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Argentina: La lucha continúa

Balance de las elecciones presidenciales 2003

Por Colectivo: Nuevo Proyecto Histórico (NPH)

"Por débil que sea nuestra democracia, por inútiles que a algunos pudieran parecerles estas elecciones, conviene que éstas se realicen de la mejor manera posible,...como ciudadanos, debemos cumplir con nuestra obligación de acudir a las urnas"
(Documento Nacional, Comisión Permanente del Episcopado católico, 2003)
"La patria de un político es su partido"
(Winston Churchill)
"El poder constituyente de la multitud es la definición misma de lo político,
y allí donde es retomado y excluido,
lo político se reduce a pura naturaleza mecánica, a enemigo y a poder despótico"
(Toni Negri)
Las elecciones o la ocasión para crecer como ciudadanos: tal la feliz definición de teología política del Episcopado argentino en su manifiesto a la opinión pública. Nunca con más precisión ontológica se descifró la estrategia del capital. Estas elecciones fuer las primeras ulteriores al colapso del sistema político bipartidista y de la convertibilidad.
Al "que se vayan todos" y la devaluación sin anestesia, a la más gigantesca transferencia de riqueza de la historia argentina. Las primeras con asambleas barriales funcionando, fábricas autogestionadas (casi 200, cuando el mayo francés del ’68 tuvo una¡) y ...candidatos presidenciales de la izquierda anquilosada¡.
Nunca en la historia cercana la Argentina enfrentó una elección presidencial tan incierta para el poder del capital, irrigada por la apatía general, el instinto de boicot de la multitud y sembrada además de paradojas en el dominio burgués.
Nunca la izquierda histórica se equivocó tanto estratégica y tácticamente.
La tendencia revolucionaria histórica de las masas, acelerada por la irrupción de la figura del trabajador posfordista a mediados de los años ’90, nos ejemplifica aún más la claridad estratégica del grito "¡Que se vayan todos!".
En las quince elecciones presidenciales realizadas desde que se estableció el voto obligatorio en 1911, la concurrencia a votar promedio ha sido del 79,7%.
En 1916, cuando fue electo Irigoyen por primera vez, concurrió a votar el 62,8% y en 1922 cuando es elegido Alvear lo hace el 55,3%. Se incrementa sustancialmente la concurrencia en 1928, cuando es reelecto Irigoyen, llegando al 80,9%. En 1931, desciende al 73,8% ocasión en la cual es electo Justo y en 1937 cuando gana Ortiz, concurre a votar el 76,2%. La baja en la asistencia en los años treinta, respecto a la reelección de Irigoyen puede encontrar explicación en el hecho que en esta década el derecho de voto estuvo limitado por proscripciones y fraude, aparte de la hegemonía del anarquismo en el movimiento obrero.
En 1946 la concurrencia vuelve a aumentar, votando el 83,4% siendo electo Perón por primera vez. Seis años después, cuando es reelecto, la concurrencia se eleva llegando al 87,9%.
La máxima participación en las urnas de la historia argentina tiene lugar en 1958, cuando es elegido Frondizi, oportunidad en la cual vota el 90,9%. En 1963, con Illia la concurrencia a votar desciende al 85,5%, quizás por la decisión del PJ de votar en blanco frente a la proscripción.
En marzo de 1973, concurre a votar el 85,9% siendo electo Cámpora y en setiembre de ese año lo hace el 84,3%, cuando es elegido Perón, manteniéndose un porcentaje similar al de 1963 en ambos comicios.
Con el restablecimiento de la democracia en 1983, la concurrencia a votar desciende al 81,1%, para aumentar seis años después, cuando es electo Menem, llegando al 84,6%. En 1995 cuando es reelecto Menem, baja al 82,1% y en 1999 desciende aún más, votando el 80,5%.
La crisis de representatividad política, del "Capital-Parlamentarismo", que hoy vive la Argentina, hizo que las elecciones del 27 de abril fueran las de participación más baja desde el año 1937.
El régimen de Duhalde a apostado no sólo a las elecciones anticipadas, sino a una táctica de polarización extrema, a reciclar el código del bipartidismo dentro del PJ.
En 1999 cuatro de cada diez votaban al PJ, hoy seis de cada diez votos fueron al peronismo.
En esta trituradora de marketing político la izquierda legalista fue (como lo anunciamos) el aceite lubricante de los engranajes en marcha del "Capital-Parlamentarismo" reciclado.
Primera evidencia: el voto en blanco registrado en la primera vuelta de la elección presidencial de 2003, fue el menor desde el año 1946.
Segunda evidencia: el promedio de voto en blanco registrado en las dieciséis elecciones presidenciales realizadas desde que se impuso el voto obligatorio es del 3,9%.
Tercera evidencia: las tres elecciones con voto en blanco más alto, coinciden con comicios en los cuales hubo proscripción: de la UCR en 1931 y del PJ en 1958 y 1963. En éstas partidos mayoritarios realizaron campaña activa y consciente para votar en blanco.
Cuarta evidencia:
el voto en blanco más bajo -menor al 1%- se registró en las dos elecciones en las cuales fue electo Perón: 1946 y 1973, y en la primera vuelta de 2003.
Quinta evidencia: desde el restablecimiento de la democracia en 1983, el voto en blanco más alto fue en 1995 (no en 1999) en la reelección de Menem y el más bajo el 27 de abril de 2003, en la primera vuelta de la elección presidencial.
O sea, que como conclusión:
La concurrencia a votar en la primera vuelta de la elección presidencial de 2003, fue la más baja registrada en democracia la Argentina desde el año 1937, aunque se ubicó levemente por debajo del promedio de las últimas elecciones. Este dato es muy importante y demuestra que la gente instrumentalizó la abstención directa y llana por sobre el boicot participativo (ir a las urnas). Salida sobre voz.
El porcentaje de concurrencia a votar en las dieciséis elecciones presidenciales realizadas en la Argentina con voto obligatorio desde 1911, ha sido en promedio del 79,5%. La del 2003 es una de las más bajas.
En los años veinte -al iniciarse el voto obligatorio- la concurrencia estuvo por debajo del 63%.
Desde entonces la asistencia a votar fue aumentando hasta llegar al máximo histórico en el año 1958, cuando superó el 90%.
En los años siguientes
la concurrencia tendió a descender, llegando en 1999 al 80,5%, y disminuyendo aún más en la primera vuelta de 2003, ubicándose en el 77,5%.
La formula ganadora, Menem, tuvo menos votos porcentuales que la de Illía en 1963 (25,1%) con plena proscripción del peronismo. Es la fórmula presidencial del "Capital-Parlamentarismo" con menos votos en la historia política.
Matemáticas absurdas: estuvieron ausentes o no fueron a votar 5.703.781 ciudadanos (de los que habría que diferenciar finamente su composición); 321.264 fueron nulos, 176.256 blancos y 38.391 impugnados, lo que da un total de 6.239.692 (el 24,4% del padrón electoral y 31,5% sobre el padrón real).
Voto de valencia, control político, "Capital-Parlamentarismo": una discusión absurda se ha instalado en la izquierda participacionista y la pro-boicot. Se trata de quién ganó o perdió el 27 de abril. Veamos:
el primer perdedor es el movimiento, ya que Duhalde logró una estabilización capitalista impensable un año atrás.
Ha pasado el momento favorable en la relación de poder.
La democracia representativa burguesa, hoy altamente evolucionada en su forma "capital-parlamentarista", es una expresión sofisticada de la división del trabajo: una elite que regula y dirige el proceso social sin consultar a nadie cada cuatro o seis años.
Es la manera más eficiente que tiene el capital de manejar los asuntos públicos. El descubrimiento del
fetichismo de la representación proporcional en la década de 1860 constituyó la última innovación institucional progresiva de la burguesía.
Las elecciones garantizan, por definición, la representación de nada ni nadie: se trata de un instrumento refinado de selección de candidatos generados por el sistema de partidos. La representación burguesa es un mito, ya que no es ni mandato (no hay instrucciones legales vinculantes en ninguna democracia del capital del mundo), ni control sobre la Nueva Clase (accountability, el nuevo fetiche de los ideólogos, que supone que los políticos rendirán cuentas al final de su mandato y por lo tanto gobernarán para el Pueblo: que se lo pregunten a Menem). Y la multitud los sabe.
Lo que la izquierda no comprende es que las elecciones son tomadas por las masas como un ritual en el cual pueden utilizar su voto en una forma ambivalente y cínica: seleccionar el mal menor y bloquear al mal mayor.
El cinismo es una tonalidad emotiva clave del obrero posfordista, materialísticamente conectado a su inestabilidad crónica y perpetua.
Un fin instrumental y muy limitado. Tal parece ser el estilo del voto del domingo 27 de abril, a diferencia del de octubre del 2001.
Veamos: a principios de marzo del 2003 un sondeo realizado por el CENM (del derechista Fraga), daba cuenta con horror que dos de cada tres votantes seguían apoyando la idea de "que se vayan todos". Paralelamente, el mismo universo de personas mostraba que seis cada diez consultados tenían intención de voto por alguno de los candidatos "burgueses".
Si el 66% sigue apoyando que se vayan todos y el voto bronca potencial es sólo del 40%, ello implica que uno de cada cuatro votantes está en una contradicción ya que vota por alguno de los candidatos de la Nueva Clase.
Pero esta contradicción tiene una explicación: es que al momento de votar (recordemos que la democracia argentina obliga a ir a las urnas) en una elección presidencial hay votantes que optan por el "mal menor" o que votan por un candidato que no los convence para impedir que gane otro al que definidamente no quieren ver en el poder. Un "uso" práctico.
En nuestro caso concreto, alguien puede estar reclamando una renovación total de la política, pero termina votando por Frankestein Kirchner para impedir que gane Drácula Menem.
Las implicancias de su figura y su discurso lograron polarizar al electorado y seguramente en cada voto que obtengan sus competidores habrá un porcentaje grande de intención antimenemista cínica.
De hecho en las encuestas lo único que logra mayoría absoluta es el rechazo al ex presidente. Para esa mayoría y para quienes lo apoyan, esta elección es a favor o en contra de Menem y, en general, el resultado definitivo estuvo muy teñido por esa antinomia y de allí surgirá la lectura más clara.
Esto es muy claro en la intención de voto en lugares como Matanza (donde la IU tuve su mejor performance: 2,88%). Incluso en las perspectivas para la segunda vuelta.
Pero la pregunta concreta frente a la elección presidencial del 27 de abril, era si el voto positivo -por candidatos concretos- que en la elección legislativa del 2001 fue de sólo el 60%, iría a bajar o a crecer.
El sondeo de marzo del 2003 mostraba que el voto bronca "potencial" estaba en el 40%, el mismo porcentaje que tuvo lugar en la última elección legislativa del 2001. La traducción sería que
mucha gente que sigue sosteniendo instintivamente el "¡Qué se vayan todos!" decidió concurrir a votar instrumentalmente, como una última instancia utilitaria pero no por convicción ideológica.
Servirse del voto para ambos propósitos instrumentales no es irracional o derechista: si bien los votantes pierden cierto nivel de autonomía, a cambio restringen el margen de maniobra del capital (como lo reflejo el MERVAL el lunes 28).
Se trata de una preferencia sobre resultados más que sobre políticas e ideologías.
Como todos podemos comprobar este tipo de elección racional no necesita preferencias político-ideológicas detalladas.
Esto explica indirectamente que se haya encausado hacia el voto útil (o de influencia) en contra del voto ideológico puro al PO o a la IU. Existen otras conclusiones tibiamente positivas:
las masas han expulsado a los partidos responsables de mala gestión, pilares del bipartidismo (desaparición histórica de la UCR y el FREPASO), entre los cinco primeros candidatos han elegido a cuatro políticos relativamente "frescos"; el 54% concentró su voto en dirigentes relativamente nuevos (Kirchner, Carrió y López Murphy) e incluso vagamente antisistémicos.
Hubo corte generacional: Kirchner atrapó uno de cada tres votos nuevos, y Menem a cuatro de cada diez votos peronistas puros. Uno de cada cuatro votantes menores a 35 años prefirió el domingo a Menem; Kirchner quedó a casi cinco puntos, una diferencia mayor a la que separó a ambos en la elección general; en ese segmento, López Murphy también se ubicó tercero.
A su vez, la gente entre 35 y 49 años votó a Kirchner primero y ahí nomás a Menem.
Y los de 50 y más se inclinaron por el ex presidente. López Murphy fue más votado por los votantes de edad media, y Carrió y Rodríguez Saá tuvieron un nivel muy parejo en los tres segmentos: a la jefa del ARI le fue levemente mejor entre los más grandes, y al puntano entre los de edad media.
Voto y clase: López Murphy golpeó fuerte en las viejas clases media alta y alta: se quedó con cuatro de cada diez votos; Menem, que fue segundo, sacó menos de la mitad, y Carrió superó a Kirchner.
Las clases más pobres (visible en el GBA: triunfó en partidos de extrema pobreza como Ezeiza y Ensenada) fueron de Menem, que le sacó once puntos y medio a Rodríguez Saá, el otro aspirante natural a quedarse con el voto pobre; Kirchner llegó segundo, Carrió cuarta.
Voto y metrópoli: los pueblos de menos de 50 mil habitantes fueron de Menem (36%); la Capital y el GBA, sumados, de Kirchner (20,5%), varias grandes ciudades del interior, de López Murphy (24%).
Se puede hacer otro corte con las ciudades intermedias, como Salta, Paraná y Posadas, donde dominó Menem.
Kirchner ganó por un suspiro en Neuquén (capital piquetero).
Si se divide el país en ciudades de más o menos de 200 mil habitantes, López Murphy compite pero le saca una luz de ventaja a Kirchner en las grandes (Recrear ganó en Capital), y Menem se queda cómodo con las más chicas.
Las nuevas generaciones instintivamente eligieron a Kirchner, en una racionalidad clara de mal menor versus el candidato del sistema, Menem.
No por casualidad el vaporoso programa de gobierno del santacruceño asume distorsionadas muchas de las demandas generales del movimiento.
Conclusiones provisionales: ¿el movimiento ha sido más sabio que la vanguardia? El
27-A no fue lo previsto para la izquierda institucional, presidencialista, cretinista parlamentaria: las masas hicieron un uso cínico de preferencia sobre los resultados de la elección (cuestiones de valencia frente a posicionales entre izquierda o derecha), de manera práctica, efectiva y elegante, ignoraron un mensaje contradictorio, consignas universales, campañas pobres, ideología vacía y candidatos perpetuos.
El voto en blanco jamás fue una perspectiva clara para las masas, el voto nulo atrajo a casi tantos como todos los votos de la IU (si se suman los impugnados superan a toda la izquierda en su conjunto)
y finalmente la postura más criolla fue abstenerse de ir a votar.
El verdadero ganador de las elecciones fue el argentino anónimo que aplicó pensamiento lateral: simplemente ignoró el llamado.
¿Inteligencia de las masas, pesimismo de la izquierda dogmática? ¿Se equivoca la multitud al entender las elecciones burguesas sobre todo en términos de selección y preferencias sobre resultados?
¿Se puede quebrar revolucionariamente la lógica electoral del capital? Nosotros sostuvimos en todo momento que no: la pulsión revolucionaria se organiza de afuera hacia dentro, por una simple cuestión de poder.
¿Qué hubiera sido de una campaña de abstención de masas revolucionaria, unificada, representativa, cotidiana, horizontal, golpeando el corazón de la maquinaria gótica capitalista?
Movimiento y geometría no-euclidiana: el futuro de una izquierda Yin Shi
¿qué quiere esta multitud, adónde va el movimiento? Comer, beber, amar, vivir, la multitud se expresa en nuevos mitos fundacionales, en formas materiales de cooperación, en innovaciones institucionales, en instinto revolucionario.
La izquierda nueva, la que dolorosamente nace, es una izquierda social, trans-política, eremita, se semeja al movimiento taoista chino conocido como Yin Shi, gente trabajadora agobiada por la realidad social, que sentían un profundo desprecio hacia las formas de gobierno, hacia la riqueza, incluso hacia toda forma de gobierno, cuya crítica se extendía a la religión, la ética y las conductas normales.

Su potencia crece geométricamente en el desierto, en el afuera, en lo espontáneo como fuente materialista, en el auto-instituirse fuera de las murallas del estado capitalista y, sin embargo, asediarlas desde dentro.
Se trata de fundar la ruptura del estado desde su exterior, disolverlo desde lo social:
la máquina del "Capital-Parlamentarismo" sólo puede romperse desde su negación absoluta.
La salida o defección de las reglas de juego "capital-parlamentarias" modifica las condiciones en las que el capital plantea la lucha institucional, cambia los límites del tablero, el contexto del problema, éxodo como desobediencia, travesía en el desierto como potencia constituyente.
Las tareas del movimiento siguen pendientes, en estado latente, esperando un nivel organizativo, en traducirse como área autónoma, en recomponerse como autovalorización. Si la oscura fórmula alquimista dualismo de poderes tiene algún sentido, debe ser éste.
La apertura revolucionaria de diciembre del 2001 se cierra lentamente, y se acelera si el nivel de organización no logra dar un salto rápidamente hacia delante y situarse en relación con los contenidos nuevos de las nuevas luchas, si la estructura ya organizada del movimiento, no logra percibir el sentido último, la dirección, el Norte de la próxima ofensiva del capital.

A la linealidad de la estrategia burdamente euclidiana de la vieja izquierda histórica, el movimiento le contrapone su nueva creatividad basada en el rechazo a la integración política dentro del desarrollo,
la destrucción de la significaciones sociales tradicionales, heredadas, instituidas, reproducidas, del poder político y la producción y el trabajo.
No sólo eso: disuelve el dogma eucliudeano de la división entre estructura y superestructura dentro del movimiento, erosiona el fetiche del partido, produce la coincidencia inmediata y materialista de producción y ética, la abolición en la práctica del viejo revolucionario profesional.
Los mismos rasgos de la experiencia posfordista postulan, aunque no podamos percibirla con claridad, como contrapartida conflictiva al capital nada más ni nada menos que la democracia absoluta.
Colectivo: Nuevo Proyecto Histórico
2-5-03