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Argentina: La lucha continúa

Una aproximación sobre el estado actual de las asambleas barriales*

Mabel Bellucci y Gabriela Mitidieri**

El modo de organización asambleario que supone el carácter constitutivo de las asambleas barriales, dispone de antecedentes de largo alcance dentro del amplio espacio movimientístico. No olvidemos que esta metodología ya se aplicaba en movimientos de significativo protagonismo histórico como el de trabajadores fabriles, el estudiantil y ahora el piquetero, entre otros tantos. Supuestamente, será de este último de donde el mundo asambleario extrae esta modalidad asociativa. La misma se singulariza por presentar formas laxas e indefinidas que, presumiblemente, no sólo confrontan los modos tradicionales de intervención pública sino que vienen a configurar algo diferente. Por lo tanto, la ductibilidad de su dinámica lleva a que hoy somos una cosa y mañana seamos otra.
Por nuestras experiencias, podríamos caracterizar a una asamblea como un espacio político, en el cual se procesa transformaciones fluctuantes entre la vertiginosidad y el reflujo, propio de los ámbitos fugaces y de inmediatez. Este es un punto importante a destacar en tanto que muchos de sus integrantes las definen como un organismo o una organización. Estas categorías rememoran a modelos organizativos tradicionales provenientes de partidos políticos y sindicatos. Y por determinadas razones, que desarrollaremos a lo largo del texto, no significa lo mismo una cosa que otra. Veamos entonces: las instituciones clásicas se proponen como meta un absoluto totalizador por sus lógicas representativas adjudicándose delegaciones, por su dictado programático, por una retórica central que fija prioridades y especificidades pese a los matices periféricos así como por su lucha por ocupar terreno en la estructura del estado. A diferencia de éstas, en las asambleas barriales la participación es una de las variables substanciales que garantiza su sostén en el tiempo y su visibilidad pública. En esta dirección, ellas se mueven al ritmo oscilante de sus
miembros que intentan sostener modos alternativos al hacer político tradicional, aunque dicha intención después no se ve plasmada en experiencias concretas. Más aún: a veces, viejas fórmulas que se impugnan desde la retórica, al mismo tiempo son puestas en práctica.
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* Este artículo es el resultado de las concordancias y discordancias expresadas en una ronda de reflexión que se llevó a cabo, el 3 de Septiembre de 2003, por dos asambleas barriales de la Ciudad de Buenos Aires.
** Mabel Bellucci es integrante de la Asamblea Vecinal Plaza Rodríguez Peña y Gabriela Mitidieri, integrante de la Asamblea Popular El Cid Campeador. Ambas se encargaron de redactar este muestrario de ideas sin un cierre y abierto a múltiples miradas.
En la actualidad, circulan nuevos escritos de un número de activistas; quienes abrieron interrogantes acorde a estos nuevos escenarios y, a la vez, generan un polo de producción teórica e intelectual hacia el interior de las asambleas, a partir de pensar nuestras prácticas, saberes y acciones políticas. Así, contamos como referencias los borradores de investigación del Colectivo Situaciones; los análisis del Colectivo Nuevo Proyecto Histórico; el folleto de Gradocero; los artículos de Pablo Bergel; Nicolás Furlani; Mito Djanikian; Martín Krymkiewicz; Franco Ingrassia y de Ezequiel Adamosky, entre
otros tantos y tantas.
En la escenografía activista, los hechos se configuran en relato a partir de las interpretaciones que de ellos se hacen. No existe, por lo tanto, una sola verdad certificada y centralizada en manos de unos pocos sino tantas miradas como integrantes tenga una asamblea.
En sus orígenes, la potencia de las mismas radicó en la posibilidad de irrumpir subjetividades que ya venían experimentándose en ámbitos tanto nuevos como viejos y también permitió emerger otras modalidades de sociabilidad. Es decir: en ellas confluyen y confluyeron memorias y continuidades de protestas precedentes e, incluso, de pérdidas y derrotas.
Es posible que se haya logrado rupturas que, como toda ruptura, genera vacíos; incertidumbres, acontecimientos sin discursos y discursos sin acontecimientos. Cabría pensar que en sus inicios, se singularizaron por un estilo de intervención pública cuestionadora y destituyente aunque con su transitar no siempre alcanzaron armar algún tipo de ordenamiento instituyente. Al disolverse la proyección de inmediatez simbolizada en el lema paradigmático "Que se vayan todos y que no quede uno solo", somos conscientes de que nuestra posición ya no es la misma.
A raíz del embrionario proceso de articulación y coalición que llevaron, tiempo atrás, muchas asambleas con fábricas recuperadas; movimientos piqueteros; frentes de luchas obreras; partidos políticos de izquierdas así como con colectivos artísticos, genéricos y de orientación sexual, surge entonces el interés por definir nuestro estado actual. Aunque también nos posibilite entender que, posiblemente, estamos alineando una nueva identidad.
¿ Seguimos constituyéndonos desde el territorio ? ¿ Construimos nuevos sentidos en el mismo? ¿ Cómo pararnos frente a los resultados electorales últimos cuándo en muchos barrios se votó con una amplia mayoría a figuras de centroderecha y derecha ? ¿ Qué es ser asambleísta en la actualidad ?
Asimismo, después de la revuelta del 19 y 20 de diciembre de 2001, configuramos un imaginario al pensar que estábamos organizándonos por fuera del sistema político. De tal modo, creíamos en nuestro potencial y supusimos que íbamos a llevar a cabo el cambio junto con el desplazamiento del régimen. Por eso, cuando se logró desde el poder la restauración del orden hegemónico y la intervención institucional en la mediación de los conflictos sociales, quedamos paralizadas y retraídas. Se hizo presente un deseo colectivo de estado, resignificado por las expectativas de numerosos sectores que no pudieron asumir un compromiso político a través de la participación en un clima de democracia directa. Tal vez, porque el camino de lucha que se planteaba carecía de métodos tradicionales o de resultados certeros. Pero el reflujo no puede de manera alguna negar o disminuir el recorrido.
19 y 20 de diciembre ¿revuelta porteña o nacional ?
El 19 y 20 de diciembre de 2001, suponemos, que continúa indeleble en la memoria colectiva pero no tanto a nivel nacional sino más bien circunscripto a Buenos Aires, de los dos primeros cordones del Gran Buenos Aires, Rosario y urbes aledañas. Es para pensar que dicha revuelta significó el hito fundacional de las asambleas barriales, básicamente dentro del radio porteño. De inmediato, tanto esa fecha como el acontecimiento político explícito se convirtieron en un lema emblemático, que dudamos que disponga del mismo significado para Argentina en su conjunto. Más aún: dentro de la retórica alternativa y del contrapoder se naturalizó la idea de su expansión y réplica a nivel nacional. Por lo menos, eso se escucha cuando se habla del argentinazo o cuando teóricos de talla suponen que nuestro país en masas participó de ese alzamiento plebeyo así como de sus resultados políticos. Es hora de desmantelar ese discurso efectista que si bien, en su momento, provocó repercusiones políticas de alto voltaje; en la actualidad, ya ha cumplido su objetivo de operar como una herramienta necesaria para visibilizar las situaciones antisistémicas experimentadas. No es casual entonces, que esta visión tan difundida haya pegado fuerte dentro del mundo asambleario; provocando una lectura de la realidad autorreferencialista; ombliguista y como resultado se vivió un cierto aislamiento al creer que solamente nuestros espacios eran nuevos, distintos y originales a diferencia de los otros que ya venían operando con anterioridad.
De todas maneras, el clima de revuelta y sus consecuencias en las calles, potencializó a todos los demás movimientos en acción.
En la actualidad, en el intento por garantizar una legitimidad y gobernabilidad prácticamente nulas, el estado tuvo que apropiarse de gran parte de nuestros reclamos, al institucionalizarlos y, por lo tanto, despojarlos de su verdadero significado y construcción de sentido inicial.
Ello provocó que las lógicas del sistema representativo ocuparan el eje central de la confrontación política, con el agravante de retraer la participación colectiva en la calle. Es simple observar el tiempo que se invirtió en discutir sobre los escrutinios de Buenos Aires.
¿Es posible pensar entonces que nuestro futuro como espacio autogestivo depende también de dichos resultados electorales? ¿ U ofrecen una suerte de argumento extra para evitar un diagnóstico en torno a nuestro estado actual?¿ Para
nosotroos asambleístas dice algo o no dice nada quien sea el ganador o el perdedor?
De una u otra manera, sabemos que las elecciones pretenden representar una visión totalizante de la sociedad: exhiben lo que existe y establecen lo que no existe. Del mismo modo abren una posibilidad: ese escenario aglutina a todo el conjunto de las conducciones políticas partidarias y nos permite armar a simple vista un mapeo general de éstas mismas. Seguro que lo que decimos resulta una obviedad. No obstante, sin ellas, las dirigencias nacionales, provinciales y municipales expuestas en la vitrina, no siempre pueden ser registradas ya sea por desconocimiento o invisibilidad en nuestra cotidianeidad ciudadana.
Además, si bien las encuestas y resultados son las niñas mimadas del establishment; no dejan por ello de poner blanco sobre negro.
¿Entonces con las cifras en mano dónde nos ubicaríamos o nos desubicaríamos? ¿qué quedó de lo nuevo y qué de lo viejo? Esto no significa resignarse frente a los hechos consumados. Más bien, pensar con criterio estratégico en torno a los aciertos y a los errores de nuestras propias prácticas; por más que la productividad del acto en sí provoque dispersión, parálisis y enfrentamientos. Pese a todo, es revelador recordar que no continuamente los acontecimientos van acompañados de representación. Más de las veces, los discursos hacen escuchar el ruido de las batallas por el sentido.
Ahora ¿ qué somos ?
¿ Sería provocador formular que existimos pero que no sabríamos aún definir del todo qué somos y por qué estamos? Para la cultura asamblearia, las formas y los contenidos simbolizan hechos esenciales. En el sistema representativo sea del cuño que sea, pesa más los contenidos que las formas. Más aún: sus modos relacionales sostienen un perfil populista, vertical, autoritario, clientelar y desconectados de sus bases. En cambio, en las asambleas se debería primar como objetivo fundante la interacción. Así, se diseñaría una potencial necesidad de ser nosotros mismos, asumirnos como personas autónomas en las decisiones y en las acciones, de intentar la igualdad sin órdenes jerárquicos. Es todo un desafío procurar reproducir y replicar estas formas por dentro y fuera de las mismas para que cada uno y una sea protagonista de su propia vida. No obstante, en muchas de ellas se precisa que ese modelo de participación específica debe mantener fidelidad a sus orígenes. De allí, se comienza a reproducir mecanismos que ritualizan tradiciones; por más que los telones de fondo del presente poco y nada tengan que ver con la revuelta del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Ahora bien, frente al rodeo electoral y a un vuelco de lleno hacia piqueteros y estudiantes universitarios, se retiran de manera estrepitosa un número de partidos de izquierdas de variados tintes y también organizaciones sindicales y sociales. Al menos, la ingerencia de este amplio arco de instituciones sobre las asmbleas, provocó rupturas, tensiones intempestivas por captación e imposiciones de propuestas de sus agendas electorales en el interior de las mismas. En muy pocas aún permanecen activistas de dichas corrientes, aunque los que están incorporados ya no son
los mismos . En determinados casos, se encuentran en la disyuntiva entre reproducir la línea de su partido y acomodarse a la laxitud de su asamblea. Ello se expresa cuando asumen ciertas posiciones políticas y uso de metodologías que no siempre coinciden con el perfil de sus sedes matrices. Es posible que quienes se autoreivindican asambleístas se hayan contaminado de ese clima polifónico y elijan coexistir con ambas adscripciones a la vez.
Lo que sí recorrió como un fantasma fue la política de intervención abierta por parte del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires al intentar implicarlas en su proyecto del presupuesto participativo y en los Centros de Gestión y Participación (CGP ); sin olvidar la embestida intimidatoria hacia algunas asambleas, que se manifestó en amenazas de desalojo y diversas agresiones. Era previsible que con todas estas interferencias institucionales que se presentan tanto por fuera como por dentro de las mismas, generase un clima de tironeos y desgastes; provocando un debilitamiento de sus fuerzas expresado en estallidos y divisiones y hasta extinción de muchas de ellas.
Transcurridos más de dos años de su irrupción y con un presente caracterizado por la incidencia determinante de nuevos elementos coyunturales, sería de significativa importancia preguntarnos dos cuestiones:
Primero ¿ continuamos en estado puro asambleario?. Segundo ¿ abandonamos ya nuestra condición de vecino genuino de nuestros inicios?.
Reflexionar en torno a estos temas no resulta caprichoso, puesto que se atravesó un proceso de fuertes cambios que podrían reformular la noción y sus caracterizaciones originarias. Vale decir:
¿las asambleas del presente mantienen el mismo perfil que cuándo nacieron al calor de la revuelta plebeya del 19 y 20 de diciembre ? Y a continuación ¿ pasamos a convertirnos en activistas asamblearios ?
Es posible que incluso no aparezcan respuestas a estas dudas intuitivas exhibidas de manera abierta. Y si las hay, aún se encuentran en un embrionario proceso de elaboración. No obstante, todavía mantenemos muchas de nuestras variadas especificidades, tales como la transversalidad heterogénea- etárea, genérica, sexual, política, ideológica, de clase o cultural-.
Dicha variable constituye una fuente de riqueza en tanto que todas las diferencias visibilizadas deben coexistir en un mismo espacio y tiempo, bajo posiciones simétricas y de igualdad. Una modalidad horizontal debería condecirse con una práctica en el día a día que conlleve un grado de compromiso similar en el hacer. Desde ya no siempre se logra plasmar ese objetivo; sin embargo, uno de sus mayores potenciales consiste en impugnar el estilo clásico de enfrentamientos irreconciliables como atravesamos en el bestiario externo, sea de manera individual o colectiva. Diríamos entonces que estamos en un camino de aprendizaje a escuchar aquello que no nos gusta escuchar y a convivir con quienes nos costaría compartir un mismo escenario. Esta confluencia suele presentar matices ríspidos: En una cantidad importante de asambleas se abrieron proyectos nuevos e ingresaron colectivos diversos que no siempre están dispuestos a responder articuladamente al criterio esencialista asambleario. Dicha posibilidad de independencia y de autarquía de unos sobre otros fue generando fuertes fricciones al coexistir bajo un espacio común.
Tradicionalmente, los movimientos configuran su identidad a partir de un único perfil aglutinador y homogéneo, con un fin preciso y sus protagonistas son los actores de una historia común pasada y presente. A diferencia, las asambleas reúnen de todo como en botica:
desocupados, ocupados, veteranos y jóvenes activistas, amas de casa, artesanos, profesionales, comerciantes, personas en situación de calle, miembros de partidos políticos, agrupaciones de base, estudiantes secundarios y universitarios, jubilados. Todos en ese mismo accionar diario y anónimo, estaríamos provocando significativos cambios culturales para el orden político imperante: romper con el ideario de delegación, presupuesto de la democracia capitalista y liberal. Cada integrante es un protagonista colectivo.
Es preciso recalcar que la ardua tarea que nos propusimos al desnaturalizar tantos conceptos y prácticas características de la política representativa, constituye un proceso de ensayos y errores donde ciertas construcciones acartonadas yacen implícitas en nuestra esencia de
sujetos políticos. No se trata entonces de instituir una o la identidad dentro del colectivo, sino de revertir valores y mecanismos individuales propios de la subjetividad capitalista, de la cual surgimos como organismos "gérmenes" de cambio. Asimismo, se intenta resignificar la potencia transformadora de experiencias históricas anteriores.
Parte de su ideario, consiste en inventar otros espacios-tiempos donde sean posibles nuevas acciones y relaciones que configuren modos distintos de existencia, superadores de una lógica mercantil que nos determina de manera invisible y silenciosa.
A nuestro entender, esa misma transversalidad heterogénea es la que lleva a que estemos en permanente conmutación bajo la incidencia directa que ejercen los escenarios históricos sobre las mismas. No sólo funcionan como telón de fondo sino también configuran subjetividades sociales. En suma: existe una relación directa entre la dinámica de los conflictos sociales y sus efectos en el interior de estas nuevas formas de participación. Y esta correlatividad entre modalidades internas y externas a las asambleas, se plantea como un factor que supone una forma de acción consecuente con el contexto en el que nos ubicamos. Aunque, más de las veces, signifique un devenir sometido a los tiempos prefijados por el estado.
En cierta medida, las mismas funcionaron como un termómetro que marcó el clima de suba o baja de las protestas populares. Así, la disminución del grado de impugnaciones colectivas al modelo capitalista y al neoconservadurismo incidió sobre su dinámica y un pliegue hacia adentro que, posiblemente, haya colaborado a un proceso de necesidad organizativa.
En su momento inicial, provocaron un salto cualitativo al inaugurar prácticas concretas de intervención pública y de construcción de sentido. Ahora bien, en la actualidad
¿ Podríamos sostener que representamos una esfera paralela a las instituciones tradicionales? ¿ Qué fines nos proponemos? ¿ Estamos a la deriva?¿ Estamos por acostumbramiento? ¿ Qué es ser asambleísta más allá de la visión romántica imperante ?

El presente nos devela la existencia de una significativa retracción tanto de los movimientos sociales como de las acciones colectivas o, al menos, un impasse dialogal entre estas formaciones políticas y el estado. Por ello, resulta imperioso pensar y escribir al calor de los acontecimientos. Y no sólo eso, también nos permite reflejar las posibilidades reales de una situación, sin mediaciones especulativas o elaborativas que vayan en dirección a los respuestas buscadas. Además, podemos reflexionar en torno a nuestros posibles y a nuestros imposibles. Una forma de superar el reflujo sería enriquecer a las asambleas con el aporte de otros movimientos, colectivos y organizaciones que del mismo modo están sumidos en una crisis no del todo cerrada y que, históricamente, han tenido una relevancia sustancial en la confrontación capital-trabajo.
A nuestro entender, es de suma importancia desprenderse del retrato y la fotografía de lo que en un momento fuimos. Esta misma es una imagen fija y detenida. Ahora pasamos a ser una película ya que nos vemos en movimiento.
Ahora bien, hoy ya no somos lo que éramos al inicio de la experiencia. La acumulación de lo aprendido hasta el momento, nos atravesó de alguna u otra manera. Pero tampoco somos lo que imaginariamente creíamos ser. En fin, somos lo que hacemos pero, a veces, las ideas y las prácticas no van en una misma dirección. Situación incómoda, por cierto, en tanto y cuanto se caiga en la tentación de marcar objetivos inalcanzables que den como resultado un andar a la deriva. En este punto hagamos un pie de página: existe una diferencia sustancial entre las asambleas que realizaron tomas de aquellas que aún funcionan en lugares abiertos. En líneas generales, una ocupación garantiza, por un lado, la continuidad del proceso y, por el otro, una menor dispersión de sus integrantes. Pero, sostener una toma conlleva constantemente a enfrentarse a un clima de adversidad e intimidaciones que, en algunos casos, genera encierro y, a la vez, provoca una pérdida del sentido como un ámbito público, abierto y descentralizado.
Desde hace más de un año, buena parte de las asambleas populares de Buenos Aires, del cordón urbano y de Rosario organizan emprendimientos de economía social; huertas comunitarias; ollas populares, merenderos, bolsones de comida y comedores, entre otras tantas experiencias. Esta fase actual deviene como factor de primer orden, direccionada a apaliar la pobreza extrema creciente como un hecho más de la iconografía urbana.
Los motivos que llevan a este punto son múltiples y entrecruzados y no constantemente se aglutinan bajo un común denominador ya que los perfiles específicos de cada barrio marcan la confrontación de sus propios límites.
Aquéllas que no concretaron proyectos de más largo alcance, les quedaba dos caminos: desaparecer o desenvestir su sentido. Un número cuantioso eligió esta última opción: armar, con sus más y sus menos, estrategias asistenciales con los riesgos que ello implica de instalar viejas modalidades junto con nuevas prácticas. En esta dirección, se podría caer, muchas veces de manera involuntaria, en replicar modos tradicionales de atención a los sectores marginales y de exclusión total como los utilizados por parte del estado; la iglesia y la política clientelar del peronismo.
A nuestro entender, las que atraviesan esta experiencia se encuentran ante un gran desafío: devenir el asistencialismo en un espacio de participación, contención y resistencia activa para que las condiciones materiales de la vida no se transformen en el único eje motivador de ese emprendimiento que si bien es necesario pero no suficiente. Ese devenir significaría poner palabra a la acción, inscribirla en el territorio político y estimular la autogestión de estos grupos. Si ellas sólo se circunscriben en torno de esa propuesta podrían quedar entrampadas en una suerte de política benefactora clásica.
Otro punto a pensar, es en torno a los comentarios que hablan de nuestra muerte y desaparición. Uno de los argumentos más duros y perdurables consta en la fuga de sus participantes. Se recalca que antes éramos 200 y ahora somos 10. No obstante, si aún estamos dónde estamos, algo quiere decir. Quizás, nuestra capacidad de perdurar esté ligada con nuestra habilidad para continuar mutando. Será fundamental que manejemos un criterio de superación respecto a nuestros contenidos y a las gamas de posibilidades de "formas" a explorar como territorio político transversalizado por las heterogeneidades.
Sólo medir en términos cuantitativos significa una lógica imperativa de cuño partidocrático representativo en la cultura política argentina. Pocas son las organizaciones, independientemente de su naturaleza, que se eximen de ese categórico. Sí, es cierto en el pasado fuimos muchos y en la actualidad somos pocos. Pero también en los inicios de las asambleas, se reunían personas que no siempre disponían de una mirada crítica; de un proyecto alternativo, etc. etc. Pasaban porque veían luz y subían.
En este momento, quienes la integramos somos mayoritariamente activistas comprometidos con el espacio y permanecimos mediante un proceso de organización para adentro, de pensarnos como colectivo. En suma: después de la catarsis vino la decantación.
A modo de cierre podríamos suponer que, posiblemente, vayamos camino hacia nuestra disolución en la medida en que releguemos las interpelaciones confrontativas del presente para fijarnos al retrato del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Quizás, las palabras del viejo topo no fueron antojadizas:" Todo sólido se desvanece en el aire".