VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
La vieja Europa

4 de diciembre del 2003

Galicia insurgente

Ignacio Ramonet
La Voz de Galicia

Aunque las comparaciones no siempre son pertinentes, permiten a veces comprender mejor una situación alejada de nuestra propia experiencia. Así, por ejemplo, lo de Irak. ¿Cómo entender esa resistencia tan encarnizada -y a veces tan cruel- contra unas fuerzas extranjeras aportadoras, según el presidente Bush, de libertad, democracia, progreso y prosperidad? Dentro de algún tiempo empezarán sin duda a publicarse los testimonios de militares occidentales expresando su perplejidad y su desconcierto frente a la brutalidad de los ataques perpetrados contra ellos por aquellos mismos que vinieron a salvar .

Pienso en esto mientras ojeo un libro recién descubierto en librería: el testimonio precisamente del capitán francés Nicolas Marcel (Campagnes en Espagne et au Portugal 1808-1814, éditions du Grenadier, Paris, 2001), quien, a las órdenes del mariscal Soult, participó en la feroz represión de la insurrección gallega. Los levantamientos populares en Galicia habían empezado en el verano de 1808 y ya en enero de 1809 Galicia se había convertido en el asentamiento de la primera insurrección guerrillera generalizada de España. De febrero a junio de 1809, casi 56.000 campesinos gallegos combatieron en una clásica campaña guerrillera contra un ejercito francés de 40.000 soldados a las órdenes del mariscal Soult y una fuerza adicional de 18.000 hombres al mando del mariscal Ney. Y acabaron por vencerlos a pesar de la increíble brutalidad de la represión, escenificada por Goya en las imagenes terribles de los Desastres de la guerra .

Cuenta por ejemplo Marcel como, en mayo de 1809, habiendo sido degollados por los insurgentes los miembros de un escuadrón de húsares en Camariñas, recibieron la orden de quemar esa población y de exterminar a todos sus habitantes. «Cuando llegamos ante el pueblo, ya no pudimos dudar de la insurrección general de este país; todos los habitantes, armados con fusiles, guadañas y hoces nos aguardaban». Pero la fuerza superior de los militares napoleónicos se impuso «Creo inútil describir los horrores que cometimos ese aciago día. Los ejecutamos a todos a la bayoneta, mujeres y niños incluidos; no hubo clemencia. A pesar de las lágrimas y de las súplicas, hombres y mujeres -y éstas después de haber padecido toda clase de ultrajes- fueron immolados».

Pero esa misma violencia de la represión va a estimular aún más la resistencia de los gallegos. Las emboscadas a los soldados rezagados y a los pequeños destacamentos aislados se van a repetir. Cuenta Marcel: «De regreso a Santiago nos dimos cuenta de que los ataques y los asesinatos se multiplicaban en toda Galicia; todos nuestros hombres que volvían de los hospitales o viajaban aislados eran masacrados». Un día reciben la orden de dirigirse «hacia el valle de Redondela y, al primer disparo de cualquier campesino, de ponerlo todo a sangre y fuego». «Sesenta aldeas quemamos en ese valle. Un día, cerca de Redondela, una joven de entre 16 y 18 años, bella como un ángel, habiendo visto morir a su padre y a su madre, y rechazando someterse a los deseos desenfrenados de algunos soldados, prefirió tirarse a las llamas y perecer quemada viva, a caer entre nuestras manos¿».

Las guerrillas gallegas fueron tan efectivas -liquidando también a los traidores urbanos, nobles, clérigos y propietarios, colaboradores de los invasores- que se pudo recuperar Vigo en marzo, Tui en abril, Santiago en mayo, y A Coruña y Ferrol tras la derrota de Ney en la batalla de Ponte Sampayo a principios de junio. Cuando, en el verano de 1809, las fuerzas napoleónicas abandonaron para siempre Galicia, sólo conservaban la mitad de los 58.000 hombres que habían invadido nuestra tierra en enero. Galicia fue la primera en demostrar al mundo que mediante una estrategia de guerra de guerrillas, de emboscada y retirada, de golpear y huir, era posible derrotar a un ejército regular superpoderoso.