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La vieja Europa

15 de marzo del 2003

183 misiles inteligentes

M. Vázquez Montalbán

La disciplina de voto de los parlamentarios del PP merece diferentes lecturas complementarias. Ante todo refleja una tendencia histórica de la derecha ubicada en España desde los tiempos del Pleistoceno, convencida de que la unión hace la fuerza y muy especialmente cuando está amenazada su hegemonía. En todas las formaciones políticas parlamentarias importantes se percibe una docena de dirigentes que realmente constituyen el partido programa, y el resto es partido máquina, con muy escasa posibilidad o suicida voluntad de influir realmente en la fijación de finalidades. La incondicionalidad de 183 parlamentarios del PP con el estrafalario belicismo de su presidente mide la gravedad de una situación de crisis política, rodeado el partido de mareas negras por todas partes y con socavones abiertos bajo los trenes que serán de alta velocidad, pero que de momento van al ritmo de un tren de cercanías.

Que la situación es grave lo demuestra la crispación prehistérica con la que algunos dirigentes importantes del PP han reaccionado frente a dificultades acumuladas. El ministro del Interior ha actuado con una gran torpeza democrática en el caso de la revista vasca suspendida y no se ha sacado de encima la sospecha de que el director haya sido maltratado durante los interrogatorios policiales. Por más que Acebes se moleste con Maragall

porque ha declarado que las torturas se han producido, no destruye la evidencia de que los repetidos informes de Amnistía Internacional sobre la tortura en el mundo incluyen a España. O tal vez estemos inaugurando un nuevo periodo ético globalizado, a la vista de que la tortura está legitimada en las prácticas políticas y militares de Israel y que Estados Unidos secuestra a supuestos dirigentes de Al Qaeda para someterlos a hábiles interrogatorios en lugares ignorados. No banalicemos esta cuestión. El imperio del bien, para conseguir la justicia infinita y la libertad duradera, secuestra, tortura y bombardea cuando le da la gana a Irak sin preocuparse por los daños colaterales, es decir, los muertos de la población civil. Aunque siempre hayamos vivido dentro de una doble verdad con respecto al principio de respeto a los derechos humanos vigente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, es evidente que estamos a punto de perpetrar la declaración de su inutilidad, tan obsoletos los derechos humanos como obsoleta la ONU como posible parlamento democratizador del universo y fiscalizador de los abusos imperiales, vengan de donde vengan.

Ciento ochenta y tres cruzados han asumido en el Parlamento español todas las correcciones de los derechos humanos perpetradas por el imperio y sus lugartenientes, convencidos de que la bondad irreversible del sistema sólo corrige los derechos humanos y no los viola. Muy inteligentemente esos 183 cómplices de Aznar y Bush han captado que no se trataba de una peripecia parlamentaria más, sino de dotar al búnker de la apariencia de bloque indestructible en unos momentos graves. La impresión de bloque unido era la única posibilidad de contrarrestar la imagen cada vez más extendida de partido secuestrado por su presidente y de Gobierno maltratado por la realidad. Porque el principal enemigo del PP es la realidad.

Recordemos que, convencido de la omnipotencia que le daba la mayoría absoluta, el PP se ha apuntado a una serie de causas fracasadas, desde el intento de conseguir el sorpasso en el País Vasco hasta la masticación y digestión de su pretendida reforma laboral, arruinada por la huelga nacional. Es decir, se la ha tragado. El escándalo del Prestige ha arruinado cualquier posible imagen de eficacia y responsabilidad del Gobierno, y las salpicaduras de fuel oil le van acompañar hasta las elecciones generales. Residual informativamente el chapapote, ahora se produce el tragicómico fiasco del Tren de Alta Velocidad, y la importancia de esta suma y a la vez resta de los créditos del PP la demuestra la incalificable reacción del ministro de Fomento, el inefable Álvarez Cascos. Alguien le ha escrito al reputado cazador un discurso tremebundo, deudor del estilo que Carlos Llopis supuso a Echegaray en Un drama de Echegaray ¡ay! ¡ay! ¡Ay! sobre las conjuras, sabotajes y traiciones de los enemigos del PP, que, con las fauces llenas de fuel gallego, ahora se lanzan a agujerear con sus dientes los subsuelos de la modernidad ferroviaria aznariana. El caso del Ave es patético y a la vez ridículo si lo situamos dentro de la lógica interna del aznarismo, dispuesto a invadir Irak y en cambio incapaz de que los trenes le lleguen de Madrid a Lleida. ¿Qué va a arrojar sobre Bagdad este partido enfermo de aznaritis como no sea a la mismísima señora Palacio o a Mariano Rajoy, muy disfrazados, pero que muy disfrazados, de proyectiles dirigidos inteligentes? Por otra parte, muy inteligentemente, sus señorías, 183 señorías con voluntad de carrera política, han comprendido que es mucho peor la nada que la más absoluta pobreza democrática.