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La vieja Europa

18 de febrero del 2003

Petróleo en las costas del norte de España: Nunca máis

Antonio José Quesada Sánchez
En el anterior artículo pudimos comprobar cómo los españoles no aceptaban ese negocio sobre barriles de petróleo que, a cambio de matar algunos iraquíes, nos proponía desde la capital del Imperio el Rey del cotarro. Con el aplauso entusiasta de su Virrey en Madrid, por supuesto, cuando incluso el Vaticano se puso en contra de pegar tiros por cuestiones económicas (¿será el Papa otro rojeras pacifista?, ¿existirá Dios y empezamos a darnos cuenta de ello?; mira que si finalmente existe...). Y ya que estamos manchados de negro por petróleos variados, sigamos con más petróleos. Ahora en el mar.

Hace algo más de tres meses en la costa gallega (de la auténtica Galicia, no la de los otros gallegos: el resto de españoles somos gallegos sólo en segunda instancia), se hundió un barco cargado de crudo. El Prestige, para más señas. Uno de esos barcos terminales que suelen tener por armador a un griego riquísimo, por capitán a un anciano que tuvo momentos mejores, por tripulación a una masa de filipinos, turcos y chipriotas que no se entienden ni entre ellos, y por pabellón lucen la bandera maltesa, panameña o de las Islas no sé-qué. A lo que íbamos: que se partió en dos y se hundió cargado de fuel-oil o algún carburante por el estilo. Le vimos hundirse en directo por televisión: una maraña de arriendos y subarriendos de obras entre los buques que debían haber actuado para evitar algo permitió que el barco se hundiese con toda su carga delante de unos barcos que daban un pasito adelante y otro atrás. Todos pusieron su granito de arena para que se terminara hundiendo. Los poderes públicos no perdieron los nervios en ningún momento, que aquello iba con ellos hasta cierto punto: nadie vivía en primera línea de playa gallega, ni sé de ningún Secretario de Estado de algo que tuviese como profesión la venta del mejillón o de marisco gallego en las lonjas a las seis de la mañana. Así que a esto hay que darle solución, pero con calma, serenos. No perdamos la perspectiva.

El barco, ya hundido, empezó a perder fuel-oil y las manchas empezaron a formarse y a querer tener vida propia. Según el representante gubernamental, las pérdidas eran "unos hilillos como de plastilina", nada importante, que nos quejamos por todo.

Pero el fuel no pensó lo mismo, y los efectos de la diarrea petrolera se hicieron notar: rápidamente las manchas negras inundaron la costa de Galicia. Si a una tierra dedicada a vivir del mar se le quita el mar como medio de trabajo no hay que ser Nostradamus para intuir problemas sociales en dicha comunidad. Pobre gallego: históricamente olvidado, siempre dando tumbos por el mundo para poder comer (hay un gallego ahí donde menos se le espera), y ahora les llenamos las playas de petróleo, para incentivar que hagan turismo de subsistencia, es decir, que emigren a buscar trabajo donde prefieran.

Las autoridades actuaron lentamente y mal. El fuel inundaba todo: las olas en las playas eran de fuel. Las piedras de los acantilados aparecían negras. Una manta de muerte suplantaba al mar en Galicia. Las autoridades quisieron ocultar el sol con un dedo. Alguno dicen que se lucró demasiado con la crisis, fue demasiado vistoso y tuvo que dejar su cargo público. Otros se lucraron menos y siguieron dando la cara en nombre de lo público. Pero como decimos, tarde y mal.

Y entonces se formó el fenómeno más intenso de voluntariado que yo recuerdo en mi vida (aunque todavía soy joven, eso dicen los científicos de las edades):

bandadas de voluntarios, de todas partes de España y de Europa, formando una especie de Brigadas Internacionales de la limpieza de playas, limpiaban cada día las costas gallegas. Tarea desagradecida: se limpia y, al rato, vuelve a estar todo igual. A falta de que lo público actuara, tuvo que ser la juventud concienciada la que limpiara las playas. Más neoliberal imposible, como a ellos les gusta: que sea el sector privado el que actúe, y el público siga esquelético (se les ve el plumero: dan tijeretazos al gasto social en nombre de doctrinas liberales y después aumentan el gasto militar en contra de las ideas que dicen defender, con lo que el recorte del gasto público acaba siendo una redistribución:

ahorran dinero para becas y ayudas sociales y gastan más en armas, Robin Hood a la inversa en nombre de Friedman y su tropa de mariachis de la economía, pero interpretado como quieren). El Estado tuvo que reaccionar, y mandaron a la Legión, que está para poner la cara por los de arriba cuando toca.

Manu Chao fue a cantar gratis a los voluntarios, y las autoridades lo pusieron a bajar de un burro: ¿qué esperabas, Manu? ¿De un gato esperas que ladre? Supongo que, si tienes mínimos conocimientos del mundo animal, esperarás que maúlle...

Cada visita de un político del Estado o de la Administración autonómica era recibida con abucheos por parte de los voluntarios. Se fundó una plataforma que sirviese como voz de los sin voz: "Nunca Máis", que traducido del gallego quiere decir "Nunca Más". Porque en Galicia se habla una lengua maravillosa, y hoy me consta que todas las aves gallegas lo hablan. Las derechas mediáticas hicieron una campaña brutal contra "Nunca Máis", acusándolos de lucrarse con la cuestión y de ser una plataforma del BNG, Bloque Nacionalista Gallego, partido nacionalista gallego, como si no fuese suficiente asistir a los mercadeos desde la capital del Reino para sentir inmensos deseos de hablar gallego y defender esa tierra desde el terruño, para evitar que se comercie con sus intereses fuera de Galicia. Incluso se llegó a vincular a la plataforma al entorno de ETA, que ya hay que ser miserable para jugar así con las fibras sensibles de los españoles. Como si, además, pudiera existir hoy entorno de ETA: tras la reforma de la Ley de Partidos Políticos y los autos del juez Garzón, ETA dejó de tener entorno, pues todo el entorno de ETA, ahora, es ETA. Si fuese teólogo me recordaría al ojo de Dios, que como no tiene párpados ni pestañas, pues Dios no necesita pestañear ni guiñar, todo es ojo.

Como no soy teólogo, me callo el ejemplo, pero ronda en el ambiente.

En fin, que las manchas han decorado las playas de todo el norte de España, desde Asturias hasta Euzkadi, incluso llegan ya a Iparralde, con la diferencia de que los franceses tienen menos ganas de beber petróleo que nosotros y de tragarse tonterías. Bromas las justas, que hablarán francés pero se les entiende perfectamente.

En fin, que un nuevo desastre ecológico tiñó de negro nuestra vida marina y nuestra vida política. El Prestigio hundido, en el fondo del mar, y las aves marinas hablando gallego. Los voluntarios haciendo trabajo de esclavos y algunos soldados recibiendo órdenes de limpieza también, por el qué dirán. Y quien defiende realmente estos intereses, la plataforma Nunca Máis, frita a críticas por los de siempre. Ellos nunca perdieron su trabajo por las burradas ecológicas que permitimos en nuestras costas. Y como siempre, reducirán su ayuda a Galicia a caridad, como Dios manda, y no a Justicia, como la sociedad exige.

Y perdonad que no siga con este tema. Cuando llevo mucho tiempo con estos temas donde se percibe tanta mala fe en tan poco espacio, necesito un poco de Oscar Wilde para seguir a flote y llegar a mañana en plenitud de facultades mentales. Aunque llegue con la espalda encorvada, por las muchas trampas que voy conociendo sobre tantas cuestiones y lo intenso que resultó el día de ayer, y con la máscara de lúcida decepción puesta, tan unida a mi cara que ya no sé distinguir mi cara de mi máscara. Hace tiempo que pienso que lo más que podemos llegar a ser en esta tierra es pesimistas lúcidos, esto es, optimistas bien informados.

Tristemente real. Nunca Máis.