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La vieja Europa

El espectro de la esclavitud

Roger Botte En "Les Temps Modernes", nº 620-621, pp.145-164
Umoya
(Introducción y traducción : Ramón Arozarena)

Por problemas de espacio, sólo se presenta, traducida del francés, la parte final de este interesante artículo.

Conviene, sin embargo, situar estas páginas finales en el contexto global del escrito. Comienza el autor señalando que "el esclavo, o el antiguo esclavo, es un actor cuasi invisible en el paisaje africano contemporáneo, "un impensado" en la investigación en ciencias sociales. Es necesario hacerlo visible, ya que en muy numerosas sociedades la presencia de importantes comunidades de antiguos esclavos…es un dato fundamental. (…) ¿Por qué categorías como la de amo y esclavo siguen resistiendo frente al acto jurídico y político que representa la supresión de la esclavitud? (…) ¿En qué se sustenta la pervivencia de la impronta servil, cuando las condiciones socio-económicas que habían generado la esclavitud han desaparecido progresivamente?". Cita el autor numerosos ejemplos de la persistencia de fenómenos de exclusión y el surgimiento en varios países de organizaciones que luchan contra las prácticas discriminatorias y humillantes que sufren las capas sociales de origen servil por parte de sociedades tradicionales, incapaces de integrar valores modernos. Se interroga si el retorno con fuerza de las autoridades llamadas "tradicionales", gracias a su poder electoral en estos tiempos de instauración del multipartidismo, no estará apuntalando más la confusión entre ciudadano y sujeto. El articulista afirma no querer incidir, "por el momento, en el desmentido oficial y ocultación del fenómeno de la esclavitud por parte de los Estados africanos…, en los que el concepto de ciudadanía debe buscar compromisos con el orden social anterior". Quiere interesarse prioritariamente en la actitud de los antropólogos, a los que define como "expertos en ocultaciones de todo tipo", que prefieren callar determinadas prácticas para evitar reacciones xenófobas y el peligro de que el oprobio caiga sobre países, pueblos o etnias. Concluye que "en realidad, las razones de esta amplia amputación de la esclavitud africana del campo científico hay que buscarlas muy lejos en el inconsciente colectivo, en el que se mezclan la trata de negros, la esclavitud en las islas americanas, la colonización y descolonización". La abolición de la esclavitud (1848) y su progresiva desaparición como institución son obra de un actor exógeno, el poder colonial, que, en principio, transforma a los esclavos en iguales a sus antiguos amos. Sostiene Roger Botte que el hecho de que fuera el Estado colonial quien realizara esta emancipación "produjo un efecto perverso: la promoción del esclavo fue percibida a menudo por los antiguos amos como una degeneración de la etnia, de la sociedad y de la cultura". Sin embargo, en la lucha anticolonialista por la independencia, en la que el burgués y el campesino, el amo y el esclavo debían unirse, se impone la visión idílica de la sociedad precolonial, presuntamente homogénea, sin antagonismos, comunitaria e igualitaria. La dominación colonial se convierte en una metáfora de la esclavitud, lo que elimina cualquier posibilidad de pensar en la esclavitud real. Todo ello conduce, según el autor, a la negación, insostenible, de la inexistencia de una esclavitud interna en África, y se pregunta "¿cómo los Estados africanos habrían podido justificar la exigencia de indemnizaciones compensatorias y expiatorias, con ocasión de la Conferencia mundial de las Naciones Unidas contra el racismo en Durban (septiembre de 2001), si hubieran reconocido en sus sociedades la existencia de prácticas serviles o la participación de las antiguas oligarquías en este crimen contra la humanidad que fue la trata de negros"?. "Hoy, mientras los antiguos esclavos tratan penosamente de escapar de pervivencia de la servidumbre, la globalización global genera formas de dependencia total, a menudo desterritorializada, de personas de las que se dispone enteramente.

Así es como una trata de personas humanas, de nuevo tipo, impune, creciente y floreciente, asola a África. Sabemos que el trabajo infantil está omnipresente en el continente; que obedece raramente a una lógica salarial y que se aparenta con prácticas de esclavitud. Muy diferentes de las migraciones por trabajo, sus formas son diversas, pero sus orígenes comunes: el subdesarrollo - esto es, la miseria - y, a menudo, en lo que respecta a los niños, la desviación comercial de una tradición de colocación y ayuda mutua, con la irrupción de intermediarios poderosos y la constitución de redes internacionales. Esta "nueva esclavitud" conduce a miles de niños y mujeres de los países pobres proveedores hacia los países "ricos" del continente, "empleadores" de mano de obra, donde son sometidos a un trabajo forzado en las plantaciones, en la servidumbre doméstica y en la explotación sexual. En África Central y occidental el negocio afecta a unos 200.000 niños, a veces desde lo 6 años. Agentes surcan las aldeas desheredadas y entran en contacto con los padres, a los que entregan, con su tácita complicidad, una suma pequeña "para la maleta". El precio de mercado varía actualmente entre 15 y 30 euros; la reventa, al final de la cadena - que incluye el costo de la corrupción de los policías en las fronteras, la comisión para el reclutador y la de los diversos intermediarios - se realiza alrededor de los 300 0 400 euros. Las chiquillas, más dóciles y obedientes, dan más. A veces, existen redes específicas, como las que abastecen de niños-jockey mauritanos a la industria de las carreras de camellos en los Emiratos árabes unidos. Es también el caso del Benin, que sirve de plataforma de un tráfico subregional de menores hacia Costa de Marfil, Nigeria, Camerún y Gabón. En algunos países los niños son enrolados a la fuerza como soldados y/o esclavos sexuales (Angola, Sierra Leona, Sudán); las tropas ruandesas y ugandesas de ocupación, así como los rebeldes congoleños, hacen lo mismos en la República democrática del Congo. En Costa de Marfil, uno de los demandantes principales (con Gabón, Nigeria y, en cierta medida, Guinea ecuatorial), los plantadores de algodón y cacao explotan a niños venidos de Malí, Burkina Faso, Guinea, Benin y Togo, mientras que en la ciudad, las prostitutas extranjeras son originarias principalmente de Nigeria, Gana, Liberia o Asia. En Camerún, los niños-criados provienen esencialmente de Chad y de Centroáfrica. Etiopía abastece de mano de obra femenina doméstica al Líbano, Arabia Saudita, Bahrein y Emiratos árabes unidos. Un tráfico de personas (trabajo doméstico y explotación sexual) proveniente de Togo llega igualmente hasta Arabia saudita y Koweit. Chiquillas (servicio doméstico) y mujeres (explotación sexual), originarias de Marruecos, transitan por las redes mafiosas hacia Europa y Oriente Medio. Varios países son origen de un tipo de tráfico y receptores de otro. Así un gran número de niños malianos (15.000, según UNICEF) desembocan en las plantaciones de Costa de Marfil, mientras en Malí son explotadas sexualmente nigerianas. En África del sur, estas mujeres provienen de muy numerosos países (Angola, Zimbabwe, Lesotho, Zambia, Camerún, Malawi y Rwanda). Simultáneamente, el país constituye una plataforma para tráfico de personas hacia Europa, Estados Unidos o Canadá, así como hacia Israel. En Europa, alrededor de 10.000 prostitutas de Nigeria son obligadas a trabajar en Italia, España, Francia y Oriente Medio; mujeres de Burkina Faso, de Camerún (Suiza), de Ghana, Togo (Francia y Alemania), de la República Democrática del Congo (Bélgica y Francia), de Congo (Gran Bretaña), son igualmente explotadas sexualmente en Europa. La servidumbre doméstica también asola en varios países (togolesas en Alemania, por ejemplo). En Francia, las condenas recientes por la explotación del trabajo infantil clandestino - un matrimonio de funcionarios de la policía, el hijo de uno de los fundadores de ediciones du Seuil, un escritor "increpador del racismo ordinario…", un ingeniero y su mujer, etc. - sacan a la luz pública estos "esclavistas de buena familia". Pero las chiquillas venidas del sur, varios miles, obligadas a trabajar, sin remuneración, recluidas o secuestradas, padeciendo violencias psicológicas y físicas, e incluso sexuales, se encuentran en todos los medios sociales: diplomáticos, personas protegidas por inmunidad, tanto como en las familias de inmigrantes".