sus ocupantes".

A Ja'far, que fue detenido de forma similar en febrero de este año, no lo esposaron. Incluso lo examinó un doctor cuando llegó para ser interrogado. "¿Lanzaste piedras?" le preguntó a Ja'far el interrogador en algún momento entre la una y las tres de la madrugada. "No", respondió él. "Dicen que has tirado piedras 30 veces", dijo el interrogador. Ja'far dice que uno de los soldados presentes también le golpeó. Después lo transfirieron a Beit El. Para entonces ya era casi mediodía. En sus manos llevaba aferrado el certificado de nacimiento que su madre le había dado apresuradamente en el último momento antes de que los soldados se lo llevaran, a fin de que supieran que era demasiado joven para tener una carta de identidad. En la base de Beit El, dice, los soldados le ordenaron permanecer de pie de cara a una pared con las manos arriba. Tenía algunas piedras en los zapatos que le molestaban. Permaneció en esa posición cerca de 10 minutos. Me duelen los brazos, le dijo a un soldado. "El soldado me dijo: `Cierra el pico'". Pero finalmente le llevaron a una celda y le dieron su primera comida (arroz, un poco de salami y pan). Pasó en aquel lugar cuatro días en compañía de otros cuatro menores de edad, acostados en las hediondas colchonetas. Hablaron de la escuela, dice ahora: sobre los maestros que les gustan y los que no soportan, sobre qué materias les parecen interesantes y cuáles aburridas, sobre los viejos tiempos en los que podían viajar hasta Jerusalén, los tiempos en los que las carreteras no estaban bloqueadas.

Pero Ja'far no habla de lo que el abogado Quzmar dice acerca de la primera vez que vio a Ja'far, el 24 de febrero, en una sala del juzgado militar en la que se hallaba defendiendo a otros menores de edad detenidos. Quzmar vio a un niño que parecía tener 11 años, vestido con ropas que colgaban de su cuerpo "como una chaqueta sobre una cerilla". Esa misma fría noche, bajo interrogatorio, Ja'far confesó haber lanzado piedras "en el 2001 y el 2002", como constaba en el acta de acusación. En otras palabras, cuando tenía 13 y 14 años.

El fiscal militar estaba dispuesto a conformarse con una pena de un mes de cárcel. Quzmar le informó de ello a Ja'far, pero Ja'far se dobló sobre su silla y comenzó a llorar. "¿Volver a esa celda durante un mes? Oh, no". Quzmar llamó al fiscal, el teniente Michael Kotlik, a quien conoce de haberlo tratado en docenas de casos de menores de edad que son enviados a la cárcel durante meses por delitos similares.

"Quizá lanzara piedras, pero es un niño. Mírele", dijo Quzmar. El fiscal miró las lágrimas que rodaban por la cara del niño y aceptó zanjar el asunto con una multa de 1.000 shekels en lugar de pena de cárcel. Ése fue un día extraordinario, no sólo para Ja'far y sus padres, que recaudaron el dinero con la ayuda de las familias de otros muchachos que habían sido juzgados en Beit El. Fue también una jornada extraordinaria para el abogado Quzmar.

15 de abril del 2003