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La vieja Europa

6 de noviembre del 2003

España: Guerra y Prestige
La globalización y control político

Víctor Sampedro Blanco
Hace casi un año se hundió el Prestige y se preparaba de forma inapelable la invasión de Irak. Desde entonces, la tragedia ecológica y la violencia parecen haberse desatado por fuerzas que ni los políticos ni los ciudadanos hayan sabido controlar. Ni los partidos ni las movilizaciones lograron detener el vertido de chapapote y sangre. Un vertido que está lejos de encontrar vías de solución y en el que todo intento de exigir responsabilidades políticas o judiciales parece vano. Nadie ha respondido por la llegada de más fuel a las costas, ni por los informes falsos con los que quiso justificar la guerra (según el derecho internacional, un golpe de estado y una ocupación). Nuestros gobernantes parecen decirnos: no nos hagáis responsables de lo que ocurre. Son otros quienes provocan los problemas: un buque basura, un dictador basura. Nosotros, insisten, hacemos lo que podemos: limpiamos la costa y, al menos, derrocamos gobiernos "terroristas".

La clase política elude su responsabilidad y esgrime su impotencia para afrontar las crisis de gobernabilidad derivadas de la globalización. Pero la globalización, en sí misma, sólo implica que todo aquello que ocurre a miles de kilómetros acaba afectándonos. Vivimos en un mundo tan interconectado, que las decisiones que penden sobre nuestras vidas son tomadas en lugares remotos por ciertas organizaciones económicas y militares que se esconden en el anonimato. Por tanto, concluyen los políticos, gobernar, lo que se dice gobernar, no somos muy capaces; pero sí podemos aseguraros un mínimo orden. Y así pusieron en orden las calles (acabaron con las manifestaciones en España, no en Irak) y nos sacaron del rincón de la historia como abanderados del Nuevo Orden Mundial.

Pero en verdad, imponer orden se reduce a gestionar el miedo al caos. El riesgo de morir envenenados de fuel se contrarresta con la seguridad de, al menos, morir indemnizados, como votantes subvencionados y agradecidos. Atentados, como el de la Casa Española en Casablanca, se combaten deteniendo a una "célula de Al Qaida" en Cataluña, aunque luego resulte ser una cuadrilla de trabajadores cuyas únicas armas eran bidones de jabón. Sin embargo, cada día dudamos más, no ya de la calidad de los alimentos que comemos, sino de su toxicidad. Y cada semana que pasa parece más real la posibilidad de que la comisaría de la esquina sea el Guantánamo patrio en el que encerrar nuestro miedo al extranjero.

Para los políticos de ahora, la globalización es lo del "ente de Bruselas" para los gobiernos de la transición. Su invocación exculpa de asumir la responsabilidad de las tomas de decisiones más engorrosas. Hace años decían aquello de apretarse el cinturón (congelar salarios) o reconvertir el tejido industrial y agrario (crear parados de larga duración) "porque lo exige la UE". Todo aquello era momentáneo, porque al final del túnel veríamos la luz. Lo han venido repitiendo desde entonces: tras las vacas locas vendrán las gordas; tras el Nunca Máis, el Galicia máis que nunca; tras la victoria de Bagdad, la derrota final de ETA con el apoyo del Pentágono.

La lógica de los políticos para enfrentarse a los riesgos que acarrea la globalización resulta siempre la misma: no cabe hacer otra cosa y los otros (la oposición) harían lo mismo. El posibilismo político, así entendido, no consiste en la búsqueda de posibilidades o de alternativas de gobierno, sino en la imposición de lo que se presenta como única posibilidad. Y, sin embargo, sabemos que no es así. Sabemos que ha habido contenciones salariales y reconversiones industriales más democráticas en términos sociales y más efectivas en términos económicos. No era el único modo de hacer las cosas. Sabemos que otro Prestige en las costas noruegas no provocaría el mismo desastre que aquí y que Francia ha recuperado legitimidad (y seguridad) frente a los países árabes. No hay un único modo de hacer política.

Cuando en A Costa da Morte cerca de cincuenta mil chavales abrazados escribieron en la arena Outro mundo é posible estaban impugnando el uso que los políticos hacen del término globalización. Al contrario, globalizaban la resistencia al ecocidio perpetrado en el mar, ponían en perspectiva mundial ese crimen ecológico. Quienes recogieron fuel y lo arrojaron a las instituciones buscando responsables expresaban la globalización de la solidaridad y de la resistencia, frente a la única globalización que quieren imponer: los beneficios para las corporaciones, los riesgos y los costes para las poblaciones. Los Foros Sociales anti(su)globalización, que convocaron las mayores manifestaciones jamás conocidas contra la guerra, mundializaron el antibelicismo que nace de la ética y el sentido común.

Para que esto hubiese tenido una traducción en votos habrían hecho falta políticos y periodistas que nos explicasen que la marea negra vaticinaba el actual temporal de sangre en Oriente Medio, que el mercado de hidrocarburos está vinculado a las guerras de petróleo, que ese mercado es pura piratería y que la guerra contra el terrorismo es un burdo remedo neocolonial. Los partidos y los medios de comunicación estaban preocupados por asegurarse los votos y los índices de audiencia de las masas más pasivas. żO confundieron su pasividad con la nuestra? Porque la gente sí se movió; pero no ante las pantallas de televisión ni en las urnas.

* Víctor Sampedro Blanco es profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, Madrid. Su último libro publicado es "La pantalla de las identidades".