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Argentina: La lucha continúa

Hipocresías/1

Teodoro Boot

Hipócrita: El que profesando virtudes que no respeta se asegura la ventaja de parecer lo que desprecia. Ambrose Bierce

De izquierda a derecha, la oposición en pleno y hasta el oficialista presidente electo criticaron el indulto a Gorriarán y Seineldin firmado por Eduardo Duhalde, tal vez una de las últimas y más polémicas decisiones de su gobierno. Para unos, incluido el presidente electo, se trataría de una cuestión de principios: si estuvieron en contra del indulto a los ex comandantes en jefe y a algunos líderes guerrilleros, deberían mostrarse igualmente contrarios a éste. Y mientras otros lo consideran una intromisión del Ejecutivo en los asuntos judiciales, la izquierda critica la simultaneidad de los indultos porque, al parecer, se inscribiría así en la "teoría de los dos demonios". Por último, no falta aquél que los diferencie: mientras Gorriarán habría "equivocado la metodología" Seineldín merece cumplir su pena por haberse levantado en armas contra "la democracia" (lo que viene a ser lo mismo que deplorar "la metodología" de un violador que, por timidez, evitó el trámite de solicitar la aquiescencia de una dama antes de proceder al acto sexual).
Todos ellos, entre quienes abundan los que desmayaron de horror luego de que un tribunal cubano condenara a muerte a tres secuestradores, parecen olvidar que tanto la ley de defensa de la democracia como los procesos seguidos a su amparo, merecieron por parte de los organismos de la ONU encargados de la defensa de los derechos humanos similar condena que los procesos cubanos. Y por la misma razón: la ausencia de juicio de segunda instancia, que deja al acusado inerme, sin posibilidad de apelar, ante la eventual venalidad, enemistad o error de un tribunal.
Otro tanto ha pasado, dicho sea de paso, con la condena a muerte de un ciudadano chino afectado por el SARS, reo de haberse negado a guardar cuarentena, sin que a nadie se le moviera un pelo.
Es curioso observar como muchos de los críticos de estos indultos en su momento votaron y hasta co-redactaron un mamarracho legal que con el argumento de defender la democracia violaba uno de los derechos más esenciales de las personas, como es el de contar con una justa defensa en juicio. Así lo han hecho notar, en más de una oportunidad, los inspectores de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Como información tranquilizadora para quienes ven en este indulto presidencial una recreación de la teoría de los dos demonios, ambos indultados tienen en común el haber sido juzgados con una misma y absurda ley, y no debe ser la afinidad ideológica el rasero con que aplicar la ley ni pretender la justicia.
Las irregularidades de los dos procesos, demostradas en numerosas oportunidades, son notorias y orillan lo escandaloso. Sino la sociedad, el Estado y particularmente los legisladores debieron, hace ya muchos años, corregir el error y exigir un nuevo juicio en el marco de una ley más sensata y en el que los acusados no estuvieran condenados de antemano. Quienes durante trece años tuvieron la oportunidad y la dejaron pasar, no deberían hoy criticar a Eduardo Duhalde por liberar a los dos chivos expiatorios de la hipocresía argentina.

Hipocresías/2

JUAN SALINAS (*)


Entre los críticos del indulto dispuesto por el presidente Duhalde descuella Horacio Verbitsky, quien hasta poco antes del ataque al cuartel de La Tablada fuera columnista habitual de "Entre Todos", el órgano del Movimiento Todos por la Patria dirigido por Carlos "Quito" Burgos, quien murió en aquella acción.
Verbitsky, que era amigo de Burgos y de otros militantes del MTP, le reprocha a Duhalde su "escaso aprecio por la justicia y su incomprensión acerca de las necesidades del nuevo período institucional" y caracteriza a Enrique Gorriarán Merlo y al coronel Seineldín como líderes de "minúsculas sectas ancladas en el pasado y al margen de la realidad". Cómo seguidamente acude a las encuestas para recordar que hace cuatro años la mayoría de la población se oponía a la libertad de ambos, deja tácitamente claro que otra sería su valoración si los convictos lideraran corrientes sociales más nutridas y/o gozasen de mayor popularidad (¿Cómo? ¿No concuerda con aquello de que la ley debe ser ciega?)
Increíblemente, "El Perro" pretende fundamentar su posición con –entre otros- el argumento de que "el indulto aborta el proceso de su (de Seineldín y Gorriarán) reinserción social". Cómo si ello le importara un rábano.
No dice un cambio una sola palabra sobre los procesos absolutamente viciados que los condenaron sin tener derecho a una segunda instancia, de revisión -tal como ordenan la Constitución, las leyes y el Pacto de San José de Costa Rica- tal como ha recordado en numerosas oportunidades la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Por lo demás, Seineldín es un hombre de edad avanzada que hace rato reconoció que la política jamás fue lo suyo y, por cierto, resultó infinitamente menos criminal de lo que fue el gobierno contra el que se alzó. Gorriarán sufre una grave enfermedad. La libertad de ambos no representa el menor peligro para nadie.
Verbitsky bien podía haber permanecido callado. Al haber abierto la boca y puesto su prosa al servicio del deporte de patear al caído y la pulsión de congraciarse con el nuevo príncipe; al no haber tenido siquiera en ese empeño el pudor de limitarse a los argumentos republicanos (contra de las potestades monárquicas que conserva un sistema fuertemente presidencialista) tal como hizo Aníbal Ibarra; al utilizar capciosos razonamientos, tributarios tanto del fariseísmo como del más alambicado jesuítismo, Verbitsky, un perro cortesano, se ha consagrado como el Rey de los Tartufos.
Tiene mérito, ya que los hipócritas proliferan al punto de que, si volasen, nunca veríamos el sol.
(*) Coautor, con Julio Villalonga, de Gorriarán, La Tablada y las "guerras de inteligencia en América Latina" (Mangin, 1993). En 1989, al producirse el ataque al cuartel de La Tablada, era corresponsal del quincenario montevideano Mate Amargo, órgano del MLN-Tupamaros.