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Argentina: La lucha continúa

Perdimos; no pudimos hacer la Revolución. Pero tuvimos / tenemos/ tendremos razón en intentarlo. Y ganaremos cada vez que algún joven lea estas líneas y sepa que no todo se compra ni se vende, y sienta ganas de querer cambiar el mundo.

Envar Cacho El Kadri

 

Homenaje y Aproximación a Cacho El Kadri a 5 años de su ida.

Este sábado 19 de julio se cumplieron 5 años de la muerte del Dr. Envar Cacho El Kadri mi hermano, para tener presente en la MEMORIA su pensamiento y recordarlo, con toda esa ternura que él nos inspiraba les mando la carta que escribió a modo de conclusión en La Voluntad III.

Tambien los invito el viernes 25 de julio, a las 19:30 hs. en el Sindicato de Farmacia Rincón 1044, al acto homenaje que le realizaremos a nuestro querido Cachito.

Muchos cariños a todos.
Susana El Kadri

-Tenés que contarme tu vida, dijo Caparrós mirándome fijo.


nakypop@sinectis.com.ar

¿A quién le puede interesar? le dije, el pasado es lo que fue y no volverá; y por ahí algún despistado se engancha y cree que se puede volver a hacer lo que hicimos... motivos no faltan, pensé, pero los tiempos son otros.
-Tenés que contarme tu vida, volvió a repetir Martín Caparrós, con un tono entre imperativo y cargoso.
-Sos sordo o te hacés el que no entendés, le respondí con firmeza no exenta de molestia. Nuestras vidas son nuestras, podemos compartirla con amigos, cuando nos sentimos a gusto y se nos da la gana de recordar. Lo que hicimos fue, como dicen ahora, y además por hablar del pasado, perdí a alguien que me andaba enamorando...
-Tenés que contarme tu vida, insistió don Martín, desde lo alto de su figura, llevando una mano al bolsillo, para extraer un ridículo grabador a pilas, creyendo que podía correrme con la vaina del hecho consumado.

Me puse a preparar unos mates, como para reflexionar. Por qué me insiste tanto el Martín si es de buena familia y sabe que la insistencia no se estila entre gente educada. Me lo arruinó el periodismo, pensé mientras acomodaba la bombilla para el primer mate.

-¿Y para qué querés que te cuente mi vida?, le dije, ya medio enojado.
-Para hacer un libro contando por qué lucharon, pero no desde el discurso heroico, sino desde la vida misma, chiquita, grande, no importa, la que vivieron... y así me ganó la voluntad para trabajar en La Voluntad.
Lo vi tan entusiasta y confiado que no pude decirle que no, ni reírme de su optimismo, porque aunque dijera que a nadie le iban a interesar nuestras historias o historietas, en realidad deseaba que sí, que tantos esfuerzos y trabajos les interesaran a muchos y no quedaran en el olvido. y así fue, ya vamos por el tercer tomo y no faltan los inconscientes que piden ¡otro, otro!.

Ahora, no conformes con habernos exprimido tanto, nos piden que escribamos algo para el final. Me pongo a hacerlo y casi me sale otro libro... no soy lo que se dice de hablar poco, y cuando me entusiasmo las coplas me van brotando como agua de manantial. Carlitos siempre decía: -a éste lo lejan hablar y no lo fusilan.
Pero la verdad es que fue lindo contar estas historias de vida, de amor, de pasión, compartirlas con lectores conocidos y desconocidos, saber que una hija recuperaba una anécdota de su papá, un romance de su mamá, aventuras y desventuras, enfrentamientos ideológicos y acercamientos fraternos, peleas a muerte olvidadas con un abrazo; y que desde Río Gallegos a Tres Arroyos te llamen los compañeros para decirte -estos días estuve tomando mate con vos leyendo La Voluntad....

Al mismo tiempo, fue difícil encontrar el equilibrio entre el pudor y las ganas de contar. En mi caso, coincidieron dos circunstancias: que fuera Martín el que me "provocara" -en el doble sentido, de dar ganas y de molestar para contarle cosas, como si fuera un hermano menor preguntón y molesto cebando mates que no pasarán a la historia; y, por otra parte, que acabara pasar por un infarto, de esos que casi te mandan al otro lado, y en una cama
del Hospital Francés pensara: si me voy, quién se acordará de lo nuestro y lo nuestro es esto, las historias banales o trascendentes, creíbles o increíbles, de los Juan Pueblo, los compañeros de abajo, de la segunda o quinta línea, los conocidos y sobre todo, los menos conocidos, sin cuya participación esta Historia no hubiera sido posible. Aquí trabajamos como sus voceros, para darles el lugar que siempre merecieron.

Porque este libro es, antes que nada, el de todos ellos, aunque a veces no aparezcan sus nombres y apellidos. Claro que también fue difícil meterse con el pasado, recordar hechos, incluso recordarlos sin contarlos (perdón Martín), porque son esos recuerdos que pertenecen a lo más íntimo tuyo que uno quisiera no tener que haberlos vivido nunca y que sin embargo volvían a aparecer, con su carga de dolor y angustia, porque costaron vidas
nuestras y de ellos. y como dice Don Fierro: -la sangre que se derrama no se olvida hasta la muerte. y entonces, le decía a Martín que abandonaba que buscara otros, que ya le había dicho lo esencial, y me juraba que no volvería a verlo. Hasta que quince días después Martín me llamaba, me aseguraba que no era para hablar de nuevo, sino para -completar unos datos y me volvía a enganchar...

Porque otro gran mérito de La Voluntad es el de reflejar estos dolores alegrías, estas afirmaciones y vacilaciones, que también fueron las nuestras de entonces. Cuenta la vida de aquellos tiempos, tal como era, sin el embellecimiento que le dan los años, ni la fealdad que a veces asoma en los derrotados. Nos muestra cómo somos, aunque hable del pasado y deba decir cómo fuimos. Pero da la casualidad de que muchos de los que trabajamos en este libro seguimos siendo los de entonces. Desensillamos, pero no vendimos el caballo.
Por eso estas líneas son de agradecimiento a sus autores: por habernos hecho existir, por permitirnos transmitir lo que fuimos/somos sin eufemismo ni subtítulos, ni intérpretes autorizados, sino con nuestras dudas/ certezas/ aciertos/ errores/luces y sombras de chicas y muchachos que un día abrieron los ojos y decidieron no volver a cerrarlos más...

Lo necesario que era/es este libro queda demostrado en el hecho de que en este ambiente de fin de siglo, en que se consolidan el individualismo, la resignación, el todo es igual, el libro de Martín y Eduardo, apoyado por Fernando Fagnani, el Quijote de la editorial, navegó contra la corriente y toda lógica marketinera: miles de páginas, letra chiquita, ninguna receta sobre cómo triunfar en la vida, ni un miserable horóscopo.
Solamente la vida, pedacitos de vida de los que están y los que no están, que por eso mismo siguen viviendo, y no en el recuerdo nostálgico, sino en la celebración de su razón de vivir, que era la lucha para cambiar el mundo. Nada menos.
Y por ser necesario y por la forma original que le dieron sus autores a nuestras conversaciones, el mamotreto se vendió, circuló, se leyó, hizo reír y llorar, despertó lo mismo que sentimos nosotros al ir haciéndolo: pasión. Algunos se enojaron por las cosas que conté (eso no se dice), otros porque los nombré (- ¿y si se entera la cana?), otros porque no.

A todos les pido disculpas, si por acción u omisión, los molesté en algo. Si les sirve de consuelo,sepan que mucho más lo molesté a Martín para que cambiara tal nombre o sacara tal hecho, hasta que me convencía (o viceversa). Y, al fin de cuentas lo que importa es que lo contado sea verdad. Al menos la que honestamente pienso que es la verdad, aunque la memoria me traicione a veces con fechas, nombres o circunstancias.
A la confianza que me merecía Martín se sumaba la de saber que su coautor, Eduardo Anguita, era un compañero de los de antes, que quería rescatar la historia de nuestras luchas, desde la dimensión de -lo humano y cotidiano en la guerra del pueblo.

La salida de los primeros tomos, las sucesivas presentaciones, me confirmaron esa confianza y tengo para mí, como una de las más bellas consecuencias de esta colaboración, la amistad que fuimos construyendo y nos brindamos.
La misma que siento por Roberto Baschetti que, con sus Documentos de la Resistencia Peronista 1955~1970, documentos. 1970-1973 y Documentos. 1973-1976, viene demostrando que no teníamos solamente coraje, sino también ideas. No importa cuánto se coincidiera o no con ellas; ahí están, documentadas para siempre, las que nos llevaron a la pelea, las generosas utopías con que soñamos el retorno de Perón, la construcción de una Patria Justa, Libre y Soberana, del Socialismo Nacional, de la Revolución Socialista, de esos ideales de solidaridad y fraternidad que alimentaron nuestro accionar, por encima de siglas o banderas, como lo demuestran Caparrós y Anguita, porque la sangre de los que caían no fue nunca patrimonio de un grupo, sino de esa cosa tan bella que se llama Revolución.
Y ahora que esta historia se termina, pienso que la verdad que transmiten estas hojas, quedar para siempre como testimonio de vida de miles de otros, que nosotros contamos por ellos. Por los miles de Felipes, Carlitos, Gerardos, Lucías, Adas o Irenes, Marcelas, Brunos, Diegos y Manolos, Julios, Titos y Chiquis, Guidos y Flacas, Negros, Jorges, Pochos, y tantos otros que, como dice Yupanqui, -vienen con nosotros/ pa'que naides quede atrás; por todos aquelos que fueron los cumpas de carne y hueso que compartieron estas opciones y ya forman parte de la Historia.

La verdadera. La de los que no ganamos nada. Pero ¿acaso no teníamos en la apuesta la razón de nuestra vida?
Aquí están también y todavía mis compañeros, el Águila, el Abuelo, Jaja, el Chancho, el Utu, el Tuerto, la Inesa, Checha, la Cristina, la Negra, la Nelly, el Gitano, el Patas, Rubén, el Ciego, Giorgio, la Correntina, Miguel, Raúl, Cachito, Bera, el Indio, los Néstor, Mirta y el Pájaro, Nacho, Ramón, Carlos, Héctor, el Juan; también los de la Banda Oriental del Uruguay, los del paisito, esos Ñatos, Viejos, Sordos, Pepes, Tamberos, Ingenieros, Gracielas y Marías, y tantos otros -que no los puedo contar... Todos pervivientes, orgullosamente vivos y pobres, que se alimentaban con un sandwich y abajo de la cama tenían millones de pesos, expropiados y de la Orga, es decir, sagrados.

De todos aquellos que compartieron nuestros sueños y siguen vivos, muy pocos renegaron de su elección de vida, pasaron a ser funcionales al modelo y llegaron incluso a recordar sinceramente a nuestros compañeros caídos como si los compañeros hubieran muerto para que triunfaran los ideales de nuestros eternos enemigos: la oligarquía y el imperialismo, disfrazados hoy de economía de mercado y globalización.

Anguita y Caparrós nos han rescatado del olvido, nos han devuelto una identidad medio perdida, confundida entre tantos charletas, arrepentidos, avergonzados. Confundida también por la insidiosa teoría de los dos demonios, que pretende culpabilizar a víctimas y victimarios, torturados y torturadores, explotados y explotadores, como si todo fuera un cambalache y la lucha por la Revolución pudiera equipararse al terrorismo de Estado.

-Perdimos, no pudimos hacer la Revolución. Pero tuvimos / tenemos / tendremos razón en intentarlo. Y ganaremos cada vez que algún joven lea estas líneas y sepa que no todo se compra ni se vende, y sienta ganas de querer cambiar el mundo.