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La vieja Europa

12 de diciembre del 2003

Rusia en la colonización cultural global

Ariel Dacal Díaz
Rebelión

El proyecto hegemónico al que intenta someter Estados Unidos al resto del planeta tiene un doble, marcado y complementario componente: sometimiento económico y cultural. El segundo se manifiesta con la circulación masiva, unidireccional y asimétrica de mensajes ideológicos sacralizados y códigos culturales acríticos, los que son emitidos suplementariamente desde los grandes centros de poder, mediando la generalización de un tipo de ser humano, y con él la consagración de un pensamiento "único".

Como médula de dicho mensaje está el dinero y todo lo que de él se deriva, alrededor de los cuales se sedimentan los consagrados temas de la propiedad y la tenencia de bienes como camino a la "felicidad". El sistema neoliberal, a través de la globalización de la cultura del mercado, pretende erigir a este como forma privilegiada de regulación social y única matriz cultural para todos los pueblos. En ese ámbito emerge como "valor" ético predominante el criterio "ser es tener".

Los medios para afianzar estos mensajes y colonizar las mentes en el planeta son de la más variada conformación y de la más estricta interconexión. La presa escrita, los canales editoriales, los espacios televisivos y cinematográficos, entre otros. Estos son controlados con elevada eficiencia por las trasnacionales que diseminan así la nueva cultura global.

¿En qué bando se encuentra Rusia en este diseño mundial? Evidentemente se sitúa entre los colonizados. En este sentido el escritor ruso Alexandr Solyenitsin, afirmó que la agonía de la cultura en Rusia es parte de este proceso de orden mundial caracterizado por la pérdida de la espiritualidad. El escritor señaló como una de las causas de este fenómeno el absoluto poder del dinero y la masificación de la cultura.

La población rusa tras la desintegración soviética ha estado abocada a la más terrible manifestación del darwinismo social, donde cada uno es responsable de su supervivencia, aun en detrimento del otro. El hombre común es más cerrado, piensa más en el dinero. El nivel de consumo es la variable para catalogar a uno u otro tipo de ciudadano. En esa dirección, el gusto en cuanto a ropas, diseños de interiores y arquitectura con frecuencia gira hacia lo llamativo, al cúmulo de ornamentos externos que en realidad resulta una amalgama de banalidad, trivialidad, vulgaridad y falsas apariencias.

Para algunos especialistas, las ansias acumuladas de consumo de la población ex soviética quizás convierte a Rusia en la sociedad más consumista del mundo. Un moscovita promedio por lo general viste mejor que el europeo a pesar de no tener un mínimo ahorro, que si un día llegase a tener, lo más probable es que lo gastara de inmediato en un Mercedes o BMW, aunque sea de segunda mano.

En Rusia prácticamente cualquiera tiene televisor, aspiradora y frigorífico; pero un DVD o televisor de plasma son verdaderos símbolos de prosperidad, casi como tener varios apartamentos o casas. Sin embargo, y de acuerdo a una encuesta realizada recientemente por el Instituto de Investigaciones Integrales de la Academia de Ciencias de Rusia, tan sólo el 1 por ciento de los rusos tienen un sistema de "cine de hogar", un 2 por ciento aire acondicionado y un 8 por ciento cámaras de vídeo.

El consumo material se vincula a los subproductos culturales que también "demanda" el ciudadano promedio. Las críticas contrarias a la proliferación de comerciales, imágenes de sexo y violencia en la pantalla abundan en el país, frente a lo que solo se ha logrado la firma de un acuerdo de "regulación voluntaria" de los programas con ese corte sin el debido impacto. Los nuevos códigos globales que se reproducen en este tipo de presentaciones, con base en el consumo, se han impuesto en Rusia como otra llamativa prueba de la subordinación cultural. Los productos extranjeros dominan la pantalla chica. Las novelas brasileñas, por ejemplo, son un gran suceso en la televisión rusa.

Otra de las consecuencias de los códigos del mercado ha sido la ruptura entre la calidad de un artista y sus posibilidades de aparecer en la radio o la televisión. Cuando aparece un nuevo artista es porque previamente ha pagado una importante suma de dinero, a lo que se añade que la música pop es la única que, igualmente mediando el pago, tiene reales posibilidades de ser difundida.

Por otra parte, es cierto que la creación artística tiene mayor libertad tras el fin del socialismo soviético. Pero durante los 12 años últimos, la cultura en Rusia ha tenido que andar sola, sobreviviendo con contraídos presupuestos estatales, destruidas edificaciones, y con los furiosos ataques de la cultura de masa occidental. Las instituciones han tenido que buscar financiamiento para seguir existiendo, viéndose obligadas a hacer concesiones en la calidad artística de su oferta cultural para atraer público. Muchos artistas se han ido a plazas de otros países por la falta de espacios nacionales para su realización.

Las salas de concierto, por ejemplo, ceden sus espacios a presentaciones de rock y cantantes pop que sean vendibles. Los estudios fílmicos son más rentables produciendo vídeo clips y shows televisivos y están fuertemente influenciados por las producciones extranjeras que dejan poco espacio a las del patio.

La industria cinematográfica también ha padecido en estos años. El principal estudio del país, Mosfilm, que producía hasta cincuenta películas al año en las décadas de los setenta y los ochenta, no rodó más que en tres ocasiones en 1997. A lo anterior se agrega que la Paramount Pictures y otras empresas norteamericanas, planean entrar directamente en el mercado nacional ruso, sellando en ese acto la "democracia cultural trasnacionalizada" a la que Rusia tiene el honor de sumarse.

Un dato más nos ayuda a ver el grado de penetración del cine norteamericano: entre 1990 y 1995 las importaciones de películas procedentes de EU aumentaron de un 14% del total a un 59.3 %. El incremento de dicho índice ha sido una constante. Sobre esa base, el propio Putin dijo que "los filmes de Rusia han sido desplazados del mercado doméstico por Hollywood". Mientras se han duplicado los cines lujosos en el país, es difícil encontrar una muestra de películas del patio pues su presentación es menor al dos por ciento. A las películas rusas les corresponde tan sólo el 6 por ciento del total de las ganancias que surte la distribución, por lo que no tiene nada de extraño que su proyección ocupe el 16 por ciento del tiempo correspondiente a los largometrajes.

Complementariamente la calidad artística de las muestras ha sucumbido frente al mercado, con la producción de trillers y películas de acción a la norma norteamericana. Pero este infortunio es analizado por algunos especialistas como "el nuevo cine ruso" (¿cinismo o inopia?) En un artículo publicado hace algunos días en Ria "Novosti", la autora señala que los aficionados al cine ruso deben sentirse agradecidos a la industria publicitaria patria. El nuevo cinematógrafo ruso se nutre de sus zumos, fortaleciéndose a ojos vistas.

Para la autora, los directores cuarentones tienen una visión amplia y audaz del arte cinematográfico. Ellos se apoyan sobre la experiencia europea y norteamericana no menos que en la del cine ruso, y en los años que llevan trabajando han aprendido a calcular certeramente qué cintas van a provocar el interés del vasto público, sin reparar en imitar a veces procedimientos técnicos y figurativos de la industria de publicidad.

Egor Konchalovski, perteneciente a esta nueva "des"-generación de cineastas, reconoce que las producciones de esta oleada no cautiva con lo hondo de la visión psicológica, sino con la buena calidad física de sus filmes. Como muestra de esta "evolución cinematográfica", la cinta más taquillera del cine ruso ha sido "Antikiller", donde el protagonista lucha primero contra los delincuentes locales y luego contra el terrorismo internacional, típica utilización del medio para "adoctrinar entreteniendo", y para la cual los nuevos patrones de venta sugirieron abundantes peleas, autos ardiendo, incesante tiroteo y sufrimientos humanos.

A decir de la autora antes citada, la propia película simboliza el triunfo del método de publicidad indirecta insertada en la trama. A los personajes se les prescribe usar cosas de marcas estrictamente determinadas, trátese de un teléfono móvil o de un auto. Por otro lado, Gosha Kutsenko, quien protagonizó el film, participó en la publicidad y en todos los seriales famosos de este último quinquenio, y hoy día es moderador de uno de los espacio del primer canal, a la usanza de los nuevos desempeños "artísticos".

No es contradictorio entonces que sobre los filmes, teatro, arte y música los rusos hablan de estos años como un tiempo de espera para sortear la confusión, caos y crisis generada por la transición.

La crisis de identidad en Rusia es uno de los problemas más serios y profundos que enfrenta el país como parte del proceso de descalabro cultural. En el año 1993 los dirigentes de la nación decidieron abandonar el himno que fue símbolo de la URSS por décadas, sin sustituirlo más que por uno nuevo sin letra. Muchos atletas que defendían al país en competencias internacionales manifestaban el sentimiento desmoralizante que experimentaban al no tener un texto que cantar en las ceremonias de premiación.

La solución fue volver atrás. En el 2001 se decidió, no sin poca polémica, restablecer la música del himno soviético con una nueva letra. Este pasaje revela la crisis de identidad que ha sufrido Rusia y su población en esta década y lo costoso de renunciar, sin alternativas sólidas, a los símbolos que identificaron a la URRS y que, con todo lo que pueda implicar su reconocimiento, eran respetados en el mundo entero. Rusia ha sufrido la declinación del carácter de potencia que supuso heredar de la URSS, hecho que es percibido por muchos rusos que no solo sufren el desgaste interno sino que ven con nostalgia la resonancia y orgullo personal que emanaba de pertenecer a una gran potencia.

La cultura debe asumirse como un espacio de independencia al que no se debe renunciar. Las transformaciones de la sociedad rusa desde 1991 añade a este país a la lista de los tercermundistas, atendiendo a su nivel de subordinación al mercado mundial, y complementariamente en materia cultural se ha ido imponiendo el american dream en los códigos culturales, donde prevalece como centro el poder del dinero. Esto sin duda atenta contra la reformulación de la identidad nacional.

El reto de entrar en la dinámica occidental, tras décadas de distanciamiento, es un tema complejo que asumen las autoridades rusas, para ello han hecho grandes concesiones y poca resistencia. Una estrategia cultural para erigir su identidad se torna más difícil debido a la invasión de la producción cultural extranjera, o para ser más exactos, a lo más pedestre de dicha producción.

Se trata de una radical transformación debido a que en tiempos soviéticos todos los artistas eran pagados por el gobierno y el país estaba aislado del resto del mundo. Pero el resultado de la boda con el mercado en las condiciones rusas ha sido la indigestión de los símbolos prefabricados que impone occidente, las mismas aspiraciones de consumo como estilo de vida en detrimento de los valores críticos ante el status quo, y un proceso de "tontificación" de grandes masas de ciudadanos, que es la sustancia necesaria para reproducir hombres y mujeres apolíticos, fácilmente moldeables por los dominadores globales.

arieldadiaz@yahoo.es