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La vieja Europa

Respuesta desde la cárcel de un periodista y preso vasco a un artículo del escritor mexicano Carlos Fuentes

(Carlos Fuentes y los polos de la dignidad)
Fernando Alonso Abad -
Prisión de Mansilla
Resumen Latinoamericano.

Quizás pueda interpretarse como un atrevimiento el que un jodido juntaletras preso se permita la osadía de entrar a la esgrima dialéctica de un consagrado maestro de la narrativa latinoamericana como lo es Carlos Fuentes. Y es que uno se queda fascinado frente a la capacidad creadora de los grandes escritores, el virtuosismo con el que logran generar mundos, ensoñaciones, emociones, sentimientos desde algo tan aparentemente humilde como lo es la palabra.
Por eso me provoca un cierto vértigo asomarme a estos pánicos en blanco en los que quisiera referirme a algunos aspectos que usted mencionaba en su artículo "Polos de la intolerancia", publicado semanas atrás.
Difícilmente podré estar yo a la altura de su verbo porque usted es uno de los magos de la palabra; pero como a lo largo de los tiempos la mentira ha sabido envolverse en hermosas palabras, no dejaré pasar la ocasión de intentar quitarle el celofán a las suyas, ya que entre lo que usted ha denominado «polos de la intolerancia» está aquello por lo que miles de vascos luchamos y damos la libertad.
Aunque yo no alcance su nivel intelectual sí que debo decirle que en lo referente al pueblo vasco y sus circunstancias usted demuestra en su artículo un desconocimiento palmario y pre- ocupante, lo que unido a las conclusiones políticas a las que llega me ha llevado a pensar que en su caso, lamentablemente, la falacia también se presenta en hermoso envase.
Si le soy sincero, lo primero que me ha llamado la atención de su artículo es la vergonzante simpleza con la que se refiere a heridas abiertas que llevan siglos desangrando pueblos. La alquimia del reduccionismo que aplica sobre Euskal Herria y su lucha por establecer su lugar en Europa y en el mundo es un insulto al conjunto del pueblo vasco, por mucho que usted trate de ceñirlo a ETA como si esa organización política que practica la lucha armada fuera el problema, y no una expresión del problema.
Supongo que usted sabrá que la lucha del pueblo vasco por mantener su identidad es previa al nacimiento de ETA, hace ya 44 años. De lo contrario tendríamos que colegir que ETA existe desde el mismo surgir del pueblo vasco -44.000 años según Barandiaran- y que si Euskal Herria permanece viva es precisamente porque existe ETA. ¿Es ahí donde usted quiere llegar? ¿Es también de los que piensan que los vascos somos la raíz del mal, una maldición bíblica? Por eso ya nos excomulgaron en el Concilio de Letrán, hace casi mil años. Por favor, aporte algo nuevo.
Como mejicano, usted sabrá que Hernán Cortés ya previno a Moctezuma sobre la maldad intrínseca de los vascos. Se cuenta que allá por el 1512 Cortés tuvo que abandonar temporalmente México por una revuelta indígena en Cuba y que para justificar su partida le habría dicho a Moctezuma que debía acudir a pelear porque «venían los vascos». Como ve, hace cinco siglos que hay constancia documental sobre «terroristas vascos». ¡Y qué casualidad que fuera entonces cuando España ocupó a sangre y fuego el Reino de Navarra! Pero si Cortés engañó a Moctezuma antes de matarlo -«del mar los vieron llegar mis hermanos emplumados, eran los hombres barbados que la profecía esperaba»-, al subcomandante Marcos (un abrazo) no le engañan ni los sucesores de los genocidas españoles sus zopilotes locales ni los malabaristas del sofismo. Aún así, ¡qué trágica desgracia que vayan marchitando los siglos y los vascos sigamos siendo pieza codiciada de toda suerte de serpientes de lengua de doble filo! No sé de qué fuentes habrá mamado usted para formar su criterio sobre los vascos, pero a la luz de los personajes que menta no me extrañan lo más mínimo los efectos secundarios de su curda. Porque equiparar la insurrección zapatista a la mutación del franquismo es alucine mescalino, y eso obviando la calificación de «revolucionarios» de personajes como el Borbón, González, Aznar o Garzón. Esa estimación supera los límites humanos de lo increíble.
La «revolucionaria» transición española que usted loa echó sal sobre las heridas abiertas de Euskal Herria. En lugar de reconocer la identidad del pueblo vasco y respetar su derecho a construir su futuro, impuso la voluntad de la indisoluble unidad de la patria española e incluso estableció por decreto la partición del territorio sur vasco. Podría haber puesto fin a un pro- blema político y lo que hizo fue recrudecerlo. Y de aquellos polvos estos lodos.
Contrariamente a lo que usted afirma en su artículo, el Estado español jamás ha abierto caminos políticos al pueblo vasco. Dice que el Estatuto vascongado -supongo que también el Amejoramiento- puede ser discutido y cambiado, pero olvida que la unidad de España es incuestionable, con lo cual ese debate es un brindis al sol.
Afirma que la prensa es libre, pero no sé si le habrán contado que su «revolucionaria» España cierra periódicos y revistas y encarcela periodistas (no lo digo por mí); que la expresión es libre siempre y cuando esté dentro del marco establecido. Volvemos a chocar contra el mismo muro.
Y qué decir del derecho de asociación, reunión, manifestación. ¿Sabe que todos los poderes del Estado se conjuran contra una formación política? ¿Le han hablado de la criminalización de las ideas, de la persecución del independentismo, de la venganza cobarde contra los presos y sus familiares? No seguiré por esa línea porque seguro que su conspicuo adalid de la «universalización de los derechos humanos» ya le habrá adoctrinado convenientemente al respecto, y viendo los homenajes verbales que le brinda doy por hecho que por mucho dato contrastado y contrastable que yo le ofreciera siempre prevalecerá la opinión del magistrado. De todas formas, pregúntele a Garzón sobre los vascos torturados; si no sabe (o no quiere) responderle, nosotros lo haremos gustosos y le mostraremos las huellas de su «democracia».
En esa España que usted ensalza no cabe el independentismo, a no ser que la aspiración de la soberanía sea un mero recurso retórico, una pincelada de color político sin pretensión alguna; artificio. Ahora bien, por las referencias que usted ofrece sobre su concepto de izquierdismo tengo la sensación de que en lo político va poco más allá de las fachadas ornamentadas; así que no me extraña que piense que en España se puede ser independentista vasco.
El pueblo Ojiway, de los indios de Norteamérica, decía que la soberanía no es algo que pueda darte alguien. «Vosotros no podéis darnos nuestra soberanía -proclamaban-. La soberanía no es un privilegio que alguien te concede, es una responsabilidad que llevas en tu interior». Supongo que para usted, cuando alguien asume de forma militante esa responsabilidad se convierte en un intolerante; y si le ocurre a un pueblo será un polo de la intolerancia. ¡Qué cerca está eso del «Eje del mal»! A los vascos nos ha pasado demasiadas veces como a aquel jefe cherokee que se entrevistó con el presidente de los USA para hablarle de los problemas de su pueblo. El jefe blanco escuchó, y después le dijo: «Debéis perseverar».
Regresó a su pueblo y tanto perseveraron que tuvieron que desenterrar el hacha de guerra. ¡Otro polo de intolerancia! No quiero que en estas palabras entienda llamamiento alguno al dolor o a la muerte porque pretenden ser todo lo contrario. Hoy en día al referirse a Euskal Herria hay individuos tan oscuros que escriben con alma de túnel. Por ahí no hay futuro. Yo quisiera que todas nuestras plumas se cargaran de luz, porque el pueblo vasco lleva ya dema- siado tiempo caminando en la noche y necesita de la energía de todos para iluminar un nuevo amanecer.
Respeto su dolor por la pérdida de un amigo, pero no utilice esa muerte como coartada porque desgraciadamente en este conflicto hay muertos, demasiados, de todos los lados; y si proclamamos que la vida de todas las personas es igual de valiosa, también valen igual todos los muertos. Además, algunas de sus «fuentes» tienen bastante que callar sobre ese tema.
Mal destino aguarda a quien eche a caminar haciendo evaluaciones cualitativas o cuantitativas de los muertos. Detrás de cada trinchera las lágrimas son igual de amargas.
Y, sobre todo, no intente deslegitimar al subcomandante Marcos aprovechando la coyuntura anti-vasca porque eso es bastante miserable. Sin ir más lejos, los indígenas chiapanecos a los que usted menciona conocen muy bien a los vascos porque son innumerables los que han reído y llorado con ellos, que trabajan sudor con sudor en aquellas tierras en un magnífico ejemplo de solidaridad y amistad entre pueblos.
Porque usted sabrá perfectamente que en todos los rincones de América ha habido y hay vascos dándolo todo junto a esas gentes. Hace veinte años los niños en Nicaragua preguntaban si se era español o vasco; Guatemala ha visto vascos en los lugares más remotos llevándoles medicinas con una sonrisa; El Salvador, cuyo presente político fue también fecundado por sangre vasca...
Desde los Mohawk, que lucen orgullosos el «Euskal Herria askatu», hasta los confines australes del continente, donde hay ikurriñas en las tabernas de marinos, pasando por el «país alargado al fin del mundo» o Argentina o Uruguay, que defendió con su propia sangre el derecho de asilo a los vascos; El Paso, en Texas, California, Nevada, Idaho, lugares donde se ven camionetas con el letrero «I'm proud to be basque»... en toda América el pueblo vasco es, como dice el subcomandante Marcos, sinónimo de dignidad.
El pueblo vasco no se queda en el artificio retórico. «Hay que darlo todo por la libertad que se ama», escribió Lauaxeta. A eso, según parece, usted lo llama intolerancia. A eso, los espíritus libres y comprometidos lo llaman dignidad.
Lamentablemente hoy en día hay demasiados lugares en el mundo donde no queda más remedio que defenderse para sobrevivir. Y eso sucede porque los «tolerantes» no dejan otro camino abierto. Los vascos hemos sido siempre un polo de dignidad, por eso estamos orgullosos de ser vascos; por eso, aunque somos el pueblo que más batallas ha perdido, seguimos vivos y no cejaremos jamás hasta ocupar el lugar que nos corresponde como pueblo en un mundo más justo, más solidario, más libre. Eso es dignidad, y gracias a que existen en el mundo muchos más polos de dignidad podemos seguir soñando con un futuro superador de tanta noche.
Euskal Herria tiene derecho a ser dueña de su futuro, y cuando el ejercicio de su soberanía esté garantizado, la misma dignidad que ahora empuñamos para seguir vivos mañana la destinaremos a construir un futuro de paz, de justicia y libertad colaborando desde nuestro marco local a que el mundo sea más justo y solidario; sea la patria de la Humanidad.
Ya que usted concluye con William Blake, haré lo propio: «Lo que ahora está comprobado antes sólo fue imaginado».
Desde esta celda española, este soldado-escribidor mira al futuro con esperanza. Atentamente.