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La vieja Europa

13 de febrero del 2003

Infinitivo: ser y deber ser pacifistas

Juan Jesús Rodríguez Fraile

1. No me llames iluso porque no tengo una ilusión..

El problema que surge con el "ser" y con el "deber ser" es que a menudo se acaba tomando lo uno por lo otro, puesto que si algo "es" se supone que por algo habrá "debido de ser", y si algo "debe ser" pues lo más probable es que acabe "siendo". De esta manera uno se sigue conformando con el hecho de que lo que "es" no "sea" como "debe ser", con que no "sea" como "es debido", pensando que por algo "será" como "es", o que, al menos, por algo "habrá sido" (y no más bien no "habrá sido") como "ha sido", porque no hay mal que por bien no venga. Y uno también se acostumbra a seguir esperando siempre a que lo que "debe ser" "sea", a que las cosas "sean" de una vez como "es debido", porque si de verdad las cosas "deben ser" así algún día, entonces se puede estar seguro de que lo acabarán "siendo" tarde o temprano, con o sin nuestra ayuda, porque no hay mal que cien años dure..
Para evitar esta especie de encadenamiento de conjugaciones que acaban cerrando el círculo entre una cosa y la otra es necesario volver al origen, al principio del tiempo, a un lugar situado antes de que el tiempo se empiece a mover, al infinitivo. Allí se puede constatar una diferencia fundamental entre lo que significa, por ejemplo, "deber ser pacifista" y lo que significa "ser pacifista". La mayor parte de la población mundial (incluido George Bush) reconoce que George Bush "debe ser" pacifista. Ahora bien, este consenso se rompe inmediatamente cuando se trata de decir si George Bush "es" pacifista. Es indudable, pues, que debe haber alguna diferencia entre una cosa y otra. Parece que hay mucha gente que tiene muy clara esa diferencia, y por lo tanto también lo que es "ser" pacifista, y que no estaría de acuerdo con que se dijese que Bush "es" pacifista (y sí con que se dijese que "debe serlo"). No obstante se podría pensar que eso con lo que se compara a Bush para decir que él no "es" pacifista, es una especie de ideal abstracto de "pacifista puro" que sólo habita en las cabezas de los habitantes del primer mundo: "una ilusión basada en la seguridad, el exceso de dinero y la simple ignorancia sobre la forma en que las cosas operan en la realidad", como decía George Orwell y recordaba recientemente Enrique Krauze en un artículo publicado en El País del viernes 7 de febrero de 2003, en la página 6, titulado:.
"Ilusiones pacifistas". Ahora bien, esto del "pacifista puro" dejaría de ser una ilusión en el momento mismo en el que se pudiese presentar un ejemplo de "pacifista puro", un ejemplo de pacifista puro que no pudiese ser considerado un efecto de "la seguridad, el exceso de dinero y la simple ignorancia sobre la forma en que las cosas operan en realidad". Para esto bastaría con recurrir a uno citado en el mismo artículo, Gandhi. La mayor parte de la población mundial (incluidos George Bush y Enrique Krauze) reconocerían que Gandhi "era" pacifista, y que la posición de Gandhi "es", sin lugar a dudas, una posición pacifista, así, en indicativo, con independencia del tiempo que haga. Se podrá decir que "fue" una posición difícil para un ciudadano de la Commonwealth de origen hindú, que "puede ser" una posición casi insoportable para un colombiano, que esa postura "sería" abandonada por cualquier ciudadano español en cuanto le viniesen a sacar de su casa a rastras para llevárselo no se sabe dónde, y que quizás no "será" nunca la de un palestino que ha visto cómo le disparaban a su hijo de catorce años en el pecho en su propia calle, delante de su propia puerta. Eso es verdad..
Pero no se podrá decir que esa postura no "es" pacifista, allí donde "es" y allí donde "debe ser": en todas partes y en todo momento, en un tiempo infinitivo..
Uno "es" sin ninguna duda REAL y EFECTIVAMENTE pacifista cuando adopta esta postura y mientras adopta esta postura sin que se corra ningún riesgo de dejar de serlo mientras se la siga adoptando..
No se puede decir, por lo tanto que, en el caso de Irak, dado que "los riesgos son inmensos, tanto en actuar como en no hacerlo", "conviene que se intente comprender al otro siempre, quizás con mayor razón si es quien determina lo que habrá de suceder" y que "si no, el pacifismo se convierte en agresión contra quienes creen, con la misma buena fe, que a los asesinos hay que pararles los pies con algo más que manifestaciones o «inspecciones mientras haga falta»", como escribía Hermann Tertsch en el mismo número de El País en un artículo titulado "Pacifismo y agresión" en la página 10. No es difícil "comprender" las razones de Estados Unidos para querer intervenir en Irak, ni siquiera para alguien con un "entusiasmo anticartesiano" tan "virulento" como un ciudadano español (por seguir citando a Hermann Tertsch), ni siquiera es difícil de comprender para un ciudadano irakí. Pero aun si alguien todavía más "anticartesiano" y más torpe, —pongamos alguien tan "simple" como Gandhi— no fuese capaz de "comprender" la actitud de Estados Unidos, resulta bastante difícil de creer que su postura de seguir dejándose pegar palos en la cabeza delante de los policías americanos en lugar de hacerlo delante de los policías ingleses, pudiese llegase a ser considerado por Hermann Tertsch —que cree, sin duda "de buena fe" que "a los asesinos hay que pararles los pies con algo más que manifestaciones"— como una "agresión", a menos, claro está, que los policías decidiesen usar la cabeza del propio Hermann Tertsch como arma contundente después de haber deducido de la lectura de su artículo que es probable que sea más dura que un leño de madera de roble americano..
El "pacifismo puro" no "es" ninguna "ilusión" como piensa Enrique Krauze, ni es una "agresión" siquiera dialéctica como piensa Hermann Tertsch. No consiste en decir que "quien no lleva la pegatina de «No a la guerra» es un peligroso fascista que bebe petróleo y no piensa más que en matar niños irakíes" como dice el segundo, ni tiene nada que ver con "favorecer «objetivamente» a Husein" y con evitar unas cuantas "preguntas incómodas" tales como: "¿qué ocurriría si Husein llega a fabricar armas nucleares?", como dice el segundo. El "pacifismo puro" es algo completamente real, que para en seco a los tanques con manifestaciones antes incluso de que hayan salido de las fábricas, que detiene los misiles antes de que salgan de sus ojivas y a los soldados antes de que lleguen a serlo, es una actitud que intenta detener las guerras antes de que empiecen, porque luego es muchísimo más difícil. Luego es mucho más difícil convertir en un "pacifista puro" a un padre que ha visto cómo mataban a su hijo de un disparo en el pecho delante de la puerta de su casa. Ciertamente no es imposible, pero es jodidamente difícil..

2. No me llames irresponsable porque yo no tengo la responsabilidad..
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Ahora bien, puede decirse que aunque un "pacifista puro" no sea un "iluso" ni un "agresor dialéctico", sí es un "irresponsable". Esta es la postura que llevan tiempo adoptando todos los que se manifiestan dispuestos a secundar una nueva guerra en Irak (como Hermann Tertsch), ya que consideran que las razones para actuar así superan en un grado suficiente al riesgo de hacerlo. Pero también es la postura que adoptan los que no se muestran dispuestos a secundar una nueva guerra en Irak pero sí a justificar la anterior (como Enrique Krauze), o los que se muestran dispuestos a justificar "acciones armadas concretas" como las llevadas a cabo "en la antigua Yugoslavia, en Afganistán" como afirma haber hecho Juan Luis Cebrián en un artículo publicado en el mismo número de El País titulado "¿Responsables ante quién?" que aparece en la página 14. Juan Luis Cebrián escribe allí: "No creo que todas las guerras sean iguales, aunque todas sean horribles, salvo la de Perejil, ni que todos los terrorismos sean los mismos, aunque todos me parezcan detestables". Juan Luis Cebrián muestra así que él no es un "irresponsable" como esos "pacifistas puros" que se oponen, no sólo a todas las guerras en general (como él), sino también a cualquier guerra en particular —y hasta a las "acciones armadas concretas" en singular—. No obstante Juan Luis Cebrián tampoco es uno de esos "irresponsables" que están dispuestos a ir a la guerra sin responder de sus actos ante el Parlamento ni ante "el electorado ni la opinión, sino sólo ante el presidente de los Estados Unidos de América", como los miembros del Gobierno español. Ciertamente nadie diría que Juan Luis Cebrián es un "irresponsable", pero también es verdad que poca gente estaría dispuesta a decir de alguien que mantiene esa postura que es un "pacifista", y menos, un "pacifista puro"..
Pero el caso es que esta acusación de "irresponsabilidad" lanzada contra el "pacifismo puro" suele ir acompañada de un "argumento vencedor" que encontramos tanto en el artículo de Hermann Tertsch como en el de Enrique Krauze y que podríamos enunciar mediante un potencial compuesto como el siguiente: "¿Qué habría sido de los pacifistas puros en Berlín en el 33?". Hermann Tertsch formula esta pregunta por boca del rabino de Berlín: "como recordaba el rabino de Berlín hace unos días «los campos de concentración no los liberaron manifestantes» . Menos aún los pacifistas que pedían en Londres en 1939 «No a la guerra» con Alemania". Enrique Krauze reproduce el mismo argumento de la siguiente manera: "Un pacifista inglés durante la Segunda Guerra Mundial tenía la obligación moral de manifestarse con claridad en torno a preguntas como: ¿Esta usted de acuerdo con el exterminio de los judíos anunciado por Hitler? ¿Consiente usted la probable invasión de su país por los nazis? La respuesta afirmativa podía ser aberrante pero no incoherente; la respuesta negativa implicaba el abandono de la posición pacifista. Lo único inadmisible era el silencio. La pasividad con respecto a Hitler fue suicida. La complicidad con Stalin fue asesina. Si Gran Bretaña hubiese ocupado Renania en 1936 o hubiera enfrentado preventivamente a Hitler en 1938, la guerra se habría evitado". Ciertamente uno podría pensar que si Gran Bretaña hubiese hecho eso Gran Bretaña habría provocado inmediatamente la guerra —cosa que ciertamente hubiese acabado con la guerra, en 1945, pero no la habría, en ningún caso evitado—. Pero no es ésa la cuestión. El asunto es que la irresponsabilidad es puesta por ambos articulistas del lado de los "pacifistas puros", y en el caso de Krauze parece presuponerse en ellos una respuesta afirmativa (y ciertamente "aberrante") a las preguntas acerca del estar de acuerdo con el exterminio de los judíos o con la invasión de Gran Bretaña como la única posición "coherente", y en la identificación de la respuesta negativa con un abandono inmediato de la posición pacifista. No obstante, se puede estar en desacuerdo con ambas cosas y oponerse a ellas con métodos que no impliquen el uso de la violencia. Se podrá decir que esto sería ineficaz en el caso de un ciudadano británico frente al Tercer Reich alemán, pero se podría responder que no lo fue en el caso de un ciudadano hindú en contra del Imperio Británico. Esos métodos tampoco hubieran resultado, en absoluto, ineficaces llevados a cabo por un ciudadano alemán ni siquiera en la Alemania nazi. Quizás es necesario recordar que las protestas populares en Alemania durante el régimen nazi consiguieron detener la "eutanasia" (es decir el exterminio) de los disminuidos psíquicos y otros "ciudadanos improductivos" llevada a cabo por las SS. Sin duda alguna las protestas populares también hubiesen podido detener el exterminio de los judíos. El problema es que no las hubo. No sólo no las hubo en Alemania, tampoco en Inglaterra, ni en América, ni en Francia, ni en el Vaticano. Es más fácil "comprender" por qué no las hubo en Alemania, que por qué no las hubo en el Vaticano, y aunque en ninguno de los dos casos se pueda justificar, quizás haya que tener en cuenta el formidable aparato de propaganda nazi capaz de ocultar cualquier realidad a sus propios ciudadanos poniéndole delante una gran bandera nazi, o la circunstancia de que los judíos hubiesen sido privados de la nacionalidad alemana y de que ponerse de su parte en tiempo de guerra pudiese ser considerado "traición" y castigado con el fusilamiento que prevé toda constitución (por democrática que sea) en esos casos. Quizás haya que tener, finalmente, en cuenta que los ciudadanos alemanes no podían manifestarse en contra de la guerra porque ya estaban en guerra, ni en contra del exterminio porque ya estaban siendo exterminados, o porque ya habían sido exterminados, no sólo en el frente, sino en el propio Berlín, en la "noche de los cuchillos largos" a lo largo de la cual Hitler se libró de todo el ala izquierda de su partido —que también la hubo— antes de que ésta pudiese comenzar siquiera a manifestarse, llevando a cabo una "acción armada" bien "concreta" y un auténtico "ataque preventivo" en contra de las posibles agresiones de los posibles pacifistas, de los últimos nazis que aún creían "de buena fe" en la parte socialista del nacionalsocialismo..
Uno puede estar bien seguro de que hubo, no obstante "pacifistas puros" en Berlín en el 33, y de que los siguió habiendo (cada vez menos, claro está) hasta el 45, y de que los hubo (cada vez más) desde entonces hasta el 2003. Uno puede estar seguro también de que son esos pacifistas (con sus manifestaciones y su "griterío") los que han forzado la difícil posición adoptada por Alemania de oponerse a la intervención en Irak. Es precisamente el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial lo que ha llevado a uno de los países que más responsabilidad (o irresponsabilidad) tuvo en ella, a oponerse a una nueva guerra, y a intentar pararla con manifestaciones en el momento en el que todavía es posible pararla con manifestaciones: antes de que empiece. Pero no hay que olvidar que la responsabilidad de que empiecen las guerras NUNCA ha sido de los pacifistas.
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3. No me llames irracional porque tengo razón..
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Ahora bien, afortunadamente todavía queda una esperanza de encontrarse con la postura de un "pacifista" convencido en El País cuando uno descubre en el Babelia del sábado 8 de febrero de 2003 (pág. 21) el artículo de Fernando Savater titulado "Palos, piedras y seres humanos". Ciertamente uno esperaría más bien que se titulase algo así como "¡Basta ya de guerras!", o por lo menos "Bombas, misiles y seres humanos", pero el artículo de Fernando Savater, dado que está en un suplemento cultural, se conforma con hacer una reflexión, más o menos lírica acerca de lo mal que están las cosas: "Las entrañas del planeta gruñen constantemente, el suelo se calienta bajo nuestros pies, la humareda es cada vez más espesa y apesta crecientemente a azufre; de vez en cuando la tierra se rasga en el flanco de la montaña tenebrosa y se desbordan borbotones de lava, que arrasan pueblos, destruyen sembrados y rebaños, calcinan a multitudes. Pero aún no se trata de la erupción definitiva, de la que sin embargo no dejan de hablar siniestros teólogos y alucinados profetas". No sabemos exactamente a qué se puede referir Savater. No obstante a uno le puede parecer un poco exagerado para tratarse de la crisis de Barça, y un poco más tarde descubrimos que se, en efecto, se debe referir a "la guerra que viene", como dice un poco más abajo, y contra la cual Savater recomienda el, sin duda, perfectamente pacifista e ilustrado proceder de leer: "El planeta cruje, la lava hierve, pero el tiempo transcurre y a los más afortunados los sobresaltos sólo nos llegan todavía por televisión ¿Qué hacer? De momento, leamos. La guerra que viene no se retrasará ni se adelantará por ello, pero nos encontrará mejor informados". No obstante uno tiene la impresión de que Savater está hablando de la erupción del Vesubio en el siglo I d.C., la que costó la vida a Plinio el viejo por su exceso de celo en la investigación de la naturaleza, o del terremoto de Lisboa del siglo XVIII, aquel que barrió por completo de Europa el optimismo racionalista de esos pensadores tan "entusiastamente cartesianos" como Leibniz o Wolff y dejó a la Filosofía a merced de los sarcásticos ataques de Voltaire (el filósofo tan admirado por Savataire). Al fin y al cabo, como dice Hermann Tertsch, los españoles siempre hemos sido "los «prusianos del Mediterráneo»", y todo el mundo sabe la admiración que sentía Federico el Grande de Prusia por Voltaire, habiendo llegado a llamar al siglo XVIII "El siglo de Voltaire"..
Fernando Savater recomienda la lectura y hace muy bien. Esto no puede ser considerado ni "iluso", ni "agresivo", ni "irresponsable" por nadie (incluidos George Bush, Enrique Krauze, Hermann Tertsch, y Juan Luis Cebrián). Desde luego no puede decirse que la posición de Savater sea belicista en absoluto, sino más bien lo contrario..
Lo único que uno podría preguntarse es si lo más recomendable en este momento es leer a Savater, leer, al menos a Savater hablando de "volcanes", de "azufre" de "lava" y de "crujimientos de tierra" sin nombrar siquiera al demonio que produce todos esos fenómenos (se llame Sadam Husein o se llame George Bush). Hay momentos en los que (como diría Enrique Krauze) "lo único inadmisible es el silencio"..
Los volcanes estallan solos y matan a mucha gente, y son terribles desgracias sin duda alguna. Pero todavía no se ha descubierto la manera de pararlos con manifestaciones ni de ninguna otra manera y por eso lo mejor es ser lo más prudente posible y alejarse lo más que se pueda (cosa que Plinio el viejo aprendió demasiado tarde y le impidió llegar a ser Plinio el anciano). Pero no ocurre lo mismo con las bombas. Uno puede estar completamente seguro de que si no se las fabrica no estallan, de que si no se las tira encima de las personas humanas, no matan a nadie (salvo en caso de erupción), y de que si se las ha destruido no habrá inspectores de la ONU que las encuentren. Hay muchísimas maneras de parar una bala antes de que llegue al pecho de un joven irakí, y también antes de que llegue a la cabeza de un policía en el País Vasco. Fernando Savater conoce mejor que nadie muchas de esas maneras, pero prefiere delegar en otros ese trabajo, al menos en lo que respecta al primer caso, por ejemplo en Noam Chomsky cuyo libro Estados canallas recomienda en primer lugar (a pesar de que el libro "no prescinde de las vehementes simplificaciones del estilo panfletario", y aunque "sin duda Chomsky no cuenta toda la verdad" —como Savater—, pero dado que, al menos, "todo lo que cuenta es verdad" —como Savater— "y además una verdad que necesita ser dicha" —como... Plinio el viejo—)..
Fernando Savater recomienda el libro de Noam Chomsky sólo antes de recomendar también la lectura de Guerras justas e injustas de Michael Walzer (al que califica de: "pieza clásica, casi diríamos que «oficial», sobre la teoría moral aplicada al inmoral fenómeno de la guerra" y del que dice que "aspira a introducir objetividad normativa en un campo en que las argumentaciones siempre son abrumadoramente maniqueas") y del libro de Jonathan Glover Humanidad e inumanidad que es el que más le ha gustado y que resume diciendo que, puesto que: "la voluntad desmesurada de creer en lo que promete salvarnos o nos exalta (...) atraviesa y pervierte el siglo tanto en los regímenes totalitarios como en las democracias", quizás "la salud mental resulte siempre escéptica". Efectivamente Savataire demuestra desconfiar también del "pacifismo puro", del "pacifismo a ultranza" (dice él) que: "tampoco resulta racional, ni siquiera moralmente razonable: por mucho respeto que nos merezca Gandhi, muchos rechazamos por motivos éticos su consejo a los judíos de que deberían preferir suicidarse antes de resistirse violentamente a la tiranía nazi" y un poco más abajo añade: "resulta ahora algo inquietante recordar que, a finales de los años cuarenta del pasado siglo, alguien tan poco belicista como Bertrand Russell recomendó que los USA lanzasen un ataque nuclear preventivo y disuasorio a la URSS, para evitar que esta potencia lograse desarrollar su propia bomba atómica". La desesperación de Bertrand Russell pudo llevarle quizás a decir aquello, como la de Nelson Mandela pudo hacerle aproximarse en un momento (o quizás no) a la lucha armada. La pura deseperación obliga a muchos palestinos a suicidarse porque no tienen otro medio de resistirse (ni violenta, ni no violentamente) a la tiranía israelí. Sin duda el cansancio, la desesperanza y la frustración convierten a muchos "pacifistas puros" en "terroristas puros", pero hay que tener en cuenta que hasta del propio Savater puede decirse que quizás "fue" y "será" un pacifista, pero que hoy es un "es" cansado, cansado, al menos, de ser un "puro pacifista", de tener que decir "¡Basta ya!" a diestra y siniestra..
También es verdad que Plinio el viejo murió por acercarse demasiado el Vesubio, y que en cambio Plinio el joven (que se dedicó a la retórica) acabó escribiendo un sentido elogio de Trajano y siendo recompensado por éste con un puesto de gobernador en Bitinia, que está por allí por el oriente próximo. Voltaire fue generosamente acogido en su corte por Federico de Prusia quien después —todo sea dicho— le echó a patadas por haber metido la mano en la caja; y es que uno no se puede fiar de un escéptico, al menos en temas de ética, porque, al fin y al cabo para eso es un escéptico. Nadie diría que Savater sea hoy un belicista, pero desde luego, de lo que uno puede estar seguro es de no se suicidaría (lo cual incluye morir a causa de una huelga de hambre) antes que oponerse violentamente (lo cual incluye la ilegalización de partidos y la represión) a la tiranía etarra. Por lo tanto, tampoco puede decirse que Fernando Savater sea un "pacifista a ultranza"..
Así pues, puesto que uno puede dudar acerca del talante pacífico no sólo se San Francisco de Asís y de San Benito de Nursia, sino del del mismísimo Fernando Savater, lo único que nos quedaría como ejemplo de "pacifista puro" es Gandhi, el cual, como héroe, resulta bastante poco glamouroso. Uno preferiría "ser" cualquier cosa antes que Gandhi, cualquier cosa antes que "deber ser" como Gandhi y permanecer en calzoncillos dejando que le den palos en la cabeza unos Skinkeads disfrazados de representantes del Imperio (británico, se entiende). Ahora bien, se puede decir cualquier cosa de la postura de Gandhi salvo que es posible rechazarla "por motivos éticos". Es posible rechazarla por muchos otros motivos, por que no se es lo suficientemente estúpido, terco, valiente, o porque no se tiene un alma lo suficientemente grande o bella, pero no "por motivos éticos". Ni siquiera aunque el suicidio pudiese llegar a ser éticamente censurable se trataría aquí de eso, porque aquí no se trata de "matarse", sino de "dejarse matar", de "ser" matado. Aunque uno reconozca honestamente que tiene serias dudas acerca de su propia manera de comportarse ante esa situación ello no quita para que "deba" seguir reconociendo que esa la única postura que nunca podría considerarse indigna. Es por lo tanto, una verdadera tragedia, que uno ni siquiera pueda ser como Fernando Savater y adoptar una postura pública digna y a la vez elegante que le permite aparecer en todos los medios de comunicación (de cualquier signo), ganar mucho dinero, y apostarlo en el Derby mientras espera, con la conciencia tranquila, a que la tierra se abra bajo sus pies. Es una pena que "ser" como George Bush, Hermann Tertsch, Enrique Krauze, Juan Luis Cebrián o Fernando Savater no sea "ser" pacifista, sino sólo "deber serlo". Pero es una pena sólo porque hay muchos más como ellos, y si ser como ellos fuese ser pacifista, el mundo estaría lleno de pacifistas, ya que hasta Mariano Rajoy afirmó recientemente que "quien esté a favor de la guerra no se encuentra en sus cabales" (como recordaba Juan Luis Cebrián en su artículo). El propio George Bush declama a todas horas su talante pacifista y no para de repetir que el único que quiere la guerra es Sadam. Donald Rumsfeld demuestra a todas horas estar dispuesto, incluso, a sacrificar las vidas de muchos ciudadanos americanos (por no hablar de los irakíes) para acabar con la guerra, para acabar con ella con el mismo método que un escéptico como Oscar Wilde proponía como el único posible para acabar con la tentación: caer en ella..
No obstante, y aunque no se puede en absoluto cuestionar el criterio de alguien tan autorizado, es raro que Fernando Savater no mencione entre los libros que habría que leer para saber a qué atenerse con respecto a la guerra, el pequeño escrito de Immanuel Kant que sí podría considerarse (no como el libro de Walzer) como: "pieza clásica, casi diríamos que "oficial", sobre la teoría moral aplicada al inmoral fenómeno de la guerra" y que se titula La paz perpetua. Allí Kant declara que, en efecto, hay dos maneras de instaurar una paz perpetua en nuestro planeta: la guerra y el Derecho Intenacional; sólo que las paces que es posible instaurar mediante uno y otro método son sustancialmente distintas, una es "la paz de los muertos" y la otra es el continuo conflicto de un Estado Republicano Cosmopolita (ese eterna guerra desarmada de todos contra todos que tendría lugar en un parlamento de las Naciones Unidas que mereciese tal nombre y que sería incapaz de sacar, jamás, ninguna resolución por unanimidad, pero que, no obstante, toda la legitimidad del mundo (literalmente) para imponer sus decisiones cualesquiera que fuesen). Esto puede parecer "iluso", "agresivo", "irresponsable" o hasta "rechazable por motivos éticos" para según quien, pero lo que no puede decirse es que sea "irracional", o por lo menos no se lo pareció a alguien tan poco dado al "entusiasmo anticartesiano" como Kant..
En la primera sección de ese escrito el filósofo prusiano recoge cinco artículos que considera "los artículos preliminares para la paz perpetua entre los estados": 1. "No debe considerarse válido ningún tratado de paz que se haya celebrado con la reserva secreta sobre alguna causa de guerra en el futuro". 2. "Ningún Estado independiente (grande o pequeño, lo mismo da) podrá ser adquirido por otro mediante herencia, permuta, compra o donación". 3..
"Los ejércitos permanentes (miles perpetuus) deben desaparecer con el tiempo". 4. "No debe emitirse deuda pública en relación con los asuntos de política exterior". 5..
"Ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y gobierno de otro". Esta, en principio, no parece la postura de alguien "exaltado por aquello que promete salvarnos" y completamente alejado del "sentido de la realidad". Más bien, después de leer esa obra y algunas más obras de Immanuel Kant, o de David Hume, o de Jean Jaques Rousseau, se acaba descubriendo porqué el siglo XVIII no se acabó llamando "el siglo de Voltaire", de la misma manera en que el siglo XXI tampoco se llamará "el siglo de Savater"..
El siglo XVIII acabó llamándose, en efecto, el "siglo de la Razón", el "siglo de las Luces" o bien "el siglo de la Ilustración". No obstante, lo que sí es verdad es que no es en esta dirección en la que progresan nuestros representantes en la actualidad. Para comprobar cuál es la actitud de los políticos españoles ante la amenaza de la guerra en Irak no tenemos más que recurrir de nuevo a El País del 7 de febrero de 2003, pág. 9 (justo entre el artículo de Tertsch y el de Krauze) para leer la siguiente noticia: "El inicio del período de campañas electorales ya está dando sus frutos. Anoche, en pleno debate televisivo, Cebolla acusó abiertamente a Pimiento Morrón. El acusado se manifestó ofendido y se retiró del plató, pero no negó las afirmaciones de su opositor. (...) Ni siquiera la reconocida trayectoria periodística de Mario Cambiano pudo contener a los candidatos Cebolla y Pimiento Morrón para que se ciñeran a sus propuestas en lugar de volcarse con tanto entusiasmo hacia las descalificaciones personales. Sin embargo, el debate fue muy interesante. Por primera vez la gente tiene la posibilidad de elegir cómo quiere su pizza de punta a punta. Esta nueva democratización de los gustos de cada persona ha generado una aceptación inmediata y gran entusiasmo en la población. Todos quieren elegir desde la masa hasta cada ingrediente pasando por las salsas y los quesos. Cada uno está decidiendo quién se queda y quien se va. (...) En el primer minuto pasada la medianoche los candidatos estaban llevando a cabo la ya típica pegada de carteles..
Hoy la ciudad está vestida de posibilidades. El candidato Masa Clásica proclama que "Sigamos así", Masa Base Doble afirma que "La fuerza está en el centro" y por su parte, Masa Calzzone no deja de manifestar su radical propuesta "contra la apertura". Estamos en plenas elecciones y viviremos días democráticos. Desde ahora podemos elegir cada parte de nuestra pizza, para llegar a nuestros ideales (...) Por lo tanto, preparémonos para elegir y para disfrutar de esta nueva democracia en las pizzas que sólo nos brinda Telepizza..." Perdón, creo que me he equivocado. Esto es un anuncio de Telepizza...