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Argentina: La lucha continúa

Montoneros: El orgullo de haber sido

Carlos Aznárez (periodista)

Otra vez la perversidad se instala entre las heridas abiertas de esta Argentina que no se cansa de dar sorpresas. Nos hablan estos días de traiciones y delación los que no dudaron en aplicar el terrorismo de Estado y vender a bajo costo la identidad nacional y la soberanía popular. Nos quieren convencer de que la guerra de liberación emprendida por amplísimos sectores de nuestra heroica juventud de los 60-70 era una falacia en la cual un grupo de jerarcas se burlaban de una multitud de inocentes jovencitos que les seguían como comparsa.
Otra vez han reaparecido los grandes titulares, o los comentaristas radiales y televisivos, para instalar la versión soez de que la historia no era como la vivimos. Ni siquiera puede catalogarse esta contraofensiva enemiga como el recurso de la teoría de los dos demonios. Es más miserable aún, ya que la revancha de los fascistas de ayer y los de hoy ha logrado reunir a su alrededor a un coro de artífices del arrepentimiento que realmente asquea.
Encolumnados detrás de un juez menemista que ordena la detención de tres ex dirigentes montoneros -a dos de ellos los capturan con las mismas mañas y crueldad de los años de plomo- lo que se intenta descaradamente es ensuciar la memoria de miles de compañeros y compañeras que entregaron sus mejores años en la noblísima tarea de liberar nuestra Patria. Lo que nos nos perdonan es que casi lo logramos. Lo que no se acostumbran a aceptar es que somos muchos los que no renunciamos a la pelea y que si las circunstancias se repitieran volveríamos a intentarlo. Orgullosos de nuestros objetivos de querer una sociedad socialista, libre de todas las lacras que descarga el capitalismo entre nuestros pueblos. Conformes de haber ido al combate (en cualquiera de sus múltiples especificidades) por principios e ideales que quienes ahora juzgan y critican, jamás han llevado en sus alforjas.
De ninguna manera aceptaremos que quienes buscan convertirse en sancionadores de los que hicimos o dejamos de hacer, de nuestros errores y equivocaciones o de los gruesos fallos que pudieron cometer aquellos que tuvieron mayor responsabilidad en el mando de las organizaciones revolucionarias, sean los esbirros de la dictadura, los genocidas, o los magistrados nostálgicos del fascismo. Y mucho menos los escribas de cierta prensa que no duda en calificar de delatores a los ahora detenidos, falseando la historia de una manera descarada. Los trapos sucios los lavamos en familia y no con los enemigos.
Tampoco es casual que justamente cuando el Parlamento decidiera avanzar ­tardíamente, es cierto- contra las leyes de impunidad, surjan estas detenciones. Así son los que conspiran día y noche contra la posibilidad de que nuestro país recobre un camino de dignidad. Ninguno de los que hoy quieren crucificar lo que fue la resistencia montonera o la de otras organizaciones combatientes, le llegan a la suela de los zapatos a cualquiera de los jóvenes que jugaron su vida o su libertad en aquella gesta noble y necesaria.
De allí que valga la pena insistir en defender el principio de solidaridad con los que hoy han sido castigados no por sus errores de conducción sino para ensuciar la memoria histórica. Si lo que quieren es que escupamos contra nuestro pasado, la respuesta debe ser la de cerrar filas más allá de las diferencias que hoy tengamos entre nosotros.
Fuimos montoneros y no nos arrepentimos de semejante experiencia de patriotismo revolucionario. Fuimos montoneros y hoy, a casi 30 años de haber tomado ese difícil camino de pelear por la independencia y el socialismo nos reafirmamos, con orgullo, en aquella toma de decisión. Por nuestros compañeros caídos, por nuestros hermanos torturados, por la sangre derramada pero también por la necesidad imperiosa de que las nuevas generaciones asuman sin prejuicios esos años en los que los principios y los ideales no eran moneda de cambio, sino acción y gesta.