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Argentina: La lucha continúa

El movimiento piquetero en su laberinto

La respuesta de las organizaciones piqueteras ante la estrategia desmovilizadora de Kirchner.

Por (ANRed) redaccion@anred.org

 
El intento del Gobierno de criminalizar la protesta social

Por un momento pareció que Néstor Kirchner cambiaba de fisonomía y que sus rasgos más simpáticos y progresistas cambiaban por otros menos alentadores. Denuncia judicial contra organizaciones piqueteras, creación de una "brigada antipiquetera", amenazas de hacer escarmentar "con el código penal en la mano" a todo aquel que se atreva a salirse de los marcos que el Gobierno está queriendo imponerle a la protesta social.
Quizás la novedad - la marca distintiva - es que todo lo anterior se anunciaba como una forma más de profundizar la lucha contra la impunidad. "De uno y otro lado" decían algunos funcionarios, en una remozada versión de la teoría de los dos demonios. De esta forma, mientras el Gobierno sostenía que no se iba a judicializar la protesta social, por orden del Presidente, el ministro Carlos Tomada impulsaba una denuncia judicial contra las organizaciones piqueteras que reclamaron en las puertas de la sede de Trabajo.
Mientras avanzaban judicialmente sobre unas organizaciones piqueteras recibían a otras en la Casa Rosada, en una estrategia de división y cooptación que no por vieja deja de tener vigencia. En esta ofensiva el Gobierno necesita mantener un delicado equilibrio que le permita alcanzar su objetivo estratégico de desmovilización, pero sin que esto signifique evaporar el consenso logrado. Y esta posición dual se traduce en gestos ambiguos, una de cal y otra de arena.

La intentona del pingüino

En los días siguientes a la manifestación en el Ministerio de Trabajo trascendió en medios periodísticos cuáles eran los ejes fundamentales que el Gobierno tenía preparado para controlar a las organizaciones piqueteras. En esos artículos se mencionaban principalmente: desgastar, fragmentar, aplicar el código penal a los que se salgan de los parámetros establecidos para peticionar y, por último, crear opinión a través de una intensa campaña en la opinión pública.
Los movimientos de desocupados que se movilizaron el 22 de octubre ante Trabajo (FUTRADEyO, FITOD, MUP 20 y TC 29 de Mayo) fueron víctimas de esta táctica cuatripartita. De alguna manera el Gobierno los utilizó como conejillos de India y experimentó ese día la estrategia que ya tenía pergeñada; y posteriormente sondeó las repercusiones que su ofensiva judicial provocaba en el resto de las organizaciones piqueteras.
Por suerte, y en un gesto de madurez política, la mayor parte de las organizaciones del movimiento piquetero estuvieron a la altura de las circunstancias y no cayeron en la tentación de priorizar intereses sectoriales en detrimento de los del conjunto. Ante esto, Kirchner no tuvo más alternativa que profundizar su perfil agradable y conciliador, como si todo ese cuento de la criminalización de la protesta hubiera sido un mal entendido. De esta forma no tuvo otra alternativa que bajar los decibeles y sacarle el cuerpo al conflicto. A esa altura, la presentación judicial se había quedado sin la decisión política que la sostenía, al punto que el ministro Tomada ni siquiera se presentó en en juzgado y envió su declaración por escrito.
La multitudinaria y unitaria marcha del 4 de noviembre, que reunión a más de 30.000 personas, fue un corolario contundente al freno que se le puso - por el momento - al intento de K de desarticular a las organizaciones piqueteras que no encajan en sus planes de disciplinamiento de la protesta social.

La estrategia desmovilizadora del Gobierno

Pese a lo actuado el Gobierno todavia no tiene resuelto, ni mucho menos, de qué forma va a solucionar el "problema piquetero". Lo que sí tiene claro es su línea de intervención general: profundizar la diferenciación entre la protesta "lícita" - la que se limita a reclamar por las reivindicaciones básicas - de la que definen como "ideologizada" porque incluye además demandas de carácter político ("contra el FMI", "el imperialismo" o "la guerra en Irak", según chicaneban desde la Casa Rosada).
El argumento anterior es una vuelta de tuerca más en la distinción motorizada desde el Gobierno nacional - desde Duhalde a esta parte - de distinguir entre piqueteros dialoguistas (buenos) de los piqueteros duros (malos). Con Kirchner, este enfoque oficial ha tenido una leve variación ya que también en esta materia el señor K ha mostrado capacidad política para innovar. Desde el comienzo de su gestión está tratando de crear un tercer espacio - que podríamos definir como el de los ni buenos ni muy malos - para albergar allí a las organizaciones piqueteras que tratan de diferenciarse tanto de unos como de los otros.
Sin embargo, todos los caminos conducen a Roma y al final del trayecto siempre espera el abrazo del oso. Pese a las diferentes tácticas implementadas el objetivo es el mismo: desmovilizar y controlar políticamente. Con unos, a través de la cooptación lisa y llana; con los otros, a través de un acuerdo de coexistencia pacífica (que en los hechos significa ser sumados a la estrategia oficial); con los últimos - los llamados duros o ideologizados - tratando de aislarlos poco a poco para así luego poder caerles "con el código penal en la mano".
La cooptación también se extiende a otros sectores de la clase trabajadora. Días atrás se realizó el Cuarto Encuentro Nacional de Fábricas Recuperadas, cuyo referente principal es Luis Caro, que tuvo lugar en la Cámara de Diputados bonaerense y en el que participaron Osvaldo Mércuri, el ministro Tomada y el periodista kirchnerista Miguel Bonasso.
Por último, cabe señalar que la represión tampoco queda fuera del cuadro anterior: así lo testimonian los dos chicos asesinados por la policía jujeña, las continuas apretadas en los barrios, la represión en los subtes, en La Plata, en Rosario... El aparato represivo estatal está siempre dispuesto a ser utilizado contra el movimiento popular en general, y cuando lo hace suele no reparar entre buenos y malos, dialoguistas o duros.

El desafío de las organizaciones populares

Kirchner modificó sustancialmente el escenario político de nuestro país. El consenso que logró en amplios sectores de la sociedad significa una bocanada de oxígeno para el poder económico y político que quedó bastante maltrecho luego del cimbronazo institucional que provocaron las jornadas de diciembre de 2001.
Sin duda, el actual es otro Gobierno que se diferencia bastante del Duhalde, pero que en esencia defiende intereses similares. Además de su dependencia de las estructuras del duhaldismo, presenta como principal limitación que las expectativas que despierta en términos políticos difícilmente puedan ser satisfechas en el terreno económico: la desesperante realidad material del pueblo trabajador no variará demasiado por un largo período, siendo éste es su talón de Aquiles. Sin embargo, esta contradicción estructural por el momento no mella la simpatía que el Gobierno K produce en buena parte de la sociedad. Y ese respaldo - aunque no sólidamente consolidado - es su principal capital político, que le permite, por ejemplo, plantear que no se otorgarán más planes Jefes y Jefas de Hogar pese a que el programa - que se publicita como universal - alcanza a menos de la mitad de los desocupados.
Ante este panorama, las organizaciones en lucha deberán - en primer lugar - evitar la trampa desmovilizadora y fragmentadora que tendió el Gobierno. Esto exige encontrar el equilibrio entre la necesidad de mantener importantes niveles de movilización, porque las demandas de los sectores populares no esperan, sin que esto conduzca a una situación involuntaria de aislamiento político y social. Por otra parte, resulta imprescindible estrechar lazos con el movimiento obrero ocupado buscando caminos y demandas unificadoras. La lucha salarial y la reducción de la jornada laboral se imponen como consignas comunes a ambos sectores de la clase trabajadora. Esta búsqueda de una confluencia reivindicativa deberá ser acompañada - en algún momento - de un proceso similar en el orden organizativo. La fragmentación sigue siendo el principal escollo con el que se encuentran las organizaciones populares para avanzar en un proyecto político que integre a amplios sectores de masas en una perspectiva común de cambio social.
Además se vuelve vital tener una política mucho más consecuente para echar raíces sólidas en las barriadas para dar un sustento real a la capacidad de movilización de las organizaciones piqueteras. Muchas veces, en el afán de extenderse, las organizaciones terminan siendo perjudicadas por una contraproducente dinámica de engorde que socava la solidez y la perspectiva politica de los movimientos.
Ligado a lo anterior aparece la impostergable necesidad que tiene el movimiento piquetero de encontrar herramientas de comunicación permanentes que le permitan llegar a otros sectores del pueblo trabajador. La campaña mediática de los voceros del sistema - sin distinción entre reaccionarios y progresistas - está golpeando muy fuerte su prestigio social y esto exige buscar respuestas también en ese plano para revertir esta tendencia. Como puede apreciarse, una enorme cantidad de tareas, nada sencillas, que exigen una gran dosis de creatividad en el plano metodológico y una gran vocación de unidad por parte del conjunto de las organizaciones populares que luchan por una profunda transformación social.