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La vieja Europa

31 de enero del 2003

Baltasar el apóstata

Carlo Frabetti

A quienes sólo podíamos sentir desprecio por Garzón y su prosa, nos ha sorprendido mucho y muy gratamente su artículo El ataque de los clones ("El País", 27 1 03), en el que declara que apostata (sic) "de un Gobierno que, entre surcos de negro vertido, y con una tendencia al reino de la seguridad a secas, sin término para la libertad o las garantías, y que goza de una posición privilegiada en el Consejo de Seguridad de la ONU, es incapaz de alzar la voz, que sin duda encontraría eco, para oponerse a la bota militar que amenaza con pisotearnos y destruirnos como pueblo y como sociedad de valores de pronta democracia y reciente libertad"..
El verbo está bien elegido: apostatar es abjurar de la fe, negar el dogma, abandonar una doctrina previamente acatada sin reservas. Y puesto que sin reservas acataba -- y secundaba-- Garzón la doctrina de este Gobierno "sin término para la libertad o las garantías", lo suyo bien merece el nombre de apostasía. Congratulémonos si es sincera; pero tendrá que demostrarlo..
Porque está muy bien (aunque lo haga con un año de retraso) reprocharle al Gobierno que no sea capaz de "exigir a los Estados Unidos que cumplan con la Declaración Universal de los Derechos Humanos respecto de los detenidos en Guantánamo"; pero ante todo tendría que exigirle al Gobierno --y contribuir a ello como magistrado-- el cumplimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el Estado español, lo que significa, entre otras cosas, acabar con las torturas sistemáticas (y casi siempre impunes) en comisarías y prisiones, acercar a sus lugares de origen a los presos dispersos, retirar la Ley de Partidos y otras barbaridades jurídicas, dejar de criminalizar a los nacionalistas por el mero hecho de reclamar su derecho a la autodeterminación, base de la democracia. Porque si no lo hace, podríamos pensar que se opone a la guerra de forma oportunista: ahora que el Gobierno de Aznar está tan hundido como el "Prestige" (aunque seguiremos sufriendo sus emisiones de negra bilis durante bastante tiempo), ahora que más del setenta por ciento de la población está en contra de la anunciada invasión de Iraq, las declaraciones del juez-espectáculo podrían deberse a razones de audiencia..
Si Garzón no da más pruebas de su apostasía que un artículo en la prensa sensacionalista, alguien podría apostatar a su vez "de un juez que, entre surcos de negro neofascismo, y con una tendencia al reino de la seguridad a secas, sin término para la libertad o las garantías, y que goza de una posición privilegiada en la magistratura y en los medios, es incapaz de alzar la voz, que sin duda encontraría eco, para oponerse a la bota gubernamental que amenaza con pisotearnos y destruirnos como pueblo y como sociedad de valores de pronta democracia y reciente libertad"..
En cierta ocasión, san Ambrosio le reprochó al emperador Flavio Claudio sus pecados, y éste dijo: "También David pecó". A lo que replicó el arzobispo de Milán: "Puesto que imitas a David en el pecado, imítalo también en el arrepentimiento". El emperador le hizo caso, aunque en un sentido no previsto por Ambrosio: se arrepintió profundamente de haber abrazado la dogmática y represiva religión cristiana, abjuró de ella, se convirtió al neoplatonismo y pasó a la historia como Juliano el Apóstata..
Concedámosle a Garzón el beneficio de la duda, es decir, la presunción de inocencia (esa presunción de inocencia que él niega sistemáticamente a los abertzales): tal vez su apostasía sea tan sincera, filosófica y aperturista como la de Juliano. Ojalá lo sea..
Pero tendrá que demostrarlo.