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Argentina: La lucha continúa

3 de enero del 2003

La guerra de la droga según el Dr. Mengele
El Agente Verde sobre los Andes

Jeffrey St. Clair
Counterpunch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Intenciones hostiles hacia el pueblo de otro país. El despliegue de armas químicas y de agentes biológicos. La realización de una política de tierras arrasadas. ¿Suena como el Irak de Sadam? Piénselo una vez más. En realidad, resume claramente las actuales depredaciones de la administración Bush en Colombia, todas hechas bajo la sospechosa bandera de la guerra contra la droga.
La gran diferencia es que el horrendo uso por Sadam de gas tóxico contra los kurdos y, con gran probabilidad, contra Irán, ocurrió hace más de 15 años. Desde la Guerra del Golfo, las demenciales iniciativas de Sadam se han concretizado más bien en experimentos químicos en sótanos arrasados por las bombas. Pero la guerra tóxica de la administración Bush contra los campesinos colombianos está sucediendo ahora, día tras día, en una violación flagrante del derecho internacional.
Ciertamente, mientras Bush presenta piadosas homilías sobre la posible acumulación por Irak de las llamadas armas de destrucción masiva, su administración y sus patrocinadores de ambos partidos en el congreso se orientan a desatar una nueva ola de toxinas en las montañas de Colombia, incluyendo un peligroso mejunje de armas biológicos que sus defensores califican extrañamente de micoherbicidas. Llamémoslo por su nombre: Agente Verde.
El principal superhalcón de la guerra bacteriológica en el congreso en la actualidad, es el representante Bob Mica, un republicano de Florida. A mediados de diciembre, Mica exhortó a sus compinches en la administración Bush a que destaparan un lote actualmente prohibido de hongos asesinos y a que comiencen una campaña de fumigación por saturación. "Tenemos que restaurar nuestro mico herbicida," bufó Mica. "Cosas que han sido estudiadas durante demasiado tiempo tienen que ser empleadas. Descubrimos que no sólo podemos pulverizar el producto, también descubrimos que podemos desactivarlo durante un cierto período –hará mucho daño– erradicará algunos de esos cultivos durante un período considerable."
El Agente Verde, por cierto, también mata todo lo que toca. Ni siquiera se pretende que esas bombas bacteriológicas sean llamadas "hongos inteligentes". Se trata de una guerra a la droga que podría ser librada por el Dr. Mengele. El tonificante llamado de Mica a una guerra bacteriológica sin restricciones contra Colombia debería ser registrado por jóvenes aguiluchos legales con sueños de convertirse en futuros fiscales en juicios por crímenes de guerra.
Pero Mica está lejos de ser una voz aislada. Incluso el perpetuamente conflictivo Colon Powell ha apoyado públicamente el uso de agentes biológicos como parte crucial del Plan Colombia. En efecto, Anne Peterson, embajadora de EE.UU. en Bogotá, testimonió recientemente que cree que ya se había hecho uso de armas biológicas en Colombia. Sorprendentemente, se retractó más adelante de esa escalofriante observación, diciendo que había sido hecha bajo presión. La señora Peterson no dijo quién la había coaccionado.
Y también tenemos a Rand Beers, una de las pocas reliquias de la Era Clinton en el Departamento de Estado. Es fácil comprender por qué ese fanático de la guerra biológica resultó atractivo a la pandilla de Bush. Ya a fines de los años 90, Beers estuvo totalmente a favor del uso de armas bacteriológicas contra los cultivos de los países productores de drogas. Ahora, como Secretario Adjunto de Estado para narcóticos, Beers peregrina por todo el globo a diferentes conferencias internacionales en las que invariablemente se ve obligado a defender esa nota al pie del Plan Colombia contra críticos que acusan que viola, entre otros tratados, la Convención de Armas Biológicas. Beers dice a menudo que las armas tóxicas son necesarias para combatir a los sindicatos internacionales del crimen. Este sesudo galimatías representa difícilmente una exención de las prohibiciones, en las que, hay que subrayar, la administración Bush no cree de todas maneras, aunque son tan rápidos cuando se trata de invocar sus provisiones contra estados enemigos, como Irak. Así que, como en Macbeth, un pecado lleva al otro.
El Agente Verde es un hongo patogénico producido por la ingeniería genética, concebido por la estación experimental del Departamento de Agricultura de EE.UU. en Beltsville, Maryland. Está siendo producido ahora con fondos de EE.UU. por Ag/Bio Company, un laboratorio privado en Bozeman, Montana y en una antigua fábrica soviética de armas biológicas en Tashkent, Uzbekistán. Los laboratorios están cocinando dos tipos de hongos asesinos, Fusarium oxysporum (destinado para ser utilizado contra plantas de marihuana y coca) y Pleospora papveracea (diseñado para destruir adormideras).
El problema es que ambos hongos son asesinos indiscriminados, que amenazan la salud humana y especies que no constituyen sus objetivos. Hay que agregar a esto el hecho de que cuando es pulverizado desde aviones y helicópteros, el Agente Verde será transportado por el viento y será llevado inevitablemente a plantaciones de café, campos, haciendas, aldeas, y suministros de agua.
El Agente Verde amenaza también la ecología de la selva tropical húmeda colombiana, una de las más diversas biológicamente del planeta. Estas selvas albergan una mayor variedad de especies por hectárea que las de ningún otro país. Pero las selvas colombianas están ya sometidas a un cerco aterrador por la minería del oro, las compañías petroleras, las empresas madereras y los ranchos ganaderos. Según un cálculo, Colombia ya ha perdido más de un tercio de su selva y sigue perdiéndola a un ritmo de cerca de 2 millones de acres (810.000 hectáreas) por año. Es posible que la operación Agente Verde lleve a la saturación de más de 405.000 hectáreas de selva tropical húmeda en Colombia, con consecuencias ecológicas potencialmente devastadoras para la fauna y la flora endémica.
Así que es probable que Amazonia se convierta en un daño colateral en el aventurerismo de la guerra bacteriológica de los Bushistas.
Esta nefasta perspectiva puede colocar a EE.UU. en violación flagrante de otro tratado internacional con el que Bush, después de su pretérito coqueteo con cocaína, posee una encantadora ignorancia: la Convención sobre la Prohibición del Uso Militar o de Cualquier otro Uso Hostil de Técnicas de Modificación Medioambiental (ENMOD, por sus siglas en inglés). ENMOD surgió de la indignación mundial provocada por el uso de Agente Naranja y de otras pociones de efectos malignos sobre la ecología en las que bañaron el Sudeste de Asia durante la guerra de Vietnam. Adoptada por la ONU en 1976 y firmada por EE.UU., ENMOD prohíbe a toda nación firmante la utilización del medio ambiente como un arma de guerra, lo que la fumigación de Colombia constituye por definición.
Ni siquiera es posible asegurar que las bombas biológicas de EE.UU. permanezcan en Colombia, sino que, como los pesticidas y los herbicidas que ya han sido lanzados, se desviarán inevitablemente a través de la frontera colombiana hacia Ecuador y Perú. Ambas naciones se oponen vehementemente al plan de guerra biológica de EE.UU. y aducen que viola el derecho internacional. Específicamente, citan una sección de no-proliferación de la Convención de la Guerra Biológica que prohíbe la transferencia de armas y de tecnología bacteriológicas de una nación a otra. Presumiblemente la administración Bush considera ahora a Colombia como una colonia de su total propiedad, en la que incluso los remotos valles andinos se encuentran bajo el tóxico control del imperio de EE.UU. "Si el Agente Verde es utilizado en alguna parte, legitimará la guerra biológica en la agricultura en otros contextos," dice Edward Hammond, director de The Sunshine Project, el grupo contrario a la guerra biológica que ha realizado un excelente trabajo en la denuncia de las consecuencias ecológicas de la fumigación tóxica en Colombia. "Si otros razonan de la misma manera que EE.UU., podrían preparar un ataque biológico contra los cultivos de tabaco de EE.UU., que envenenan a millones en todo el mundo, o aquellos que se oponen al alcohol podrían apuntar a las uvas o al lúpulo."
Los programas de erradicación constituyen un medio insensato de confrontar los problemas asociados con el consumo de drogas. No funcionan, oprimen a los débiles, y simplemente benefician a los bolsillos de los mercaderes de la droga, desde los generales de la cocaína a los carteles de la droga y los bancos que lavan el dinero.
"En gran parte del campo colombiano, no existe simplemente una manera de ganarse la vida legalmente," dice Adam Isacson, del Centro de Política Internacional. "Faltan por completo la seguridad, las carreteras, el crédito, y el acceso a los mercados. Lo que más ven muchos colombianos rurales de su gobierno es la ocasional patrulla militar o un avión de fumigación. Cuando intervienen los aviones de fumigación, arrebatan a los campesinos su medio ilegal de ganarse la vida, pero no lo reemplazan con una alternativa. De esa manera a los campesinos no les quedan más que algunas posibilidades negativas. Pueden mudarse a las ciudades y tratar de encontrar trabajo, aunque la cifra oficial de desempleo llega ya a un 20%. Pueden comenzar cultivos legales por su propia cuenta y riesgo: pagando más por los insumos que lo que pueden obtener del precio de venta. Pueden irse a lo más profundo del campo y volver a plantar cultivos de drogas. O pueden unirse a las guerrillas o a los paramilitares, que por lo menos los alimentarán."
Desde luego, la guerra de la droga tiene poco que ver con los auténticos motivos de este espantoso programa. La verdad de todo esto puede ser extraída de las cifras. Miles de millones de dólares en ayuda de EE.UU. y muchos miles de litros de pesticidas químicos han sido lanzados sobre Colombia sin gran efecto en la producción de coca. En realidad, el flujo de drogas de Colombia aumenta a un ritmo acelerado.
Cuando la administración Clinton impulsó a un congreso algo reacio a aprobar su proyecto de muchos miles de millones bautizado el Plan Colombia, fue precisamente Rand Beers el que juró que las tácticas de fumigación y quemazón "eliminará la mayor parte del cultivo de adormidera de Colombia dentro de tres años." El congreso se tragó todos los cuentos de Beers, y aprobó 1.300 millones de dólares. (Como condición previa para la recepción del dinero, el congreso exigió que Colombia comenzara ensayos operativos de armas biológicas. Inclinándose ante la presión mundial, el Presidente Clinton renunció a esa exigencia.)
En los últimos cinco años, casi 400.000 hectáreas en Colombia han sido bombardeadas con pesticidas y herbicidas, y convertidas en campos tan estériles como los de Cártago después de la última cruel visita de Escipión el Africano. Pero durante el mismo período la producción de cocaína en Colombia se ha más que triplicado. La producción de opio también se está disparando, y ha aumentado más de un 60 por ciento desde 2000. Colombia suministra ahora más de un 30 por ciento de la heroína consumida en EE.UU.
La razón de todo esto será evidente para cualquiera que haya leído nuestro libro:
Whiteout: the CIA, Drugs and the Press. La guerra, especialmente las clandestinas, y las drogas van mano en mano. Colombia está envuelta en una guerra civil tripartita, en la que cada lado, las guerrillas, los paramilitares, y las tropas del gobierno, financian sus operaciones con los beneficios de la venta de drogas. Mientras más sangriento el conflicto, mayor el flujo de drogas.
Desde el comienzo el Plan Colombia tuvo que ver sólo ostensiblemente con la droga. En realidad fue una forma de utilizar la guerra de la droga para apoyar la salvaje guerra de los militares colombianos contra las FARC y otros grupos rebeldes y asegurar el control de EE.UU. sobre el petróleo, el gas y las reservas minerales de Colombia. Los así llamados programas de erradicación se han concentrado en las áreas controladas por las FARC, en lugar de las franjas aún mayores de terreno en manos de los paramilitares, que sirven como despiadados guerreros por encargo del gobierno colombiano.
Según el representante Bob Barr, 22 helicópteros de EE.UU. han sido derribados desde la implementación del Plan Colombia por grupos rebeldes colombianos –cifra que el Pentágono se niega tímidamente a confirmar o desmentir. Sin embargo, el Departamento de Estado confirmó que el mes pasado tres aviones estadounidenses fueron alcanzados por fuego desde tierra en un solo día.
La presencia de EE.UU. en la guerra está siendo conducida bajo la bandera jurisdiccional del Departamento de Estado, lo que ha sido tan a menudo en el pasado una señal de la oscura presencia de la CIA y de otros guerreros clandestinos. En diciembre, Colon Powell reveló su intención de aumentar la flota permanente de helicópteros de ataque de EE.UU. en Colombia a 24. El Departamento de Estado informó al Congreso que estaba entrenando nuevos pilotos en un "sitio secreto" en Nuevo México.
Ahora, parece ser que la administración Bush ha dado luz verde al congresista Mica para que proceda con su oscura magia sobre la reautorización del Plan Colombia, en la que incluiría lenguaje que una vez más requeriría el uso de Agente Verde como una condición para que el gobierno colombiano llegue a percibir los miles de millones de dólares de EE.UU. En la actualidad ni siquiera se preocupan de intentar de ocultar las imposiciones.
Existe mucha evidencia de que el gobierno colombiano se encuentra totalmente bajo el dominio de Washington y que estaría encantado de obedecer, incluso si significa permitir que EE.UU. lance ataques de guerra biológica contra sus propios campesinos.
Para colmo de ironía, Colombia preside ahora el Consejo de Seguridad de la ONU, que está listo para darle una paliza a Irak por ocultar su historial de desarrollo de armas biológicas. Y por cierto, fue la delegación colombiana la que tomó la controvertida decisión de entregar a EE.UU. la primera copia de la declaración de armas de Irak, que fue devuelta generosamente por EE.UU. una semana más tarde, con 8.000 páginas faltantes. Este escandaloso proyecto continúa bajo el radar de la prensa corporativa, la que siempre se niega a considerar cualquier tópico que esté envuelto en el manto sagrado de la guerra contra la droga. Sin embargo, todo se resume realmente en una forma de terrorismo ecológico. El páramo tóxico y los sufrimientos humanos que resultan después de estas operaciones no son accidentales, ni representan, para utilizar la atractiva expresión de los economistas, un inconfortable resultado externo de un proyecto que de otras maneras es benigno. En lugar de serlo, es una táctica calculada, destinada a provocar miedo y terror –el bombardeo de superficies de la guerra a la droga.
No se puede decir que los guerreros tóxicos de la administración Bush no sean bibliófilos. Obviamente han leída Primavera Silenciosa. Sólo que no la leyeron como la cruda advertencia que se proponía Rachel Carson, sino como un plan bélico que ahora quieren convertir en una acción global.
24 de diciembre de 2002
El correo de Jeffrey St. Clair es: stclair@counterpunch.org.