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Argentina: La lucha continúa

"Mi padre, el Che Guevara, es una bandera de lucha en el mundo"

Aleida "Aliucha" Guevara, médica cubana, llegó a la Argentina para conmemorar los 75 años del nacimiento de su padre. "Fue espectacular", comenta que le dijo Fidel Castro sobre el multitudinario acto en las escalinatas de la Facultad de Derecho.
La hija del Ernesto "Che" Guevara, Aleida, está en la Argentina para recordar a su padre.

Por Eduardo Tagliaferro

Sobre la mesa están todos los últimos libros editados por el Centro de Estudios Che Guevara en La Habana. Desde sus tapas, las fotos de su padre permiten descubrir cuánto se parecen los pómulos de esta cubana a los del guerrillero heroico. "El Che es una bandera de lucha", responde Aleida Guevara, cuando se le pregunta qué representa hoy la imagen de su padre. Visita nuevamente la Argentina para los actos que recuerdan el 75 aniversario del nacimiento del rosarino más popular del planeta. Apurada, mientras se apresta a salir para la Universidad de Madres de Plaza de Mayo, Aleida recibe a algunos medios de prensa, entre ellos a Página/12. "Fue espectacular el acto frente a las escalinatas" de la Facultad de Derecho, comenta que le dijo un emocionado Fidel Castro, al recordar su reciente paso por Buenos Aires. Aleida no da tregua. Habla rápido y sin rodeos. Hoy estará en el Centro de la Cooperación, el sábado en San Martín de los Andes y el lunes, en Rosario donde su padre será reconocido como "hijo ilustre de la ciudad".
–En Buenos Aires todavía se escuchan los ecos de la visita de Fidel Castro y las anécdotas que comentó sobre su padre. ¿Cómo lo vivieron en La Habana?
–Desgraciadamente yo no estaba en Cuba en esos momentos. Estaba en Esmeralda, Ecuador, trabajando como médica. Me di el gustazo de poder cumplir con mi profesión en tierras ecuatorianas y me enteré por segundas personas y no directamente cómo lo vivió mi pueblo. Cuando yo regresé, todos en La Habana comentaban la visita de Fidel a Buenos Aires. El pueblo cubano lo ve a Fidel como un padre, como algo personal. Que lo reciban con amor y que lo traten con cariño es algo siempre importante para nosotros. Una vez más estamos agradecidos por el recibimiento que tuvo el jefe de la Revolución Cubana. Dejame decirte que el 14 de julio se hizo una gala en el anfiteatro Carlos Marx, por el natalicio de mi papi, y tuvimos el placer de tenerlo a Fidel allí. Mi madre de un lado y yo del otro, teníamos al pobre hombre encerrado entre las dos Aleidas. En un momento determinado, él me comentó de su viaje a la Argentina y te cuento que mantiene muy fresco esos momentos que vivió sobre todo en las escalinatas de la facultad. Ese encuentro fue espectacular para él, según sus propias palabras. Siente mucho entusiasmo cuando lo recuerda.
–¿Y esos comentarios, qué representaron para usted?
–Siento que hay algo fuerte y algo importante en nuestra América. En Argentina, en Brasil. Hay importantes movimientos populares que dan cuenta de un despertar. Hay que hacer algo para cambiar lo que estamos viviendo. Hay tantas posibilidades en el Cono Sur. Nuestros pueblos han sufrido tantas penurias, las pérdidas humanas, las económicas. Estas cosas traen consecuencias en la conciencia popular.
–La voluntad es una de las virtudes que suele reivindicarse de su padre. Incluso esa imagen suele tapar la difusión de sus ideas. Desde sus definiciones políticas e ideológicas, ¿cómo lo presentaría?
–Mi padre era un revolucionario. Un comunista, de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades. No de hablar, sino de actuar. Todos sus discursos sobre los problemas del socialismo muestran a un hombre que está pensando en una sociedad diferente. Sociedad que es posible. Somos nosotros los que podemos o no transformar esa sociedad. En el discurso de Punta del Este, en 1961, él habla de una América latina para los norteamericanos. Es decir, una versión menor de lo que hoy sería el ALCA. En el libro El Gran Debate, del 62-63, se discute cómo llevar adelante el socialismo en una economía subdesarrollada como la nuestra. Polémico e interesante, está hablando de que, como pueblo, nosotros no podemos copiar a nadie, sino que tenemos que crear nuestra propia revolución. Crear de acuerdo a nuestra cultura, nuestras raíces. Están sus crónicas de cuando era un joven recorriendo América. Entre sus proyectos estaba el de escribir un libro sobre cómo debía ser un médico en Latinoamérica. Allídice que es hora de que los gobernantes dejen de prometer tantas cosas y utilicen más los recursos económicos para cambiar la realidad social que vivimos. Lo dijo en el año 1953. Las horas siguen pasando y nosotros no siempre exigimos que las cosas se hagan realidad. Nosotros, que tenemos una revolución socialista, no hemos podido llevar adelante ni el 10 por ciento de las cosas que el Che planteaba.
–¿Cómo piensa que la pensó su padre?
–Eso es difícil. El escribió un artículo que se llama "La Piedra". Una crónica que escribió mientras estaba en el Congo y que habla sobre la muerte y cómo se sobrevive a ella. El dice que leer una carga del machete de Maceo es una manera de sobrevivir a la muerte ya que te llenás de la carga de pasión y valor de ese hombre. También dijo que los hijos son una manera de sobrevivir a la muerte. El dice allí: no quiero que mis hijos me sobrevivan en ese sentido. Es decir que él sea una carga. El quiere simple y llanamente que nosotros seamos hombres y mujeres dignos del pueblo cubano. Me imagino que nos habrá soñado con nuestros problemas, dificultades y virtudes simples del pueblo en el que nos educamos. Eso sí, dignos de ese hombre.
–En sus viajes por el mundo, usted recibe la devolución de lo que su padre representó para los pueblos latinoamericanos o africanos. ¿Qué es lo que más ha calado del Che en esos pueblos?
–En Europa también. Te diría que el Che es una bandera de combate. Ahora en Portugal, en una manifestación, la televisión le preguntó a un chiquito que llevaba una bandera con la imagen de mi papá: qué representa esta bandera para ti. Muy serio él respondió: "Como el Che Guevara nosotros vamos a luchar hasta la victoria siempre". Esas son las cosas que han calado de mi padre. También te encuentras a quienes te dicen: "Cuando yo era joven el Che era mi ídolo". A ellos les digo, qué tristeza, ¿cómo es que ha dejado de serlo? Qué pena para usted que al crecer haya perdido a su ídolo.
–¿Cómo es ser la hija del Che todos los días en Cuba?
–Yo vivo con el pueblo cubano, yo soy parte del pueblo cubano. Un día a la televisión cubana se le ocurrió hacerme algunas preguntas con motivo del Día del Padre. Al otro día cuando retorno al hospital viene una compañera con la que había trabajado dos años en el cuerpo de guardia y me dice: "No te perdono que no me hayas dicho que eres la hija del Che". "Y tú me has dicho cómo se llama tu papá –le dije–. Si tú no me lo preguntaste, yo no te lo contesté". Lo importante es que podamos trabajar en equipo y que funcionemos como tal, lo demás es secundario. Trabajar y vivir dentro de ese pueblo. El Che está presente en muchas facetas del pueblo cubano.

20 de junio del 2003

Argentina: De optimismos y complejidades. Los primeros y no tan previsibles pasos del presidente Kirchner

Daniel Campione
Rebelión

Las elecciones del 27 de abril de 2003 y la no realizada segunda vuelta emergen hoy como un intento de cerrar, por parte de la dirigencia política argentina y los poderes sociales que la sustentan, la crisis integral puesta de manifiesto a fines de 2001.El proceso electoral no pudo ser más tortuoso y precario, pero el resultado final fueron unas elecciones bastante 'normales', que si bien no dieron el primer lugar al candidato oficialista, lo colocaron en posición de seguro ganador de la segunda vuelta, lo que le alcanzó para terminar con el terreno libre para consagrarse presidente a Néstor Kirchner, el hombre que sólo arribó al status de candidato con posibilidades reales, después de que dos aspirantes a postulantes oficiales naufragaran y el presidente provisional decidiera definitivamente no presentarse...

Al menos en términos de la formalidad institucional queda cerrada la 'provisoriedad' abierta el 20 de diciembre de 2001, cuando por primera vez en la historia de la sociedad argentina, una rebelión popular derribó a un presidente. Todos los esfuerzos del poder, como no podía ser de otra manera, se centraron desde entonces a volver a una 'normalidad', cuyo primer requisito era que regresaran a sus casas los miles de movilizados que ocupaban las calles de Buenos Aires y otras ciudades a diario, con diversas demandas que convergían en la consigna 'que se vayan todos', que orientada inicialmente a la dirigencia política, tendía a proyectarse sobre el poder judicial, la policía, los banqueros, los patrones de ciertas empresas...

Con mayor uso de maniobras coyunturales e improvisaciones que con una estrategia medianamente delineada, el objetivo de 'normalización' se fue logrando. La distribución de Planes Jefes y Jefas de Hogar, un par de aumentos salariales de suma fija, la progresiva liberación de los ahorros entrampados en los bancos, la estabilización del dólar y el descenso de la inflación que se había incrementado en los primeros meses de provisionalidad, cierto leve viento de reactivación económica, la recomposición del presupuesto estatal a partir del incremento de la recaudación, fueron elementos que se conjugaron para generar la sensación de regreso a un cierto 'orden', que no excluyó los balazos contra los piqueteros en Puente Pueyrredón, el desalojo de espacios y lugares de trabajo tomados por movimientos populares, así como que el aparato estatal no diera otro remedio a los problemas que más aquejan a los trabajadores y desocupados, como la desocupación y el deterioro del ingreso, que medidas coyunturales que no alcanzan a sacar a nadie de la pobreza. Y al mismo tiempo que se escenificaba esa vuelta al 'orden' se cometía desde el Estado un desbarajuste inmenso a la hora de desarrollar el proceso electoral, adelantado al calor de los asesinatos de Santillán y Kosteki. Anuncio y supresión de elecciones internas, repetidos cambios de fecha, fijación de unos comicios sólo para Presidente y vice en medio de un calendario desdoblado ad hoc de las necesidades de cada caudillo político local, y sobre todo, los 'neolemas': la posibilidad de que no compitieran en las elecciones partidos políticos, sino listas nucleadas en torno a un candidato, que aunque pertenecieran al mismo partido, no sumaban sus votos.

El hecho es que hoy, con Kirchner ya en el gobierno, se alzan múltiples voces para congratularse de que Argentina parezca estar volviendo a ser 'un país normal', que es un objetivo de los que Kirchner proclamó en su discurso de asunción. Y algunos gestos del nuevo Presidente parecen interpretar la idea de que esa 'normalidad' debería incluir el intento de revertir los rasgos institucionales más ominosos de la década y media del 'menemismo' y sus herederos en el gobierno, tales como las 'relaciones carnales' con EE.UU., la Corte Suprema siempre dispuesta a fallos 'a medida', las 'cajas negras' y el exacerbado clientelismo convertidos en herramientas fundamentales de eso que, a falta de mejor denominación, se siguió llamando 'la política', la acción de las Fuerzas Armadas, siempre tendiente a volver a la 'seguridad interior', a la vigencia de las leyes de impunidad, y si es posible, a la reivindicación de la 'guerra antisubversiva'. Y también ha prodigado algunos visajes de 'poner límites' al poder de la gran empresa, en particular los bancos (no habilitación de las ejecuciones hipotecarias), las empresas de servicios públicos (negativa al aumento inmediato de las tarifas, anuncio de renegociación de contratos), además de advertencias genéricas sobre la evasión impositiva.

Sobre ese frágil basamento, se ha desplegado últimamente un optimismo impregnado de 'pensamiento mágico'. Parecería que un gobernador de provincia de múltiples reelecciones, del mismo partido que fue protagonista central del desastre, que llega a la cabeza del estado nacional con muy pocos votos y sin haber salido primero, aupado en un proceso electoral tramposo en el que contó con el apoyo de muchos de los peores exponentes de la vergonzosa dirigencia política argentina, se ha convertido de modo casi instantáneo, en cabal encarnación de los sueños y aspiraciones de democracia y progreso social albergados por los más honestos e idealistas de sus compatriotas. El fuerte deseo de hacer un corte con un largo tiempo de sinsabores y desgracias se comprende claramente, pero la lógica del razonamiento está estruendosamente ausente.Y si se trata de enhebrar un enfoque de izquierda (y de paso sería bueno que se empezara a asignar a ese término un sentido más amplio, tal como el que se le da por ejemplo en Francia, y no refugiarse en el timorato adjetivo de 'progresista'), sería necesario sostener el optimismo, pero no centrando la mirada en los nuevos-viejos ocupantes de los edificios públicos, sino en el variopinto y rico movimiento social que se ha venido configurando como resultado de las luchas de la segunda mitad de los 90', tuvo su florecer en las jornadas subsiguientes a diciembre de 2001, y tiene todo para sobrevivir incólume al agostamiento del impulso inicial del verano caliente de 2002 y seguirse desarrollando hacia formas de articulación que permitan la compleja convergencia de reivindicaciones particulares heterogéneas, formas organizativas y culturas políticas muy diversas, en un amplio movimiento de transformación 'desde abajo' de la sociedad argentina.

En las páginas que siguen, intentaremos trazar algunas perspectivas sobre el panorama que se abre para la continuidad de la etapa actual, cuya fecha de iniciación no remonta al 27 de abril o al 25 de mayo de 2003, sino al 20 de diciembre de 2001; a la vuelta a la lucha de calles y a la confrontación con los proyectos del gran capital, y no a un cambio presidencial y los reacomodamientos en la orientación de las políticas públicas que el nuevo gobierno pueda producir, sin que eso implique subestimar a priori la importancia de los mismos.Las elecciones y sus resultados (lo previsible se combina con lo inesperado)Kirchner. emergió de un cuadro electoral fragmentado de un modo inédito para la tradición de Argentina, dónde casi siempre el candidato más votado ha bordeado el 50% de los votos. Ningún candidato llegó al 25%, y fueron cinco en total los que sobrepasaron holgadamente el 10%. Esos cinco postulantes se desenvolvieron en un arco de propuestas e ideología que fue desde la derecha al centro, con todos jugando a la 'civilización' y al pluralismo, con la sola excepción parcial de Menem. Más de un cuarenta por ciento de sufragios (Menem+López Murphy) a favor de propuestas claramente conservadoras, unido a la extrema cautela y la política de alianzas inclinada a la derecha de la única candidatura 'progresista' con cosecha electoral importante (Elisa Carrió) y al relativo fracaso electoral del único presidenciable con posibilidades que, con más desparpajo que convicción, había tocado alguna nota disonante (Rodríguez Saa), completaron un cuadro que no podría sembrar inquietudes ni en la derecha más cerril.

Estas elecciones, las más 'anormales' en cuánto a su planteo (exclusivamente a presidente y vice, con los híbridos 'neolemas', con constantes cambios de fecha y legislación aplicable), terminaron dando un resultado, dentro de esos parámetros, bastante previsible. Si se hace abstracción de la surrealista situación de que dos candidatos de un mismo partido fueran los destinados a dirimir una segunda vuelta de elecciones a presidente, probablemente única en la historia electoral mundial, podríamos decir que nos encontramos con lo 'normal'. No se dio la ominosa posibilidad de una segunda vuelta entre las dos variantes más a la derecha (Menem y López Murphy), y nadie inesperado irrumpió en los primeros lugares. El PJ, anarquizado y disperso, consiguió sin embargo la hazaña de bordear el 60% de los votos, superando incluso su caudal habitual. Abstenciones, voto en blanco y sufragios nulos en señal de protesta, volvieron a proporciones habituales antes de octubre de 2001. Y la izquierda obtuvo muchos menos votos que lo que las expectativas recientes podían indicar, pero no menos que los de las muy módicas actuaciones en comicios presidenciales que ha venido protagonizando, de 1999 hacia atrás. El comportamiento electoral del grueso de la población argentina pareció volver a sus rutinas, si se salva el 'agujero negro' de un radicalismo reducido a porcentajes ínfimos, que llegaron a lo ridículo en un tradicional bastión de ese partido como la ciudad de Buenos Aires.

Lo ocurrido después de la victoria pírrica del ex presidente en la primera vuelta, ya tuvo poco de normal, sobre todo por su bochornosa salida de escena, que ha dado lugar a otro fenómeno inusual en un proceso electoral que aportó varios: El segundo en la primera vuelta termina ungido presidente, sin ganar el ballotage, al quedar imposibilitada la celebración del mismo. Pero a renglón seguido de que la retirada de Menem lo dejó ganador a Kirchner, y tras algunos ataques de La Nación y otros voceros patronales con poca visión estratégica, se desencadenó entre medios de comunicación y analistas el 'festejo' por la vuelta de la normalidad institucional, por el fracaso juzgado definitivo del 'que se vayan todos', y por el aparente redisciplinamiento del conjunto de la sociedad argentina a una dirigencia política y social que parecía definitivamente puesta en entredicho sólo unos meses antes. Con menor nivel de explicitación, también se celebró la posibilidad de que los movimientos sociales emergentes pudieran volver, sino a la marginalidad y el silencio, por lo menos a una 'domesticación' que los relegue al cumplimiento de sus reivindicaciones más elementales. De allí se marchó al entusiasta anuncio de la conformación de un sistema político más sano, con fuerzas y dirigentes nuevos, y sólo quedó un paso hacia la euforia pro-Kirchner, cuando este respondió con algunas frases de corte 'anticorporativo' a los publicitados 'aprietes' de La Nación.

El escenario quedó así preparado para una etapa de recomposición de la muy golpeada hegemonía del bloque en el poder en Argentina. Tras la 'larga marcha' de un poder económico, político y cultural sólo atento a la satisfacción de sus intereses inmediatos, lanzado a una ofensiva tan destructiva como interminable sobre el nivel de vida, la capacidad de organización y los derechos de los trabajadores y el conjunto de las clases subalternas, y de la profunda crisis desatada por los resultados de esas políticas, el conjunto de quienes tienen voz e influencia pública en la sociedad argentina se dispusieron para asistir, y alentar, a una tentativa de redefiniciones que pudiera reajustar las cargas en el sentido de reponer la 'gobernabilidad' perdida y la legitimidad en entredicho, bajo la apenas implícita condición de que esto no implique innovaciones demasiado audaces, ni desafíos profundos al orden existente, al reparto de poder en el plano tanto local como mundial. Y si no estuviera tan deteriorada la capacidad de asombro, deberíamos estar atónitos por la forma, a la vez repentina y casi imperceptible, en que unas elecciones cuestionadas, anodinas y desesperanzadas, se convirtieron en el preámbulo de una avalancha de expectativas en cuánto a que se abra un proceso poco menos que 'refundacional'.

La flamante presidencia del señor Kirchner
Realidades y perspectivas


Kirchner parece entender que no se puede seguir el mismo rumbo del último cuarto de siglo, de favorecer descaradamente a las grandes empresas y perjudicar sin tapujos a la gran mayoría de la población. No se puede, si lo entendemos sin represión masiva y profundizando el desprestigio de la dirigencia política, a riesgo de generar un proceso de rebeldía que concluya por rebasar a esa dirigencia y apunte incluso a los verdaderos dueños del poder.

A través de sus declaraciones y sus primeros actos de gobierno, Kirchner parece orientado a representar a sectores que apuestan a que el único capitalismo viable para Argentina es uno menos orientado a privilegiar al sistema bancario y financiero y a los productores de bienes y servicios 'no transables' que el que pergeñó Menem. Favorecer las exportaciones y hacer crecer el mercado interno, aparecen como imperativos básicos en ese orden. También el Estado aportando a la inversión en infraestructura y vivienda y jugando un rol regulador que incluya la defensa de la empresa local. Y que reasuma responsabilidades que en realidad no remiten a ningún impulso 'keynesiano' sino a una idea liberal del 'buen gobierno' como son las atinentes a recomponer un sistema de educación y salud pública de tolerable calidad.El capitalismo 'productivista' aparecía ya en el discurso de Duhalde, pero sin la decisión y claridad necesarias para hacerlo medianamente verosímil. Y son novedad los gestos políticos de acercamiento con Brasil, Venezuela y Cuba, como símbolo del corte con el alineamiento automático con EE.UU., y con las veleidades de postergar el MERCOSUR a favor del ALCA, además de aportar un tono 'latinoamericanista' y 'resistente'. Otros gestos, como el desplazamiento de la cúpula militar, entroncan con la perspectiva de 'rehabilitar' a las instituciones castrenses, no por la obtusa vía propuesta por Brinzoni, de la ya imposible reivindicación de la 'guerra antisubversiva', sino por el camino del anterior comandante Balza, más propenso a asumir las críticas sobre el pasado como pasaporte para ganarse un lugar en el mapa de la 'corrección política' y con ello intentar construir la imagen de un ejército democrático, que podría ser completada con una discreta adhesión militar a políticas de corte 'nacional' como las que parece estar dispuesto a predicar Kirchner.

Se trata, además de demostrar que Kirchner no es corrupto y obsecuente con el poder del capital como Menem, ni conservador e inepto como de la Rúa, ni un 'táctico' incapaz de elevarse mas allá de las maniobras de vuelo bajo y plazo corto, como Duhalde. Lo que equivale a presentarlo como una renovación, como una vuelta de página frente a un trío de mandatarios que sólo pueden merecer la execración o el olvido. Y esa imagen renovadora se ha reforzado, en su discurso de asunción y otras apariciones públicas, con la disposición explícita a asumirse como parte de una 'generación diezmada y castigada' desde una posición que al mismo tiempo que reconoce como imposible la realización de los ideales de 1973, se permite recoger su 'espíritu' en los límites que los cambios ocurridos y las reflexiones de tres décadas 'imponen', lo que equivale a permitirse vibrar de emoción recordando la asunción de Cámpora, o ser capaz de esparcir flores sobre las tumbas de los 'compañeros caídos'. Sin por eso dejar de creer en que el capitalismo y la democracia parlamentaria son límites definitivos dentro de los cuales se debe circunscribir cualquier aspiración de cambio social.A partir de allí, el Presidente acudió raudo a 'poner el cuerpo' en situaciones críticas (inundaciones, paros docentes), o a propinar rápidos 'sosegates' a quienes pueden aparecer desafiando cualquier voluntad de cambio (la Corte Suprema, entre otros ejemplos).

Un problema serio es qué bases sociales reales tiene el nuevo presidente para emprender esas políticas. Los análisis al uso parecen empeñados en convencer de que un núcleo de líderes con un común denominador de buenos propósitos, reforzados con voluntad política y un mínimo de aptitud de gestión, pueden imponer por sí solos un determinado rumbo social, político y cultural a toda la sociedad. Pero la viabilidad de los proyectos no depende primordialmente de esos factores, sino del cuadro de relaciones y antagonismos sociales en el que están orientados a hacerse realidad. Y allí cabe la pregunta ¿Qué sectores sociales apoyarán un proyecto de este tipo, y con qué grado de profundidad y consecuencia? ¿Cómo se articula un 'capitalismo nacional' en Argentina, con el impulso a la universalización del dominio del gran capital y a la hegemonía incontestada de EE.UU. que campea en el mundo de los últimos años?

Un curso de acción que se inscribe con claridad en un propósito de desarrollo capitalista, no puede prescindir de amplios y consecuentes apoyos empresariales. La perspectiva de Kirchner, su programa genérico, parece asociarse a un sector de la burguesía dispuesto a sumarse a cierto activismo estatal, a beneficiarse de ciertas medidas de protección y fomento que comprendan cambios en el sistema tributario y crediticio, y también a efectuar ciertas concesiones en la eterna propuesta de privatizaciones, flexibilidad laboral y ajuste fiscal que todos los sectores del gran capital han inscripto en sus banderas desde hace muchos años. Este esbozo de programa se apoya en la percepción de que la estrategia concentradora y excluyente ha tocado sus límites sociopolíticos, además de llevar a un callejón sin salida en lo económico. Pero esa inviabilidad no demuestra automáticamente la factibilidad de lo que aparece como el modelo 'productivista', favorecedor del consumo interno, y la acción estatal como impulsora de la demanda interna y de la competitividad en el plano internacional. ¿Habrá, por ejemplo, capitalistas en Argentina con posibilidades y deseos de elevarse por encima de lo que Gramsci llamaba los intereses 'económico- corporativos' para articularse en el delicado equilibrio de concesiones y sacrificios parciales que componen la sustancia material de la hegemonía ideológico-cultural? Postular un enfrentamiento claro y a fondo entre capital 'productivo' y 'especulativo' es discursivamente atractivo, y tiene una larga y variopinta tradición histórica, que ha abarcado desde los nazis hasta los demócratas norteamericanos y muchos nacionalistas del Tercer Mundo. Pero eso no lo convierte en plausible, ni en la Argentina actual ni en otras latitudes.

¿Cuál sería el sector empresarial que impulsaría ese desarrollo capitalista predominantemente productivo, orientado primordialmente al mercado interno? No las trasnacionales afincadas en los servicios públicos y en los renglones de exportación más importantes. Tampoco el gran capital local, también trasnacionalizado, afecto a las prebendas provenientes del estado, a la especulación financiera y la fuga de capitales, que apoyaron en masa y con fervor las 'reformas estructurales' de Menem. No hay tampoco que olvidar que el grueso del empresariado 'productivo', agrupado en la UIA (Unión Industrial Argentina) o la SRA (Sociedad Rural Argentina), por ejemplo, apostó a las reformas estructurales de los 90', y en muchos casos incluso al proyecto político de Menem. Las privatizaciones, el ajuste fiscal, la desregulación del mercado interno, y quizás sobre todo la posibilidad de arrasar con el 'poder sindical' y hacer avanzar la precarización laboral al mismo tiempo que se disminuían los salarios y se expulsaba mano de obra, despertaron entusiasmos casi unánimes entre los capitalistas. Sólo amainaron ese respaldo cuando los altos intereses del sistema bancario, las elevadas tarifas de las privatizadas y el virtual dumping producido por la apertura comercial y financiera indiscriminada, los dejaron en mala posición. Por otra parte, los límites entre capitalistas del sector financiero y el productivo no suelen ser, al nivel de los grandes grupos, no ya infranqueables, sino ni siquiera claros. Los grandes conglomerados económicos conjugan como rasgo común un elevado nivel de diversificación de actividades, aunada a componentes de trasnacionalización de los procesos productivos y del capital. También es dable señalar que buena parte de esta supuesta 'burguesía nacional' tardó muy poco, en los primeros 90', en decidir la venta de sus empresas ante la sola posibilidad de tener que competir con las trasnacionales de su ramo. En los límites del empresariado, sólo el de envergadura más limitada, que tiende a circunscribirse en un solo ámbito de actividad, y con serias dificultades para sostener la competencia en cualquier esquema que incluya en primer lugar la trasnacionalización o la apertura exportadora, estaría impulsado a apoyar en forma clara y consecuente el modelo 'productivista'. En suma, no queda claro qué sectores importantes del empresariado podrían acompañar con fuerza un curso orientado en esa dirección, sobre todo si la incipiente fase ascendente del ciclo económico se revela más débil o menos durable que lo que algunos pueden esperar, o si las contradicciones de la propia política la llevan a confrontaciones con intereses capitalistas más fuertes que lo tolerable para el 'productivismo' de superficie.

¿Entonces quién? Dirijamos la mirada a las clases subalternas. El nuevo presidente ha decidido mostrar alguna sintonía, siquiera discursiva, con esos sectores. Y presentar a su gobierno como un corte con el enfoque neoliberal de las políticas de estado que imperó sin pausas desde 1989 hasta el momento. Kirchner parece comprender que ciertas prácticas demasiado desprestigiadas, como el clientelismo, encrespan al conjunto social y se asocian a décadas de ofensiva contra los ingresos, las condiciones de vida y la posibilidad de organización con cierta autonomía de las clases subalternas. Allí se vislumbra la intención de buscar reconstruir bases de apoyo en los sectores populares organizados, sin basar la construcción política en la debilidad y el aislamiento de pobres y desocupados. Eso significaría acercarse más a los modos de un partido socialdemócrata o socialcristiano 'moderno', que a la singular combinación de ultramodernismo mediático y arcaísmo clientelista que se desató en el PJ y otras fuerzas, sobre todo en los años 90', aunque muy probablemente no combatiendo a fondo ni abandonando del todo tales prácticas, por lo menos mientras dependa del PJ bonaerense y otros aparatos de base territorial y punteril.

Ese camino podría contar con el apoyo de sectores organizados que levantan consignas de autonomía y movilización, sin aspirar a una contestación integral del sistema, como la CTA y vertientes moderadas de asambleas, piquetes y empresas recuperadas, así como porciones de la vieja dirigencia sindical y política que mantengan ciertos pujos 'nacional-populares' o estén dispuestos a reflotarlos. En esa línea parece orientarse la temprana jugada de llamar la atención sobre un clivaje hacia la derecha, presentando un campo de enfrentamiento con la gran prensa conservadora, las fuerzas armadas de raíz 'procesista', y unas genéricas 'corporaciones' que no parecen incluir a los sindicatos burocratizados pero sí a las empresas de servicios públicos y la banca más concentrada. Pero de allí a que la Argentina, dominada de tal forma por los intereses del gran capital que casi no se puede hacer reforma alguna sin 'tocar' sus intereses, de margen para que desde el estado se preste atención favorable a las postergadas y complejas demandas de las mayorías sociales, hay distancia. Además, quedan encrucijadas como la de la burocracia sindical más poderosa, que en las elecciones optó por la 'neutralidad', por Menem o por Rodríguez Saa, pero como siempre no está dispuesta a 'pagar facturas' sino a cobrarlas, y ella sí retiene vínculos con los capitalistas difíciles de mellar...

Nada sustancial ha variado en el extremo desprestigio de la mayor parte de la dirigencia, desde los banqueros hasta los dirigentes sindicales, pasando por la Corte Suprema y la Cámara de Senadores. Un camino de 'limpieza' en esos terrenos está sembrado de contradicciones para el nuevo presidente, que ha llegado a su sitial con el apoyo de sectores muy comprometidos con las causas del desprestigio. Con la designación de su gabinete, Kirchner buscó ampliar las alianzas mas allá de los límites del PJ, incluyendo en lugar destacado a los fragmentados restos del Frepaso, y a un representante del conservadurismo católico 'con rostro humano' como Gustavo Béliz, pero eso le garantiza poco, mas allá de aportar una imagen 'progre' que mal podía proveerle el personal del 'duhaldismo', por otra parte también generosamente representado entre el personal de gobierno.

Kirchner parece destinado a ser un nuevo avatar del liderazgo 'progresista' argentino post 1983, con la novedad de que a diferencia de en épocas de Alfonsín o la Alianza, está colocado a la cabeza del aparato estatal por un justicialismo que reúne el amplio revoltijo político-ideológico que lo caracteriza desde siempre, ese capaz de hermanar en la misma fotografía sonriente a un sobreviviente del peronismo de base como Eduardo Luis Duhalde con caudillos locales como Manuel Quindimil o Hugo Curto. Y que probablemente aporte también su mayor decisión y eficacia a la hora de gobernar. Pero todo ello junto con lo que a menudo parece olvidarse en los análisis de coyuntura más recientes: El desastre post-menemista sigue incólume en todos sus rasgos aterradores; más de la mitad de los argentinos están en la pobreza, la desocupación sigue bordeando el 20%, el nivel de ingreso de los asalariados es paupérrimo, la calidad de la salud y la educación públicas continúan en declive... La perduración de un cuadro como éste puede ser 'soportable' para gobiernos cuya agenda está ostensiblemente marcada por las exigencias de la gran empresa y el mantenimiento de las clases subalternas en la desmovilización, el debilitamiento organizativo, la dependencia clientelista y la amenaza más o menos explícita de represión. Pero a plazo más bien corto se vuelve incompatible con cualquier talante 'progresista' o 'nacional' que aspire a un mínimo de verosimilitud.

Desde 'abajo'

Mas allá de algún saldo desalentador de todo el proceso post-diciembre 2001, las clases subalternas de Argentina tienen hoy una base de organización y movilización que no poseían unos años atrás, cuando el avance de las 'reformas de mercado' parecía, a fuerza de imparable, casi eterno. El movimiento piquetero, en primer lugar, tiene un arraigo y solidez que no será fácil desvirtuar, mas allá de las tendencias a la fragmentación y la propensión a dejarse cooptar desde el poder de algunas de sus agrupaciones. Sin desconocer su limitación en términos cuantitativos, las fábricas recuperadas han re-instaurado al movimiento obrero ocupado en la visibilidad pública. El propio giro progresista del Kirchner post 27 de abril y en sus primeros días como 'primer magistrado' tiene que ver con ese fortalecimiento del movimiento social, y no exclusivamente con los lejanos antecedentes radicalizados o la lucidez analítica de Kirchner y el grupo de dirigentes que lo acompaña. Ignorar la presencia y demandas que vienen d 'abajo' tiene hoy costos mayores que hasta hace poco, y llevaría rápidamente a un nivel de confrontación social abierta difícil de articular con una tentativa de legitimación de bases amplias.

Quizás se avecine una etapa en la que las organizaciones populares puedan re- ensayar una dinámica de reclamar al gobierno consecuencia y profundización de las mejoras que proclama estar dispuesto a llevar a cabo, en lugar de la permanente lucha defensiva contra las agresiones más o menos abiertas en que viene desenvolviéndose desde 1989. Si se sabe encontrar la forma de que esto no acarree una disminución de autonomía, puede constituir un nuevo campo para luchas sociales con posibilidades de triunfo, y expandir la conciencia de las posibilidades de una 'contraofensiva' que por cierto no prometerá resultados fulminantes pero si la posibilidad de articular un propósito revolucionario, de transformación integral de las relaciones de poder, con logros específicos y más o menos inmediatos no desdeñables.Al interior de las clases dominantes, es probable que esto despierte contradicciones y enfrentamientos con la acción estatal que terminen de romper el 'frente único' que lograron en los primeros 90'. Los trabajadores y demás sectores populares pueden y deben tener en cuenta las fricciones que se produzcan, y tratar de aprovecharlas para hacer avanzar sus demandas.

Pero sería del todo erróneo desarrollar una política conformista, que contemple renunciar a los espacios de autonomía alcanzados, comprometerse en apoyo a la gestión de gobierno, a cambio del mero hecho de que los 'palos' materiales y simbólicos dejen de llover sobre sus espaldas. La propuesta Kirchner no proviene de las clases subalternas, ni procura una alianza sólida con sectores amplios dentro de ellas, sino apenas apunta a un proyecto capitalista más 'sustentable', que procure no disparar el conflicto social y la 'ingobernabilidad', ni entrar en ninguna colisión seria con los poderes fácticos. El contenido 'reformista' de la propuesta de Kirchner es por ahora bajo, pero la larga década de un Estado en posición de ataque puro y duro contra el grueso de las clases subalternas, hace que esto suene a muchos oídos como dulce melodía, despertando expectativas con algo de desmesura. Habrá que tamizarlas con el 'pesimismo' analítico, y con la voluntad optimista que se niegue a replegarse sobre la perspectiva de recuperar sólo una parte de lo que otrora se consideró derechos indiscutibles, acatando las obsesivas invitaciones a creer que los límites de lo posible están definitivamente establecidos, y que tan ruidosamente se desoyeron antes y después de las jornadas de Diciembre.
–Nosotros en Cuba tenemos muchísimas carencias materiales, nos faltan cosas, es verdad. Una se queja y dice, caramba cuándo es que vamos a mejorar esto. Ahora fui cinco días a trabajar como médica a Esmeralda, Ecuador. Fui toda romántica pensando en el impacto social de mi trabajo. Se me ocurrió ir a la farmacia y preguntar cuánto cuesta el tratamiento que estoy recetando. Bueno costaba 50 dólares. El pueblo de Esmeralda no puede gastar ese dinero mensualmente en el tratamiento de sus hijos. Podrán hacerlo dos o tres familias, pero no todos. Allí uno compara y se da cuenta de que, si bien le faltan muchas cosas materiales, la dignidad del ser humano está. La vida del ser humano está garantizada, la salud está garantizada, la educación está garantizada. Eso da una fuerza tremenda para seguir resistiendo, porque para atrás no puedes ir ni para tomar impulso. Te queda una angustia terrible de saber que no puedes resolver un problema que en verdad tiene solución. El confrontarnos también nos demuestra que estamos en el camino correcto